A veces hay que leer libros que no nos interesan, porque, también a veces, resulta que esos libros acaban por gustarnos. O porque, aunque no nos gusten, hablan de cosas en las que normalmente no pensamos, usan estilos que se salen de los que solemos buscar y esas es algo que está bien.
Acabo de terminar La Moda Justa: Una Invitación a Vivir con Ética, de Marta D. Riezu. Si hay un tema que, en principio, me interesa poco, es la moda. Y, por otro lado, el último que leí fue otro libro suyo, Agua y Jabón, con el que no terminé de enganchar. Y aquí estoy, en un tren hacia Ponferrada, leyendo este otro y encontrando en él cosas interesantes.
10:15 Llevamos más de hora y media y apenas hemos llegado a Monforte de Lemos. Lo de la red de cercanías - media distancia y su abandono no tiene nombre. No hay ni que decir que salimos con retraso.
"No hay que romantizar lo artesanal (se han creado terrorismos estéticos en su nombre)". "Nada entristece más que ver a un diseñador con buen juicio bajar la cabeza y decir: vale, haré lo que me pedís. Hay que vender, lo entiendo". Frases que hablan de moda, pero que podrían hablar de cocina, dos sectores que comparten en buena medida ese mundo de lo innecesario que es el realmente interesante.
No me llama la atención la moda, insisto. Quizás decir que me visto sólo porque es necesario seria exagerar, pero es algo que sobrellevo como un mal menor, con mis preferencias y mis manías, claro, pero también con el cansancio del que aborrece ir de compras. Entiendo la importancia de la moda como industria y como fenómeno creativo, pero uno no puede tocar todos los palos. Hay qué elegir qué nos interesa más, porque todo no puede ser, y, de la misma manera que hay quien puede vivir a base de tortilla francesa y patatas fritas, yo puedo vivir con las prendas básicas para ir tirando. No sé si esto es bueno o malo, pero es.
La cuestión es que, con eso y con todo, el libro me ha puesto delante algunos temas interesantes: moda como tendencia, como sostenibilidad, mercado, producción, diseño, como el placer de poseer algo hermoso, de valorar el trabajo artesano, el objeto de moda como un objeto creativo y, sobre todo, los puntos en común entre dos industrias que se mueven en la esfera de la estética, gastronomía y moda, una que conozco y otra de la que no sé nada, en los que a veces la moda lleva ventaja.
¿Para cuándo consultoras ambientales en gastronomía? ¿Cuándo un Gastronomy Transparency Index? Ahora que, más o menos, ya hemos pasado la moda de los restaurantes con huerto, que en congresos, entrevistas y charlas se habla de sostenibilidad, de productores locales, de proximidad, de conciliación ¿Estaríamos dispuestos? ¿Dejaríamos que un organismo independiente nos dijese cuánto hay de verdad y cuánto de lavado de cara en todo este discurso?
"El decrecimiento no es una opción: simplemente debemos decidir si lo haremos por las buenas o por las malas". Y, mientras, en ocasiones, no puede uno evitar la sensación de que el sector gastronómico, al menos una parte del mismo, está en una gran huida hacia adelante en la dirección opuesta. Lo cual, si se piensa bien, es, en realidad, una enorme huida hacia atrás. Más grande, más caro, más exclusivo; más al margen de su entorno. Más caviar con todo ¿Qué caviar? ¿Por qué? ¿Para qué? No importa, tú ve poniéndole.
Ayer vi en un supermercado discount una mayonesa con trufa tan barata, tan innecesaria, y al mismo tiempo tan relacionada con esa exclusivización gastronómica basada en iconos reconocibles (caviar, trufa, atún rojo, carabinero) que me pareció tristísima.
Sostenible o no
Leía estos días que la flota China está desplazando a los barcos españoles de los grandes caladeros internacionales, en particular frente a las costas argentinas y en África.
