Estilo
Acabo de llegar del I Congreso de Periodistas y Escritores Gastronómicos de Menorca. Durante unos días, autores de España, Francia, Grecia o Escocia hablamos de todo lo que tiene que ver con escribir sobre gastronomía.
Bueno, sobre casi todo. Hablamos de crítica, de historia, de intrusismo, de malas prácticas. Es curioso cómo se opta siempre por hablar de los ejemplos de malos comportamientos, que todos conocemos, y rara vez de los buenos, que creo que son los que deberíamos destacar y reconocer, aunque sea porque también escasean.
Pero no hablamos del estilo. Lo intenté, con una pregunta, pero era tarde ya, estaban cerrando la última mesa y me quedé sin respuesta. A lo largo del día se había hablado de las tarifas bajísimas del sector, de la optimización de textos para conseguir mejor posicionamiento online y de otros temas similares. Así que mi pregunta fue: si como persona que escribe tengo que ceñirme a una extensión, si tengo que tener en cuenta cuestiones de SEO y de posicionamiento que me obligan a utilizar y repetir determinadas palabras en lugares determinados, a ceñirme a determinadas estructuras; si tengo que tener en cuenta que el lector se cansa rápido y debo ser ágil y ameno para no aburrirlo antes de tiempo, elegir temáticas que gusten a un público mayoritario, titulares con gancho; si, además, lo que cobro por el texto no me permite dedicarle más que un número muy limitado de horas si no quiero perder dinero ¿dónde queda el estilo?
Me preocupa mucho que dentro de 30 o de 50 años alguien mire hacia atrás y vea lo que escribimos. Me preocupa qué pensará: no más de 5 párrafos, un tono cercano y divertido, la palabra clave repetida más de 3 veces en las primeras cien palabras, párrafos cortos, que la gente se aburre… Creo que hay máquinas que hacen esto mejor que yo, sinceramente.
Y me aterroriza.
Entiendo la postura del editor, que necesita que el texto funcione; entiendo la del propietario del medio, que quiere ganar dinero, pero me cuesta mucho entender la postura del escritor que no se plantea esta cuestión.
Por eso, entre otras cosas, puse en marcha hace un año este espacio. Por eso me empeño en escribir largo. Por eso trato (aquí) de corregir poco. Porque quiero ser exactamente lo contrario de aquello.
Y es posible que lo haga mal, que me equivoque o que lo que escriba no tenga interés, pero tengo el derecho de hacerlo. Es decir, cuando me contratan para cubrir una necesidad, tengo que plegarme a ella y, en lo posible, mantener rasgos propios que son, por otro lado, los que hacen que me contraten a mí a no a otra persona. Al menos eso espero.
Pero cuando no es así hay que pelear por mantener un estilo; por escribir lento, largo, a veces denso. Hay que poner sobre la mesa obsesiones, temas recurrentes. A veces hay que pulir, pero otras es mejor dejar sin desbrozar. Porque eso es el estilo.
El estilo no es (sólo) optar por una frase más larga o más corta, no es buscar un ritmo o un tono. El estilo es elegir un tema que sea tuyo, sobre el que tengas algo que decir. El estilo es volver sobre ese tema quizás una y otra vez, viéndolo cada vez desde un lado diferente. Es estilo es, en realidad, algo tan sencillo como ser consciente de que no eres una máquina, de que no escribes para deficientes, y actuar en consecuencia.
Si hay algo que me preocupa es tratar, incluso cuando me tengo que ceñir a un género, a un formato, a una extensión, a un plazo y a un presupuesto es mantener algunos rasgos propios; intentar que alguien que me conozca y lea dos párrafos de ese hipotético texto me vea ahí detrás. No siempre se consigue, imagino, pero es el objetivo.
Me habría gustado que, en un congreso de escritores, se hablase de estilo. Porque eso es lo que diferencia la escritura de las matemáticas y, si perdemos eso, nos acercamos un poco más a ser el equivalente de una franquicia y no el equivalente a un restaurante con alma. Al menos así es como yo lo veo.
Ansiedad
Supongo que tenía que ocurrir en algún momento.
Estoy a punto de cumplir 47 años. Llevo hablando en público de manera frecuente como parte de mi trabajo al menos los últimos 15 años. Es algo que me pone un poco nervioso, pero que más o menos controlo. Si todo va bien durante el primer minuto, entonces irá bien.
Y, a pesar de ello, el otro día tuve mi primer ataque de ansiedad en un escenario.
Aunque en realidad no fue el primero.
