Hace unos días, Lakshmi Aguirre escribía en Bonviveur sobre esas cosas que todos sabemos y nadie dice. Hablaba del sector de la prensa gastronómica, aunque podría haber hablado de casi cualquier otro contexto. Siempre hay basura debajo de la alfombra que nos empeñamos en asegurar que no está ahí.
Pero Lakshmi hablaba del sector gastronómico, en el que también hay de eso, y bastante, y en el que los silencios son a veces estruendosos. Es interesante ver cómo hay momentos que se definen casi más por lo que no se escribe que por lo que finalmente se decide contar, otro lado del espejo que a veces parece más grande que este en el que estamos.
La cuestión, en cualquier caso, no era esa, aunque nunca esté de más volver a ella. La cuestión era, en mi cabeza, que Lakshmi es una de esas escritoras a las que vale la pena leer. Hay gente que trabaja el tema, que investiga y que es interesante por lo que cuenta. Lakshmi, por su parte, se centra en el cómo, sin que lo que cuenta deje de importar. Lees cualquier cosa suya y ves el esfuerzo por contarla de ese modo. Puedes empezar el texto a ciegas y, después de dos líneas, sabes que es ella. Y eso no es tan frecuente en este gremio.
Me gusta esa voluntad de estilo, la conciencia de que estás escribiendo, como quien esculpe en piedra. De alguna manera representa algo que está pasando y que me fascina, porque pocas veces asistimos al cambio en directo y creo que es algo que estamos haciendo ahora mismo.
Me gusta lo que está ocurriendo porque habla de esos universos paralelos que enriquecen a quien escribe. En este caso sobre gastronomía, pero es algo que, aunque me asomo menos a ellos, veo en gente que escribe sobre música o sobre cultura.
Venimos de años -décadas- en la que lo que solía triunfar era el monje monotemático, el que vivía y respiraba solamente para un tema, como si no hubiera nada más en el mundo. Quien escribía sobre gastronomía, escribía sólo sobre gastronomía, sólo iba a restaurantes (a los mejores, siempre. Esto se da por supuesto), llenaba sus textos exclusivamente con referencias gastronómicas y se codeaba solamente, adivina adivinanza, con gente del ambiente. Lo que viene siendo un coñazo de toda la vida de nuestro señor. Pero ahí estaba.
Había alguno que jugó al malditismo, a ese malditismo que huele a la mezcla de garrafón, sudor de la víspera y detergente barato de muchos bares de copas antes de llenarse, pero volvía sobre lo mismo, una y otra vez. Las mismas matracas que parecían los adornos de un árbol de navidad: al principio te deslumbran los brillos y los colorines, pero cuando vuelves a mirar, lo que hay debajo es un árbol igual a todos los demás. Siempre el mismo árbol. Bukowski molaba cuando teníamos 14 años. Ahí empezó a dar lástima.
Era otra época. Pero las épocas pasan, nos guste o no, así que más nos vale que nos guste. Aunque sólo sea porque lo contrario es el concierto del Dúo Dinámico en Benidorm, en el que todos fingen vivir en una época que ya no existe. Palmadas al ritmo de “el final / del verano / llegó / y tu partirá-as”, fajas y Sintrom. Y a las ocho, sesión de zumba junto a la piscina.
Hay ya toda una generación que lo ve de otro modo. No es que antes no hubiera gente así, aunque fuesen casos aislados; no es que no haya gente de entonces que tenía un discurso antes y ha sabido leer el entorno al ritmo al que este iba cambiando. Claro que la hay. Pero eso no hace una generación.
Una generación no está formada por excepciones. La compone gente que tiene algo en común que la diferencia de generaciones anteriores. Y hay dos cosas que están definiendo, en mi opinión, a estos nuevos escritores: los universos paralelos y la aversión a los ídolos.
Carlos G. Cano tiene, al menos, tanto interés cuando habla de música como cuando habla de Gastronomía. Rosa Molinero… ¿Cómo defino lo que hace Rosa? Me gusta la capacidad que tiene para huir de lo que está bajo el foco gastronómico y encontrar cosas interesantes en los resquicios en los que no muchos habían mirado antes.