Leía que la flota española se queja de que la pesca China no garantiza prácticas sostenibles ¿Queremos abrir ese melón y hablar de qué implica que todos podamos comprar todos los días merluza a 7,90/Kg en el supermercado del barrio? No está tan lejos de la producción de camisetas que podrás comprar a 5 euros y producidas vete a saber en qué condiciones -aunque en realidad lo sabes, como yo- en algún obrador asiático. China, por cierto, es el segundo vendedor de pescado a España, que necesita comprar fuera ya que no captura lo suficiente y, además, exporta buena parte de las capturas.
La misma China que no puede garantizar prácticas sostenibles en la pesca, cosa que nos preocupa, es la que luego nos vende buena parte del pescado que consumimos, cosa que, por lo visto, nos preocupa bastante menos. Con el dinero que entra se nos quitan los remilgos que da gusto verlo.
¿Sabemos qué carne estamos comprando cuando compramos carne? ¿De dónde vienen esos langostinos que evidentemente tanto nos gustan (no hay más que darse una vuelta por Instagram o por una parte importante de las cartas de restaurantes, casas de comidas y locales de tapas?
Qué poco presumimos de azafrán, por ejemplo.
Trufa todo el año. De aquí o de allá, fresca o congelada. Madura o verde, de la calidad que sea, pero trufa. Caviar, marisco, mucho marisco, porque el criterio es el bulto, el peso, como herederos que somos de un país que pasó hambre hasta hace bien poco; la foto y no siempre la calidad. Mientras subamos más fotos de langostinos que implican muchas cosas muy feas que de una buena hogaza de pan, por ejemplo, podemos dejar de mirar a otras industrias como la moda por encima del hombro.
Detrás de moda y de gastronomía hay las mismas prácticas, los mismos excesos, los mismos abusos, la misma peligrosa tendencia al frufrú innecesario. Y, por parte de los usuarios de ambas hay la misma necesidad de aparentar, de consumir algo que salga bien en la foto, independientemente de lo que haya detrás. Tampoco en esto la gastronomía es tan especial.
Hay que leer, también, libros que no nos interesan.
Trenes
17:50 Estación de Ponferrada. El tren que espero viene con 20 minutos. 30 minutos 38 minutos de retraso. Tenía 21 minutos para hacer el transbordo en Ourense, así que crucemos los dedos.
Dos días más tarde: Finalmente llegué. Media hora tarde y con dos retrasos acumulados en dos trayectos en ese día, pero llegué. Me gusta viajar en tren, poder trabajar, ir al bar, estirar las piernas. Me gusta escribir en ellos porque en ellos pienso de otra manera. Pero Renfe lo pone, a veces, tan difícil que no es una opción realista en muchos casos, sobre todo cuanto más te alejas de las ciudades. Mis últimas experiencias ferroviarias fuera de España fueron en Bélgica y en Escocia y, bueno ¿Para qué hacer sangre?
Gracias por estar ahí una semana más.
Algunos enlaces
Hablando de libros probablemente innecesarios, pero bonitos, esta semana conocí el trabajo de Counterprint, una editorial británica relativamente pequeña que trabaja fundamentalmente en libros sobre diseño cuidando -algo que parecería obvio, pero no lo es. No hay nada más espantoso que el diseño de algunos libros de diseño- el libro como un soporte estético y no solamente como un contenedor. Dando un vistazo a su tienda y a su Instagram apetece comprarlos casi todos.
Y a través de ellos llegué a la Ikon Gallery de Birmingham, que tiene también una tienda online de libros y revistas en la que es fácil perderse un rato.
El estudio Hapa Architects ha proyectado una casa en el parque nacional de South Downsm entre Brighton y Southampton,construida fundamentalmente con madera de alerce carbonizada.
Me gusta mucho esa idea de utilizar materiales novedosos que van a evolucionar con el tiempo, integrándose cada vez más en su entorno, y trabajar, al mismo tiempo, sobre sus posibilidades estéticas.
Lo que he visto
A ver.
A ver cómo lo digo.
