Domingo
Salgo de casa después de comer. Me gusta conducir solo, al menos los primeros cientos de kilómetros.
Viajando desde Santiago da igual hacia dónde vayas, la carretera resulta conocida. Las opciones son limitadas: al norte y al oeste está el mar, al sur la frontera, que hace tiempo que no es una barrera, pero que de alguna manera sigue funcionando como un límite que se cruza con menos frecuencia.
Eso quiere decir que, vayas a donde vayas, si lo haces por carretera saldrás hacia Guitiriz-Vilalba-Asturias, Lugo-Ponferrada-Astorga o Ourense-Verín-Sanabria. Los primeros 200 kilómetros te los sabes de memoria, luego ya veremos. Sabes en qué bar parar, qué gasolinera te conviene, dónde hay un sitio para descansar unos minutos a la sombra y qué áreas de servicio tienen el peor café o los aseos más sucios.
Ya no tomo café en casa, pero tras una mañana trabajando, con tres horas y media de carretera por delante y una noche que previsiblemente será larga, me animo. En Teixeiro, en la cervecería Norfolk, en la que siempre paro. Después de unas semanas sin probarlo, casi noto como me corre por las venas. No te das cuenta de lo enganchado que estabas a algo hasta que lo dejas.
Vuelvo a Asturias y vuelvo al Real Balneario de Salinas. Qué sitio tan especial. No es un restaurante para todos los días, pero vale la pena conocerlo por su ubicación, por sus vistas y por su cocina. Sentarse a la mesa del Balneario es lanzarse de cabeza al Cantábrico, es explorar las raíces de la cocina contemporánea asturiana -esa lubina al champagne es, con su más de medio siglo en carta, historia de la cocina española- y dejarse llevar en un recorrido por el producto.
Soy gallego, mis dos abuelas eran de las rías. No es fácil impresionarme con pescados y mariscos -no es fanfarronería, es que son algo muy de andar por casa para nosotros-. Y menos aún lo es hacerlo fuera de Galicia. Pero en el Balneario lo hacen. Cada vez. Con cada plato. Cuánta tontería respecto a “lo mejor del mundo” te quitan sitios como este.
Lunes
Día de kilómetros por el occidente asturiano. Arrancamos en la Pastelería Cabo Busto. Apúntala para cuando pases por la zona, si no la conoces, porque es otro de esos rincones con encanto que te encuentras aquí y allá en Asturias. Compra algo aquí y acércate a comerlo al cabo, apenas a un par de kilómetros, asomado al acantilado.
Luarca, cetáreas centenarias. Mesón el Centro, en Puerto de Vega, y volver a charlar con Mari. Qué bueno el salpicón de ñocla (buey de mar). Lonja de Avilés. Isaac, del Real Balneario, me va señalando a sus proveedores, comenta los lotes, uno por uno. Y de aquí nos vamos al Cabo Peñas, a hablar con el percebero que surte al restaurante.
Termino el día en Auga, en Gijón. Qué agradable es siempre esta ciudad y qué pena que se quede siempre a la sombra de Oviedo.
Martes
Madrugo y a la carretera ¿Es la de Asturias una de las autopistas más bonitas de España? Puede ser. Vale la pena parar en el área de servicio de Luna, nada más entrar en León, a pesar de lo malucho del café, aunque sea solamente por las vistas. Algo más abajo hay un mirador sobre el embalse, con las montañas al fondo, pero bajando hacia la meseta no puede accederse a él.
Mensajes de audio y kilómetros. Salí de Asturias a 15º, hace ya 25 ¿Por qué Google Maps se empeña en llamar Benavente Highway a ese tramo de autovía cerca de Moreruela? Zamora, tapeo. El Lobo está cerrado, así que hoy no hay pincho. Bar Caballero. No son los más simpáticos, pero sus figones, sus crestas, su lengua o sus cachuelas hacen que la parada valga la pena. Zamora es esto. Seguimos. Ávila. Rondamos ya los 32º. La catedral es fresca y la visita merece que se le dedique un tiempo. Callejeamos hasta que el calor nos vence y seguimos la ruta. Cruzamos la sierra por Las Navas del Marqués. Noche en la periferia de Madrid.
Miércoles
Desayunamos en el polígono Cobo Calleja. Si la otra vez había sido un bar marroquí, en esta ocasión nos recomiendan un restaurante chino que sirve desayunos. Es otro mundo. No sé qué se pide ni cómo se pide. Finalmente, alguien nos orienta por whatsapp: pides en caja ¿Qué pides? Más o menos lo que te han dicho que se pide a esa hora. La carta es extensa y los precios son bajos.
Con mi ticket en chino me voy a otro mostrador. Me sirven leche de soja dulce y caliente, mi youtiao (parecido a un churro gigante y sin azucarar) y mis bollos al vapor rellenos de carne y verdura. Curioseo por las mesas tratando de ser discreto. La gente desayuna sopas, pastas, tortas rellenas de verdura, otros bollos.
Y me doy cuenta, otra vez, de que hay todo un mundo ahí fuera y que en buena parte está también en Madrid. No sale en las revistas, no es la noticia más vista y rara vez se asoma a tu Instagram. Pero qué maravilla.