Julia Laich, que es capaz de escribir sobre repostería y anarquistas al mismo tiempo y conseguir que el texto funcione. Inma Garrido, de la poca gente que consigue hacerme reír en voz alta con sus textos con cierta frecuencia.
Alberto G. Moyano, que estaba ahí, con su En Ocasiones Veo Bares, mucho antes que otros.
Laia Shamirian y el trabajo sobre las raíces y los orígenes en su newsletter, La Picaeta, que buena falta nos hacía quitarle un poco de gravedad a todo esto; Isabel Torres y su Table Times,el equipo del proyecto Mmm, María Nicolau...
Nada que no esté pasando también en otros países: la revista portuguesa Farta de la que hablaba en el último texto, el proyecto ¿A Qué Sabe el Futuro? en México, la revista Muyuyo de Karlha Echevarría en Ecuador. O la alemana Jessica Jungbauer, que tras los confinamientos decidió mudarse con su pareja a una furgoneta y ahora escribe desde cualquier lugar de Europa. José R. Ralat, desde Texas, la revista Mold. O Alicia Kennedy, seguramente la más popular ahora mismo.
El otro día una alumna que tuve en el master del Basque Culinary Center me escribía y me hablaba de un foodzine que tiene en mente. Ya hay una segunda oleada de esta generación llamando a la puerta, más vale que nos enteremos.
Mi amigo Albert Molins escribió un texto en el que hablaba de toda esta gente (y de algunos otros) como Los Jóvenes Bárbaros. Me colocaba entre ellos. No sé yo.
Yanet Acosta, que se define a sí misma como la más joven de la vieja escuela, me presentó como el más viejo de la nueva escuela. Y me gusta, claro. Pero ella está ahí y es responsable de que mucha de esta gente esté escribiendo como está escribiendo. Está ahí como está Mònica Escudero, como está Mikel Iturriaga, como estaba Mar Calpena, que espero que vuelva a escribir pronto sobre gastronomía, como está Anna o como está Iban Yarza ¿Hay algo más moderno que lo que hizo Iban con el pan hace 10 o 15 años?
Jesús Terrés y su neo-mediterraneismo ¿Dónde encajan, en una o en otra? Es otro de los que llevan años construyéndose su imaginario, un poco al margen. He hablado de ellos y de este tema otras veces. Y volveré a hacerlo, porque vale la pena.
¿Somos el eslabón necesario para que las cosas hayan cuajado ahora? No lo sé, pero en esa generación que hoy se mueve entre los 40 holgados y los 50 había ya signos evidentes de otros intereses y otros enfoques.
La foto no tiene nada que ver, pero la hice estos días. El verano en el norte.
Y esto no invalida a nadie, ni tonos, ni enfoques, ni actitudes. La época anterior nos trajo hasta aquí. Esta nos llevará a otra. Son fases necesarias y de todas he aprendido mucho. Es fácil criticar ahora, después de 20 o de 40 años. Como será también sencillo criticar los excesos de quienes ahora nos parecen modernísimos cuando lo hagamos en 2050. Que lo haremos, eh.
Lo importante no es si estos bien y los otros mal. Si te quedas con eso, yo te diría que vuelvas a leer desde el principio, que igual te has perdido algo.
Lo importante es el proceso de cambio, el hecho de que la escritura, también la gastronómica, es algo fluido. Me interesa ver cómo, a través de esta gente, se entremezcla con la música, el diseño, el cine, el urbanismo, la vida de barrio; cómo se asoma más que nunca antes por aquí a todo lo que pasa en el ámbito gastronómico en otros países.
Ayer Anna me insistía en que un porcentaje muy alto de esta gente a la que menciono son mujeres. Un porcentaje mucho más alto de lo que venía siendo habitual hasta ahora. Se corresponde con la realidad: este año he dado clase presencial en dos Master sobre comunicación gastronómica, en Bilbao y en Cádiz. Diría que no más del 15% del alumnado era masculino.