No soy un admirador de Netflix en general, de la que nos dimos de baja hace meses por aburrimiento y por la calidad bastante escasa de buena parte de sus producciones. Creo, además, que es una plataforma que está haciendo bastante daño al cine, ejerciendo el papel de la comida rápida (en el sentido de comida basura) respecto a la gastronomía.
Pero volvimos para ver esta serie. Y la verdad es que para ver una colección de gente con sueños muy grandes y traumas aún mayores que se exorcizan a través de la pizza, me lo habría ahorrado.
Llevo cuatro de los seis capítulos. Creo que llegaré al sexto por orgullo, más que otra cosa. Y me apena, porque hay algunas historias interesantes ahí detrás y porque creo que la pizza daría para bastante más, pero al final todos los capítulos, uno detrás de otro, responden al mismo esquema básico: un éxito improbable, alguien aparentemente condenado al fracaso (maltratado en la escuela, sin un lugar en la vida, devorado por su éxito. Da igual), con algún conflicto interno que le recome las entrañas, no importa que sea familiar, relacionado con la inmigración, con el sentido de pertenencia o lo que sea. Alguien que encuentra la redención, la paz y el éxito a través de la pizza.
Al final, el mensaje es el mismo de esas películas infantiles de sobremesa de los años 80: Corre, pequeño Billy, corre como el viento. Si te esfuerzas en perseguir tus sueños, lo lograrás. Demuéstrales lo que vales. Puedes lograrlo.
Por supuesto, al final lo logra. Y, si tiene edad suficiente, se queda con la chica. Pues lo mismo, pero en pizza.
Todo con mucho tatuaje, mucha superación, un momento de crisis en medio que hace que nuestro héroe valore las cosas realmente importantes, y su bien de testosterona, brasas, sudor y ceños fruncidos.
Dentro de lo visto hasta ahora, me quedo con el capítulo dedicado a Franco Pepe, que mantiene todo esto en un nivel mucho más bajo que el resto. El de Gabriele Bonci, por el contrario, me pareció un despropósito. Y mira que el personaje daría juego como para hacer algo realmente interesante, pero hay secuencias, cuando se narra su descenso a los infiernos, su lucha contra las adicciones y demás que te llevan a dudar por un momento si estás viendo una parodia. Pero al final resulta que no, que alguien creyó que ese era el enfoque adecuado.
Por otro lado, una serie sobre la pizza en la que hay tres estadounidenses, un japonés y ningún argentino a mí no deja de rechinarme.
Si te va la mitomanía, si no te importa ver repetido un mismo esquema argumental capítulo tras capítulo, quizás te guste.
Lo que he escuchado
Esta era bastante obvia, creo.
Me pregunto si sería posible editar algo parecido en 2022. Y no sé si me gusta la respuesta que imagino.
Otro inglés que se lo tomó todo bastante a chirigota, para nuestra alegría.
Ya he hablado aquí de Graceland, el disco de Paul Simon que cambió tantas cosas, para mí, pero también para la música pop contemporánea. Creo que nunca nadie había conseguido romper con su propia imagen de una manera tan rotunda, manteniendo al mismo tiempo algunos de sus rasgos más característicos (Simon es un buen músico, pero es un mejor letrista, en mi opinión) y subiéndose al carro de las músicas del mundo, que en aquellos años era una tendencia ganadora, sin resultar obvio.
Yo veo ahí algo folk americano, algo de Dylan, mucho del Paul Simon previo, algo de los cantautores estadounidenses de los 70 (Jackson Browne, James Taylor, Guy Clark…). Y ese conjunto de músicos sudafricanos que consiguen que todo aquello, interesante aunque ya conocido, suene a algo nuevo que quieres seguir escuchando.
Buff, la cocina como redención... no huele bien, pero hace unos años el tema era "la cocina es para los malotes". Por otra parte, aquí tenemos el "soy cocinero porque no servía para estudiar" (las reflexiones que Berasaluce hace sobre el asunto me parecieron interesantes en su momento). En fin, una semana más, gracias por escribir aquí y así.