Nunca fui de los que sienten una atracción especial hacia Londres. Sí hacia algunos aspectos de su cultura, en particular el ambiente musical y creativo entre 1962 y 1997, aproximadamente, pero no tanto hacia la ciudad.
Las veces que he estado allí disfruté la visita, pero no acabé de encontrar eso que hace que tanta gente vuelva una y otra vez. Sé que es cosa mía y sé que tiene que ver con eso que ocurre también con las personas, con los libros o con los restaurantes: a veces encajas a la primera, sin decir apenas nada; otras, por mucho que te empeñes, la cosa no pasa de una relación cordial, de un sitio que está bien, pero al que si no vuelves tampoco pasa nada o de un libro que nunca más cogerás de la estantería.
Y es curioso, porque con toda la mitología de The Beatles, de David Bowie o del Britpop, con el halo del Cool Britannia -para lo que se ha quedado todo eso, ahora que lo pienso- bien podría haber encajado mejor, pero no fue el caso. Tampoco lo fue con París, por ejemplo.
Sí que me ocurrió, sin embargo, con Berlín, una ciudad con la que tengo muchos menos puntos de afinidad, en principio, y con la que, barrera idiomática de por medio, enganché tan pronto como me bajé del autobús del aeropuerto.
También es cierto que, por motivos que no acabo de tener muy claros, aunque el hecho de que mi padre fuese bibliotecario toda su vida profesional quizás tenga algo que ver, durante años recibí en casa cada tres meses la revista cultural del Instituto Goethe, una publicación gratuita que me llegaba en su edición en español y que devoraba porque hablaba de toda una serie de libros, películas y artistas que, en el 99% de los casos, no aparecían nunca en los medios españoles a los que tenía acceso.
Así descubrí, por ejemplo, a Slawomir Rawicz y su historia a caballo entre la realidad y la ficción, que acababa de reeditarse en alemán, o los entresijos de un krautrock, que aún me sigue dando algunos descubrimientos 30 años después.
Supongo que en todo esto hubo una cuestión de expectativas. De Londres había leído muchísimo; de Berlín, por su parte, bien poco. Y parte de lo que sabía estaba relacionado con Bowie, con Lou Reed o con Achtung Baby, ese disco que, a pesar de lo mal que está envejeciendo U2, me sigue pareciendo una maravilla de principio a fin.
Expectativas, descubrimiento, primeras impresiones. Valen para ciudades y para cualquier otro ámbito de la vida. Por eso insisto siempre en tratar de no seguir demasiado de cerca las tendencias y los consejos de los demás; en entender que son su opinión, su punto de vista en un momento dado y que el mío no tiene por qué coincidir. Y el tuyo no tiene, tampoco, por qué estar en línea con el mío, que es lo mismo, pero visto desde el otro lado.
Por eso suelo tener una cierta prevención sobre esos lugares a los que hay que ir, esos restaurantes que no te puedes perder, esas películas que hay que ver. Por eso mismo me cuesta tanto recomendar lugares. Qué fuente de decepciones suele ser todo eso.
Mañana desaparezco durante cuatro días. Me voy, no a uno de esos sitios obvios, más o menos de moda. Dentro de él, tampoco será a una de las zonas que todo el mundo te recomendaría. Nos vamos, simplemente. Necesitamos coger aire. Si abril está siendo una locura de trabajo y desplazamientos -afortunadamente, por otra parte- mayo va a ser bastante peor y junio empieza a parecérsele.
Nos hace falta desconectar para conseguir llegar al verano, con el que todo se para de golpe, sin grandes daños.
Quien dijo aquello de que si eliges un trabajo que te guste no volverás a trabajar un día de tu vida mentía. Tenía, me temo, la intención de que trabajes más con el pretexto de que te gusta.
Verás, no: a mí mi trabajo me gusta, y es una suerte, pero lo que disfruto de verdad es estar con la gente a la que quiero, poder organizar mi tiempo como a mí me parezca y dedicarlo a cosas que, por lo general, son poco productivas. Mi trabajo es trabajo, ni más ni menos. Es mucho más agradable que tantos otros y lo he elegido yo, pero no por eso deja de ser un trabajo. Me gusta, acabo de llegar de un viaje y tengo varios en agenda, lo cual, sobre todo por comparación, es una suerte, pero eso implica que hoy, sábado, llevo desde las 09:30 sentado delante del ordenador. O que hace 15 días que no veo a mi hija. Quien te diga que eso le gusta, miente. O todavía no se ha enterado.
Así que, sí, mi trabajo es un privilegio, pero precisamente porque lo es nunca acabo de desconectar, lo cual es, en cierto modo, una maldición. Por eso me voy, aunque sé que no desconectaré. Necesito, al menos, no estar pendiente de teléfono, whatsapp, facturas y plazos durante unos días. No muchos, pero sí los suficientes.
Veremos si soy capaz. Cuidado con lo que deseas.
Hablamos a la vuelta. Gracias por seguir ahí una semana más.
Lo que he visto
The King (David Michôd, 2019). Esperaba más. Es lenta y le sobra metraje. No te diría que huyas de ella, pero es perfectamente prescindible.
Lo que he escuchado
Siempre he pensado que la salida de David, el hermano pequeño de los Knopfler, de Dire Straits fue una pérdida importante. Con su marcha llegó el que para mí es el mejor disco de la banda, Making Movies, pero también comenzó la deriva hacia todos los excesos posibles del rock de los 80, el siempre un poco más de teclados, de sobreproducción y de himnos de estadio.
Escuchar sus discos en solitario es un tanto agridulce, porque por un lado ves, o crees ver, su aportación al grupo en aquellos primeros discos; por otro, no puedes evitar ver cómo, más de 40 años después, sigue con un ojo en la que fue su banda.
Aún así, siempre me gustó.
Hola Jorge,
Altamarea acaba de reeditar un libro que creo que te interesará: "Contra los gourmets" de Vázquez Montalbán. https://altamarea.es/producto/contra-los-gourmets/
Enhorabuena por tu trabajo.
Para mi Berlín es muy sí. ¡ Me encanta ! Hubo un tiempo en mi vida en que tenía bastante contacto con Alemania, y a Berlín habré ido tres o cuatro veces. Siempre alojado en la zona este, que en aquel tiempo todavía tenía notables diferencias con la oeste. Abrir la puerta del vagón de metro a mano (brazo), como quien abre las puertas del averno, por ejemplo :-D El tranvía (para mi, desde entonces, siempre "tram") era todavía como el de la película "Cortina rasgada" y el barrio olía a cerveza, porque había una fábrica pequeñísima que la elaboraba.
... y que suelo decir que debo tener cara de cachorro mojao, porque me adoptan rápido. Sin hablar más que dos o tres palabras en alemán (con el tiempo mejoré) hablaban conmigo. Era fácil comunicarse con ellos. Personas amables y abiertas. Que incluso un día que estaba pocho, en un local en que paramos a cenar, y yo no quería tomar nada, la persona que regía la cocina me vino con un tazón de caldo porque me había visto mala cara.
Mi inclinación a ayudar a los turistas despistados que me encuentro por Madrid creo que viene de lo mucho que me ayudaron los berlineses que me encontraban perdidísimo.