¿Por qué? No lo sé, aunque tengo algunas hipótesis perfectamente discutibles. La primera es que nosotros tendemos (ya estamos con las generalizaciones) a replicar más un modelo anterior ya establecido. El tono, el enfoque y el tema suelen parecerse más a los de la época precedente. No sé cuál es el motivo, pero es algo que creo que puedo defender con argumentos.
No sé si es que nos gusta replicar modelos, si nos llama la atención más el liderazgo o la autoridad. Si es así, tampoco tengo muy claro por qué, pero es curioso. Imagino que la educación tiene algo que ver. Venimos de dónde venimos, nos han formado en que hay que ser el mejor del equipo, el que más grita de la pandilla, el que más gusta a las chicas. Hay que triunfar y que se sepa. La atención para nosotros. Todita.
Leía el otro día a alguien que lo explicaba en otros términos: pasarte todos los recreos de tu etapa de formación dando patadas a una pelota en el centro del campo o pasártelos a un lado del patio, con cuidado de que no te den un balonazo, puede acabar por establecer algunas diferencias de actitud frente a la vida.
Y aunque yo era más de baloncesto, y estoy seguro de que hay cientos de matices que se podrían introducir en el debate, estoy de acuerdo, en principio.
Lo cierto es que, si te asomas a redes, ellos tienden más al alarde, a la dificultad y al sacar pecho. Mira a ver quién presume más de los langostinos y el caviar que se toma casi a diario, de las botellas que ha bebido el último fin de semana, del arroz de capa más fina (con todo el respeto a quien lo hace bien, espero que se me entienda), del chuletón más al punto o quien descorcha champagnes con sable como nadie y no dejes que te lo diga yo, que soy un liante y me embrutezco: haz un Excel y mira los datos.
Un inciso: tengo una duda con lo de los arroces de capa cada vez más fina. Lo explicará con una duda similar que tengo con el récord de velocidad en los 100 metros lisos: 10.40 Jesse Owens, 9.86 Carl Lewis, 9.72 Asafa Powell, 9.58 Usain Bolt… ¿Y Luego? ¿Llegará a correrse esta distancia en 8 segundos? ¿En siete? ¿En cinco? ¿Hay un límite físico? Supongo que sí, porque lo contrario sería implicaría ir reduciendo los tiempos hasta que alguien haga marcas negativas, hasta que corra los 100 metros en -0.85 y llegue a la meta casi un segundo antes de que se dé la salida. Pagaría por verlo. Con el arroz pasa lo mismo: una vez que lleguemos a la capa perfecta de un único grano de arroz ¿Qué? ¿Vamos a por el medio grano, a por los tres cuartos? ¿Nos pasamos a granos más pequeños? Y, sobre todo ¿Para qué?. Sí, soy consciente de que llevo la cosa hasta el absurdo, pero sólo estoy llevando la tendencia un pasito más allá. En fin, seguimos.
Continuamos ahí, mayoritariamente. Y en esta explicación sociológica de baratillo, con todos los flecos posibles, que esto es una newsletter escrita del tirón y no una tesis doctoral, creo que mucha gente no se ha dado cuenta de que, si vas a rebufo de lo que hacían otros es posible que te quedes siempre en el segundo plano, porque en el primero ya están ellos.
Mientras, ha aparecido otra generación que ha visto un hueco en esas cosas a las que tradicionalmente no se les prestó tanta atención, que habla menos del último delivery de calidad relativa y precio proporcionalmente alto sólo por el hecho de tener detrás un nombre que fue influyente en todo esto en algún momento y más, quizás, de productores, de bares de barrio, de la cocina de comunidades que rara vez están en el primer término; de veganismo, de bienestar animal (o laboral, que mira que cuesta hablar de esto y aquí está visto que todo el mundo lo hace todo por el libro); de panes antiguos, de recetas recuperadas, de recetarios; de restaurantes que nunca serán el primero del ranking, pero a quién demonios le importa eso, si se come bien, trabajan a gusto y aportan vidilla a su zona de la ciudad.
Me interesa mucho más saber si hay alguien haciendo una pizza estupenda en A Baña y por qué está allí -lo hay, por cierto- que la séptima vez que me explican que Dabiz se va a un sitio aún más exclusivo al que la mayoría de los que leen sobre esto nunca irán.
