Barrios
Ayer caminé 14 kilómetros. De ellos, más de 10 por el barrio de Agra do Orzán, en A Coruña. No es el barrio más bonito de la ciudad ni el más céntrico, pero es uno de los que más me interesan.
A Agra do Orzán es uno de los distritos de España con mayor densidad de población. Calles estrechas y edificios relativamente altos que se levantaron en los años 60 y 70 en los alrededores de la carretera de Carballo para dar cabida a la nueva población que llegaba a la ciudad de diferentes zonas de Galicia.
Eso llenó el barrio de tabernas con nombres de localidades de aquí y de allá -Pino de Val, Monforte II, As Neves, Visantoña, Ordes- y, poco después, de locales de emigrantes retornados -Calzados Emigrantes, Río de Janeiro, Auckland, Offenbach, Parrillada Buenos Aires, Bar París-. Son el equivalente al Palentino, al bar Sanabria y a tantos otros que había en Madrid o Barcelona.
En los últimos años, A Agra está cambiando. Cuenta con una importante comunidad senegalesa y hay también peruanos, ecuatorianos, marroquíes, uruguayos, brasileños y, según un censo que vi en algún momento, más de 30 nacionalidades diferentes. Y con ellos aparecen el restaurante Mamá África, la taquería Los Farolitos, O Boteco da Tininha o la bandeja paisa de La Churre. Gracias a esos lugares puedes tomarte un Porteñito en El Emporio de Los Sandwiches, comprar huacatay fresco en algún antiguo ultramarinos reconvertidos y hacerte con verduras asiáticas en el Supermercado Amigo.
No es el barrio más bonito, pero es un libro de historia contemporánea de la ciudad abierto para quien quiera leerlo: la llegada desde el ámbito rural en los 60, el crecimiento en los 70, los problemas con las drogas en los 80, el envejecimiento en los 90, los nuevos pobladores ya en el siglo XXI. Todo con sólo darte una vuelta, a poco que te fijes en los rótulos de las tiendas, en los locales cerrados y en el ambiente por la calle.
Si no has estado nunca en A Coruña no te diría que esta tenga que ser tu primera visita, pero en una ciudad en la que viven 12.000 personas en el distrito 1, esa zona centro que todos visitamos y en la que hacemos las fotos siempre que vamos, y casi 70.000 residen entre A Agra y la vecina Sagrada Familia, si quieres conocer cómo es A Coruña en realidad, vas a tener que pasarte por allí.
En cualquier caso, el tema de hoy no es A Agra sino ese empeño que tenemos en agarrarnos a los tópicos. A Coruña es lo que nos han dicho que es, lo que queremos ver y no lo que es en realidad. Es monumentos, postales, zonas ajardinadas y eso que solemos definir como el Efecto Inditex y que en muchos casos no es más que humo bastante caro y aún más efímero. Y lo es, es verdad, en un porcentaje mínimo. Pero hay todo un mundo ahí, alrededor.
Como ocurre con casi todo en la vida. Solemos tener una idea de todo basada en tópicos, en lo que nos han dicho, en imágenes seleccionadas para ajustarse a esa idea predefinida. Y, sin embargo, si conseguimos separar esa cortina, detrás suele haber mucho más.
¿Un ejemplo? Esta semana trabajé en unas mesas redondas sobre el cocido de Lalín. Por supuesto, todos los de aquí -los de Lalín y los de más allá- estában convencidos de que el cocido de esa localidad es una realidad universalmente conocida y valorada. Los de fuera se miraban, extrañados, y se empeñaban en repetirles que no, que en realidad, no es tan conocido fuera de Galicia, lo que no les hizo ganar demasiados fans, me temo. Yo, por mi parte, cuando viví fuera me harté de responder a la siguiente pregunta: Ah, entonces es como el cocido maragato ¿no? Me temo que los maragatos no tienen que explicar su cocido en diciendo que es parecido al de Lalín. Y eso hace que uno sea más conocido que el otro, por lo que sea y que quizás debiésemos pensar sobre por qué es así y qué se puede hacer al respecto. Pero ese no era el tema. Hablaba, en realidad, de cómo esa lámina que vamos construyendo a base de tópicos que repetimos sin pararnos a cuestionarlos nos envuelve e impide que veamos lo que hay más allá.
Con frecuencia hablo, cuando hablo de gastronomía, del efecto milhojas. Solemos ver la capa de hojaldre espolvoreada de azúcar por encima. Pero si nos quedamos ahí, nos perdemos lo verdaderamente interesante, que es la sucesión de capas: nata, quizás crema, hojaldre, nata, hojaldre… El milhojas, en realidad, es eso, la suma de capas que, por sí solas, serían mucho menos interesantes. Y si te quedas sólo con la capa superior de hojaldre no te estarás enterando de nada.
Grosellas y nostalgias
Hoy desayuno grosellas rojas. Una incorporación a la dieta que me recomendó el médico. No las grosellas en concreto, sino frutos rojos. Siempre que puedo me hago con una tarrina. No son baratas, pero son un desayuno saludable y una puerta a la infancia. Todo ventajas.
Mi abuelo tenía en la casa de Boiro dos matas de grosellas: una de grosella roja y otra de lo que luego supe que, en realidad, eran uvaespinas. A mí me tenían encantado, aunque apenas daban fruto. Me pasaba días visitándolas, al fondo de la huerta, para ver cómo crecían una docena escasa de bayas que, con frecuencia, se comían los pájaros antes que nosotros. Si la cosa iba bien, después de unas semanas llegaba a probar tres o cuatro. Es posible que, en total, no haya comido más de una docena de grosellas de aquel arbusto.