Antes de este episodio, del que fui plenamente consciente un par de días después, hubo otros. Hace unos 15 días participé en Galicia Fórum Gastronómico, un evento que conozco desde hace más de una década, en el que tengo familiaridad con todo el equipo y en el que suelo conocer a muchos de los ponentes y a parte de los asistentes. No hay un escenario mucho más fácil para sentirse cómodo.
El primer día me tocaba presentar un taller pequeño a primera hora. Llegué con tiempo, saludé a todo el mundo, revisé el espacio. A los pocos minutos me puse delante del atril, lanzaron la música de arranque y saludé a los asistentes. Mi mano izquierda empezó a temblar de una manera extraña. No era un temblor nervioso. No lo parecía, vaya. Era un temblor lento y perceptible. Pensé que habría dormido en una mala posición sobre ese brazo y que, al ser primera hora, quizás se debía a eso. Agarré la esquina del atril con esa mano y seguí la charla.
Dos días después me tocaba clausurar el evento. Escenario principal. Estaba tranquilo. Presentaba a Javi Olleros, al que conozco hace décadas y con el que tengo una buena relación personal. Era una sesión homenaje, además, con lo que tiene de emotivo y de amable. El fin de fiesta. Arranqué y me falló un poco la voz. Pero arranqué. Y todo fue bien. Pensé que tenía que ver con el cansancio acumulado.
Llegué a Menorca con una tranquilidad absoluta. Tenía, además, unos días para repasar bien mi intervención. Un evento pequeño, no diré que entre amigos exclusivamente, pero sí con una gran cantidad de caras conocidas a las que tenía ganas de reencontrar. Me había preparado bien el tema, que es uno de los que me gustan, además. Antes de empezar hice lo de siempre, para calmar los nervios: estirar un poco las piernas, bromear con la gente del equipo técnico, controlar que el micrófono estaba bien y las notas en su sitio. Y salí al escenario.
Y me quedé mudo. Un segundo, nada más, quizás menos. Pero ¿recuerdas lo que decía de que el primer minuto tiene que ir bien? No fue bien. Así que me recompuse como pudey fui arrancando de nuevo, poco a poco, como cuando se te cala el coche, tratando de no pasarme y de que no se calase de nuevo.
Don’t wont to be a downer, but it’s one of my songs, what can I tell you? Y por eso Neil Young es NEIL YOUNG.
Y a los 10 minutos, caminando por el escenario, con el tema encauzado, de pronto sentí como si me colocaran una piedra enorme sobre el pecho, como si acabara de correr 400 metros a toda velocidad. No tenía aire. No era capaz de decir tres palabras sin ahogarme. Y ahí se quedó hasta el final. Pensé que tenía que ver con algo que había pasado, con algún gesto feo en el público, con alguna equivocación por mi parte. Y no es bueno que todo eso se meta en tu cabeza de golpe mientras estás hablando para un auditorio y siendo retransmitido en streaming.
Salí del paso, quiero creer. Por suerte la presentación apoyaba y, tirando de tablas conseguí hilar la cosa hasta el final. Supongo que algún asistente se habrá preguntado por qué estaba tan nervioso, pero eso es todo. Y lo dejé ahí. Qué raro, silo de hablar en público lo tengo más o menos controlado.
Hasta que me di cuenta. Pasa algo. Y voy a necesitar ayuda con esto. Es curioso, porque uno tiende a buscar motivos y, como es lógico, no los encuentra. No hubo ninguna experiencia traumática previa, no hubo señales de amenaza, no era un entorno hostil, no tuve que improvisar. Al contrario. Y, sin embargo, ahí estaba.
Hace tiempo que quiero ir a terapia. Soy consciente de que llevo encima una cierta sobrecarga ¿Quién no, con todo lo que está pasando? Hasta ahora se había manifestado de una manera mucho más tímida, que me hacía pensar que podía controlarlo o que acabaría por desaparecer con el paso del tiempo. He ido siendo consciente de ello porque se ha ido manifestando de una forma muy poco habitual en mí, con reacciones emotivas desproporcionadas. No han sido arranques de ira, que habría dado por seguro que serían mi deriva natural. Han sido ganas de llorar. A veces sin motivo, a veces por la causa más tonta. Ha sido esa sensación de la piedra en el pecho. Una piedra más pequeña que la del escenario del otro día, en ocasiones mientras escribo, alguna vez en una reunión.
Hasta que me lo encontré en Menorca, de frente y sin verlo venir.
De momento trato de verlo como un entomólogo ve a un insecto debajo de una lupa, intentando entender qué está haciendo y por qué. Está pasando, pero no sé por qué, no sé cuándo va a pasar otra vez y no sé con qué intensidad.