Es un tema complejo, lo sé. Es posible que me equivoque, también lo sé. Por suerte, no soy el líder de ninguna secta, así que puedo permitírmelo.
Todo esto me sirve, simplemente, para decir que hay que leer más, también a la gente más joven, también a quien no escribe en cabeceras importantes. También a quien nos lleva la contraria. Y que la vida sigue, las cosas cambian y eso es lo mejor que nos puede pasar.
Gracias por estar ahí una semana más.
Algunos enlaces
Hay personajes que me resultan incómodos, quizás por eso que decía en el párrafo anterior de leer a quien te lleva la contraria. No comparto con ellos, probablemente, ideología o puntos de vista sobre algunos temas; veo a veces la búsqueda de la provocación, que es algo que no me encanta, porque creo que la provocación no es algo que haya que buscar. Si acaso, se encuentra. Y sin embargo, reconozco en ellos un valor.
El caso extremo lo pongo en Borges, que representa muchas de las cosas que ideológicamente detesto, que es la encarnación de una cierta manera de entender la intelectualidad que me cansa y me desagrada a partes iguales y, aún así, si tuviera que elegir a un único escritor, lo elegiría a él.
Hago una diferencia muy clara entre ellos, gente con la que puedo tener diferencias enormes, pero a la que puedo leer, y aquellos otros con los que discrepo y, además me resultan insoportables, quizás porque han llegado a ser convertidos en símbolos y han asumido ese papel. A veces, incluso, creo que con gusto.
En fin, entre esta gente que consigue provocarme algo de rechazo y cierta curiosidad en ocasiones están, seguramente, Luis Alberto de Cuenca, César Antonio Molina, Juanjo Millás, Manuel Vicent o Félix de Azúa, al que en Jotdown le han dedicado un reportaje en dos partes que vale la pena leer sabiendo que es posible que no te encante lo que en él se dice.
Lo que he visto
¿Qué pasó entre tu padre y mi madre? Billy Wilder clásico, que es lo mismo que decir ritmo y un humor que, aunque en parte haya envejecido, sigue funcionando. Y un Jack Lemmon que cuanto más tiempo pasa, más convencido estoy de que es uno de mis actores favoritos.
Una de esas películas que fueron víctima de unas traducciones de títulos grotescas: Con la Muerte en los Talones (North by Northwest), Con Faldas y A Lo Loco (Some Like It Hot) o esta, que tiene el título original de Avanti!
Lo que he leído
El Desastre del Essex, Hundido por una Ballena es la transcripción de los diarios de algunos de los supervivientes del naufragio del Essex. Su historia dio pie a que Melville escribiese Moby Dick y, más allá de los detalles truculentos, es tremenda. Es uno de los motivos de que Nantucket sea uno de mis viajes pendientes.
La edición que tengo está agotada y no es barata de segunda mano, pero hay otra más reciente.
Hace unos años Ron Howard hizo una versión cinematográfica que, sin estar mal, cae a veces un poco del lado de lo ñoño.
Lo que he escuchado
He vuelto estas semanas sobre cantautores americanos de los años 70. Empecé por Warren Zevon, uno de esos nombres que a muchos nos suenan, pero a los que no conseguimos asociar una música. Anna me hablaba de que el arranque de All Summer Long, de Kid Rock, estaba tomado de él, así que empecé a curiosear.
Y, efectivamente, ahí está Werewolves of London
Que me gusta más en la versión de David Bowie
Y de ahí a Loggins & Messina, Leon Russell, Dan Fogelberg y finalmente Springsteen. A Springsteen llegué en 1985 a través del hermano de un amigo cuando lanzó Born In The USA y el primer disco suyo que me compré, porque estaba de oferta en la tienda de discos que hubo durante un par de años en mi calle, fue The Wild, The Innocent And The E Street Suffle.
No tenía nada que ver con todos aquellos sintetizadores y saxofones que tenía en la cabeza, pero estaba lleno de cosas tan estupendas como este 4th Of July, Asbury Park (Sandy).