Pero da igual: aquellas bayas que en los 80 era imposible encontrar en supermercados eran mágicas. Me hacían pensar en el libro de los gnomos, que me encantaba, en libros de naturalistas que escribían desde Holanda, desde el Reino Unido y que a mí, con varios tíos biólogos y botánicos con los que convivía en verano, me atrapaban; en todo un imaginario de un norte de Europa de bosques, bayas, setas, trolls y seres fantásticos que iba fraguando en mi imaginación sin demasiada conexión con la realidad.
Sigue pasándome cada mañana, siempre que encuentro grosellas. Aunque sepa que ese imaginario no existe. No al menos como yo lo había pensado. Aunque sepa que la nostalgia -y si me lees con frecuencia sabes que, si hablamos de nostalgia, voy servido- puede ser, en realidad, un cierto peligro.
Hace décadas que se teoriza sobre la relación entre lo reaccionario y la nostalgia, sobre el papel inmovilizador de la nostalgia y sobre su uso interesado. Pablo Simón escribía hace un tiempo sobre su aplicación política. Santiago Alba Rico, por su parte, lo rebate hasta cierto punto en un interesante texto sobre la película Alcarràs.
“Los reaccionarios son vampiros de la nostalgia”, escribía Montserrat Dameson, “porque en realidad son pesimistas crónicos, traficantes de los recuerdos”. “La nostalgia es una respuesta a la sensación de pérdida que lo envuelve todo”, según Pere Paris. Y por eso se presta a ser utilizada de maneras bastante peligrosas.
Y sin embargo todos nos recreamos en los amigos y los lugares de otro tiempo. Aunque jugueteamos, en realidad, con la idea de aquellos sitios y aquellas personas, más que con lo que fueron en realidad. No querríamos volver, seguramente no tendríamos mucho que decirnos con la mayor parte de aquella gente. Por algo llevamos más de 30 años sin vernos. Aquella fiesta épica fue en realidad, seguramente, un coñazo. O bastante ramplona. Y en el fondo lo sabemos, pero nos gusta pensar que no. Y que nosotros formamos parte de aquello. La nostalgia es, realmente, una grandísima ficción que nos vamos construyendo y en la que nos encontramos a gusto.
Lo mismo ocurre con la cocina de toda la vida que tendemos a mitificar y que no deja de ser una forma más de nostalgia. Es muy posible que si hoy pudieses volver a las empanadillas de tu abuela te pareciesen bastante del montón, sobre todo si eres capaz de dejar a un lado la parte afectiva. Pero son las de tu abuela. Así que han dejado de ser simplemente empanadillas para ser algo más, un vínculo afectivo, un anclaje con un momento en el que fuimos felices y al que no vamos a volver, un lugar seguro en el que todo era menos complicado. Y eso está bien, mientras sepamos que, en realidad, esas empanadillas no eran tan buenas, mientras nos limitemos a juguetear con la nostalgia y no la convirtamos en algo más.
Cuando uno llega a los treinta años descubre dentro de sí la capacidad de recordar, escribía Ingeborg Bachmann según un texto de Enrique Rey que me acabo de encontrar por casualidad mientras revisaba esto.
Y yo que venía solamente a desayunar un puñado de grosellas.
Muchas gracias por seguir ahí una semana más.
Lo que he leído
Esta semana he terminado Un Viejo que Leía Novelas de Amor, de Luis Sepúlveda. Está bien, se lee casi de un tirón. No me volvió loco, pero me ocurre como con tantos libros similares, herederos en cierto modo del realismo mágico latinoamericano: no los termino con la sensación de haber disfrutado muchísimo. Pero sin embargo vuelvo.
Lo que he visto
Volvía a ver Lifeforce, de Tobe Hooper. De pequeño me impresionó mucho y quería ver si seguía siendo así. La nostalgia de nuevo. Vampiros espaciales que convierten en algo similar a zombies a sus víctimas en Londres. No sé yo. Pero, bueno, si no la has visto, no está mal para una noche tonta.
Lo que he escuchado
Nick Drake fue un cantautor británico. Perteneció a la misma generación que James Taylor, del que ya he hablado aquí en alguna ocasión, de un Donovan que tiende a parecerme sobrevalorado, aunque en España fue infinitamente más conocido.
Falleció a los 26 años. Y que hubiese escrito cosas así antes pone los pelos de punta.
Con este concierto me explotó la cabeza. Yo estaba metido en el grunge de cabeza y Alice in Chains estaban ahí, pero en España no eran, ni de lejos, los más mediáticos. Había escuchado su disco Facelift y me encantaba, porque era grunge, pero de alguna manera estaba más cerca del metal.
Y de pronto salen con este acústico. Qué buenos eran y qué pena que Layne Staley muriese tan pronto.
Por cierto, si os interesa, que hay gente para todo, tenéis la lista Música para Carretera Secundarias en Spotify con los 124 temas de los que he hablado aquí hasta el momento. La actualizo semanalmente.
Fantástica reflexión o relato de la nostalgia o como quiera que lo llames.
Reconozco todos y cada uno de los pasajes que describes.
Estoy super de acuerdo con el efecto milhojas de la gastronomía! Que optima metáfora para definir lo que es hoy la gastronomía (o a lo mejor lo que siempre fue!)