Tenemos que hacer tiempo, así que paramos en Aranjuez. El palacio es una belleza, pero como todo lo que gestiona Patrimonio Nacional, el acceso es caro y la sensación es siempre entre desganada y no particularmente afable.
No diré que la visita no valga la pena, pero hay que venir preparado para las restricciones, las alfombras enrolladas, el no haga fotos, no toque, circule, la mochila delante, ese acceso está cerrado. La señalización es más bien escasa. Hay sillas apiladas en la capilla.
Nos vamos al mercado. Aquí, al menos, nadie me da indicaciones con desgana ni me prohibe cosas. Y de allí a La Guardia. Nos han hablado de una gasolinera que vende tortas de cañamones artesanas, así que hacemos parada técnica. El sitio en el que queríamos comer, en Alcázar de San Juan, está cerrado, así que acabamos comiendo en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme.
Llanos del Caudillo. Me fascinan los poblados que el franquismo construyó sobre todo en los años 50. Me fascinan casi tanto como la capacidad de ignorar la ley de memoria histórica que parecen haber desarrollado en este sitio. Pero esa es otra historia.
Llanos no es el poblado más interesante de esa época, pero siempre son sitios curiosos. Suele haber un campanario de líneas básicas, una plaza con algo de sombra y un puñado de casas plantadas en medio de campos de trigo y olivos. También venimos de aquí, de la gente que tuvo ahí su primer cuarto de baño y sus primeras bombillas no hace tanto, aunque a veces se nos olvida.
Seguimos. Hacia el sur, al fondo de la recta, asoma una cúpula. San Carlos del Valle, aquí lo conocen como El Vaticano Manchego. No sé si diría tanto, pero es una sorpresa. Una cúpula inmensa y una plaza porticada manchega en la que nada sobra. No hay mucho más, pero eso es suficiente como para justificar el desvío. Y si no lo fuera, la Hospedería Santa Elena, asomada al sur de la plaza, se suma. Familiar, acogedora. Asomarme al balcón, por la noche, y no escuchar ni un ruido, con la fachada de la iglesia justo enfrente. Ayer no me lo habría imaginado.
Jueves
Rectas hacia Villanueva de Los Infantes. Otra sorpresa (y van ya…). Quien nos guía llama a una puerta y nos abre una señora. Entramos. Hay un patio, una escalera monumental, columnas, plantas, una galería. Hay vestigios de la arquitectura romana, pero también de la musulmana. Volvemos a la calle. Hay palacios, palacetes, casonas, capillas, iglesias, pequeños museos que no te esperas. Y volvemos a la carretera. Más rectas, más pueblos encaramados en cerros y más llanura hasta Ciudad Real.
No llegamos a entrar al centro porque el Mesón Casa Octavio está casi en la periferia y nos espera Belén para recibirnos. Qué bien se come en esta casa, tradicional, tranquilo. Qué buenas las migas y, aún mejor, el bacalao con gachas de almortas. Todo te dice que estás en Ciudad Real y nada pretende aturdirte con fuegos artificiales.
Norte. Más carretera. Montes de Toledo. Castillos, plantaciones de pistachos, Toledo que se queda a un lado. Y otro hotel de periferia. Esta noche toca conocer el restaurante Ancestral (Illescas). Brasa, pucheros, producto y técnica local. Qué bien cenamos. Lo contaré con más calma.
Viernes
Desayunamos churros. No son muy buenos, pero las churrerías no abundan en el norte y nos dejamos tentar siempre que encontramos una que encaja en la ruta y en los horarios. Seguimos. Apetece ya llegar a casa. Me equivoco de salida en Guadarrama. Medina del Campo, compramos fruta y gazpacho. Ya no apetece otra cosa.
Autovía. Otra vez la misma autovía. Villafranca del Bierzo. Paramos. Nos pilla la tormenta. Dos horas y en casa. 2098 kilómetros, cuatro hoteles, 10 provincias. Otra semana más.
Gracias por seguir ahí.
Algunos enlaces
Olalekan Jeyifous es un artista nigeriano asentado en Nueva York, desde donde suele trabajar alrededor de la relación del arte y la arquitectura con la población de origen africano asentada en Estados Unidos.
En esta charla en Dezeen defiende que la diáspora africana es esencialmente futurista, que forzada por la ausencia de un pasado se vio y se ve obligada a inventarlo en un proceso que sigue en marcha.
Lo que he visto
Retrato de una mujer en llamas. Qué película bonita.
Lo que he escuchado
No he tenido apenas tiempo para leer nada que no fuese de trabajo. Cuando llegaba al hotel me faltaba tiempo para darme una ducha y quedarme dormido antes de poner la cabeza en la almohada, pero a cambio sí que he tenido horas para escuchar música. Para descubrir a unos Sutherland Brothers que no fueron demasiado conocidos, pero que me han parecido muy interesantes.
Para escuchar lo nuevo de Jack White que, como siempre me pasa con Jack White, de entrada no, pero luego vuelvo.
O para volver a Suede. En su momento pensé que no eran mi banda de britpop preferida, pero pasado el tiempo voy haciendo matices a esa afirmación.