Más que miedo, que sorprendentemente no tengo, siento curiosidad. Una cierta indefensión, también, pero sobre todo curiosidad por los motivos, por los desencadenantes, por cuándo será la próxima vez. Espero ponerme con ello antes de que haya una próxima vez, aunque sé que está ahí y que cualquier día vuelve.
Es raro. Y, por favor, entendedme: no escribo esto buscando la compasión. No quiero dar lástima. Este no es un motivo para dar lástima, en mi opinión. Ha pasado algo, como a quien sufre un eczema, como a quien tiene una reacción alérgica. Es algo nuevo y que me intriga. No sé qué significa y voy a trabajar en ello. Eso es todo y, como afecta a mi faceta pública, creo que no está de más comentarlo.
Es realmente extraño cómo no he sido consciente de lo que estaba pasando mientras ocurría y cómo, pasado un tiempo, se me apareció como un fogonazo.
Y, sin embargo, no sé si por los mismos motivos, no sé si como reacción, estoy escribiendo a mejor ritmo que nunca en estos días. A un ritmo que hace un mes ni habría soñado. Quiero pensar que eso no afecta ni a la calidad ni al estilo. Pero es curioso.
En fin, seguiré contando.
La música, por cierto, la he ido colocando aleatoriamente. Aunque visto dónde ha caído algún tema, quizás no.
Gracias por seguir ahí una semana más.
Algunos enlaces
Cuando vi la Battersea Power Station me quedé impresionado. Había ido hacia la Tate Britain y volvía a mi hotel, en Lambeth. Y ahí estaba ese mastodonte que salía en la portada de un álbum de Pink Floyd.
El edificio fue construido en los años 30, en ese estilo art decó grandilocuente que tontea con la arquitectura fascista. Lo había visto en una película de The Beatles y en aquel disco (aparece también, entre otras, en las películas El Sentido de La Vida, Hijos de Los Hombres, Superman III o El Caballero Oscuro), pero no me lo imaginaba. El mayor edificio de ladrillo de Europa. Y estaba poco menos que abandonado desde 1983.
Después de casi cuatro décadas sin uso, el estudio Wilkinson Eyre le ha dado nueva vida. La zona está en plena reconstrucción, con edificios de Norman Foster y de Frank Gehry, la nueva embajada de Estados Unidos y hasta una estación de metro (Battersea Power Station), así que el proyecto nace con la intención de convertirse en uno de los ejes de este barrio recuperado.
Centro comercial, que es la parte que menos me interesa, viviendas, oficinas para cerca de 4.000 trabajadores, un ascensor-mirador en una de las enormes chimeneas. Y la recuperación de las antiguas salas de control como espacios para eventos.
Otro tema:
Soy un enamorado de los libros antiguos infantiles ilustrados. He comprado algunos para mí mi hija y no me canso de verlos. Por eso, este enlace que me envía Anna y del que probablemente hablará ella en su newsletter, me parece una preciosidad.
Lo que he escuchado
Esta semana no publico nada más, pero dejo aquí el enlace a Música para Carreteras Secundarias, en Spotify, en la que voy recogiendo toda la música de la que hablo en estos textos (y que se encuentra en esa plataforma, cosa que no siempre ocurre).
Agradezco mucho que compartas tu experiencia con la ansiedad, porque yo he estado viviendo un proceso similar en los últimos años, que se ha agudizado en los últimos meses. Tenemos vidas muy distintas (aunque ambos seamos historiadores del arte y nos dediquemos al mundo gastronómico), pero me he sentido identificada en varias cosas.
Esa sobrecarga que va en aumento, esa losa en el pecho, la falta de aire, quedarse paralizado de repente, reacciones emocionales muy fuertes de repente, ganas de llorar sin motivo o directamente estallar en llanto repentino, sin que parezca venir de nada... y el primer ataque de ansiedad gordo, paralizante, con taquicardia incluida, falta de aire, sin que haya un, aparente, desencadenante directo.
A mí me está afectando además físicamente a varios niveles que no parecen tener causa médica/física. Creía que eran tonterías y que era una quejica, que podía controlarlo. Pero he asumido que no.
Yo también he tomado la decisión reciente de ir a terapia y espero que, si das también ese paso, te ayude a comprender mejor qué te ocurre y a cuidarte, y sentirte mejor. Nada de lástima o compasión, pero como seguidora de tu trabajo tras tantísimos años, solo te deseo lo mejor.
Perdón por la turra, y gracias por seguir siempre compartiendo tanto.
Terapia Jorge. He convivido con la ansiedad y hay que tirar por ahí. Algo no va bien y tu cuerpo avisa, escúchalo porque el control es el mejor amigo de la ansiedad, la alimenta. Abrazo fuerte.