2023 ha sido un buen año, en términos generales. En lo laboral y en lo personal las cosas fueron bien y conseguí dejar atrás, o al menos aprender a identificar, los problemas de ansiedad que marcaron el final del año anterior. No creo que hayan desaparecido, al menos estoy preparado para que no lo hayan hecho, pero ser consciente de ellos me ha ayudado, una vez superado el mal rato, a llevarlo con mucha más tranquilidad.
Para alguien como yo, que al final del año se sube unas cuantas veces a un escenario, se pone frente a alumnos a los que no conoce apenas en un aula; alguien que de vez en cuando se sienta delante de una cámara o ante un micrófono algo aparentemente pequeño como eso, como una pérdida de control momentánea que podría no parecer gran cosa, se convierte en el centro de casi todo, en algo que no te puedes quitar de la cabeza y que está ahí durante meses, zumbando de fondo. Hasta que buscas ayuda, después vuelves a subirte a un escenario siendo consciente de que puede seguir ahí, donde menos te lo esperas, vas preparado para lo que pueda pasar y, poco a poco, recuperas un cierto control. Si algo marcó el arranque de 2023 fue esto. Y me alegro de haber conseguido convivir con ello.
Por lo demás, hubo momentos con una carga de trabajo endiablada, pero me temo que eso va con el cargo, con el hecho de haber optado por un trabajo que va asociado a una firma y que, en su inmensa mayoría, es imposible delegar. Y que esos sean los problemas, por otro lado.
Aún así, no puedo quejarme. Hay trabajo, las incertidumbres de salud han quedado atrás por el momento y en lo personal todo va bien, lo que se tradujo en más tiempo para mí, para cosas que no tienen que ver con la gastronomía necesariamente. Ha sido el año de volver a conciertos de todo tipo, de ir mucho más al cine, de leer y de escuchar música.
No sé si diría que ha sido el año de la vuelta a la normalidad después de la pandemia, porque esta no era la rutina antes de 2020. Digamos que es la vuelta a una normalidad, a la normalidad que me apetece ahora, con menos presión, con más tiempo para desaparecer de vez en cuando un par de días. Ha sido el año de la cabaña en el norte de Portugal, de las escapadas de las que no escrito apenas nada; de las tardes saliendo con Anna a ver una película o un concierto, del fin de año en Lugo porque ¿por qué no?
Ha sido el año de reencontrarme con los restaurantes vegetarianos de la ciudad, en algún caso con una experiencia no muy buena, pero integrando a otros en nuestro día a día. Ha sido el año de empezar a notar los efectos del cambio de dieta, quizás no tanto en el peso, algo que, me temo, va a seguir siendo una lucha constante el resto de mi vida, como en mejoras en todo lo demás. Ha sido el año de constatar que la carne ya no me gusta tanto como antes y que, como ocurrió con el azúcar o el alcohol, al haber dejado de formar parte de mi dieta cotidiana, me resulta mucho más pesada ahora cuando vuelvo a ella. No es problema: consumir menos, para consumir mejor cuando valga la pena.
De hecho, ese puede ser el resumen del año: consumir menos para consumir mejor; no ir a un restaurante porque sí, porque se supone que toca sino porque tengo ganas de ir; no abrir una botella si no es una botella que me apetece en un momento especial; no tomar dulce para que, cuando valga la pena tomarlo, me resulte más apetecible. No viajar por viajar ¿para qué sirve eso? no decir que sí a todo. Elegir un poco siempre que se pueda. Cuando lo haces descubres que se puede más de lo que pensabas.
Escoger, en definitiva. En qué quiero gastar el tiempo, el dinero y la salud. A qué prefiero renunciar para tener más tiempo para mi pareja, para mi hija o para mí. Escribir más sobre lo que yo quiero, sin fechas de entrega, sin imposiciones. Ya saldrá, si se da la ocasión. Y si no, ahí se queda. Ha valido la pena, en cualquier caso, por el ejercicio, por la obligación de organizar, por seguir practicando, por el placer de escribir, que no es necesariamente el placer de que te lean. Y según lo voy escribiendo me doy cuenta de que hay un temazo ahí.
Elegir, entre otras cosas, toda una serie de libros, películas, discos o comidas. Ha habido muchos, por suerte, pero estos son algunos de los que más he disfrutado este año pasado, sin un orden determinado:
Cinco libros (Ficción)
Panza de Burro, de Andrea Abreu.
Duro y bonito. Lo leí durante un viaje a Canarias. Pone los pelos de punta que alguien con poco más de 25 años escriba así.
No Te Veré Morir, de Antonio Muñoz Molina.
Superada la prueba de las casi 80 primeras páginas como un único párrafo, que hay que escribir muy bien para hacer algo así y salir bien parado, me pareció realmente bonito.
As Malas Mulleres, de Marilar Aleixandre.
Me gusta Marilar desde que leí hace muchos años Tránsito dos Gramáticos. En este caso es una historia de Mujeres, una historia de A Coruña en el S.XIX, de oficios olvidados estupendamente contada.
Las Cosas que Perdimos en el Fuego, de Mariana Enríquez.
Una de las escritoras a las que descubrí en estos últimos años (gracias a Mónica Escudero) que más me han enganchado. Cómo me gusta la gente con un universo propio y que es capaz de transmitirlo.
V13, de Emmanuel Carrère.
Con Carrère patiné, como casi todo el mundo, con Una Novela Rusa. Pero, qué cabrón, cómo escribe.
Cinco libros (no ficción)
Zombies: A Cultural History, de Roger Luckhurst
Empiezas leyendo sobre zombies y acabas leyendo sobre historia de Haití, cine clásico y cultura pop. Qué joya.
El Malestar de las Ciudades, de Jorge Dioni.
Reconozco que me gustó más La España de Las Piscinas, que es uno de los mejores ensayos que he leído en mucho tiempo, pero este también es interesante.
Escribir Gastronomía: La Mejor Escritura Gastronómica de 2022 en Español. De Lakshmi Aguirre (Dir.) y Marc Casanovas (Ed.).
Qué bonito que haya tanta cantera, tantas voces distintas, tanta gente con cosas que decir. Y que suerte estar ahí, entre ellas, seguramente como “el más viejo de los nuevos escritores de gastronomía”, tal como me definió Yanet Acosta.
The North Will Rise Again: Manchester Music City, 1976 - 1996, de John Robb.
Historia oral aplicada a la música de Manchester de esos 20 años increibles. Del concierto de The Sex Pistols a Oasis pasando por The Smiths, The Damned, Billy Duffy de The Cult y un larguísimo etcétera.
Black Food: Stories, Art and Recipes from Across the African Diaspora, de Bryant Terry.
Otros puntos de vista, otras narrativas, incluso para relatar la cocina afrodescendiente. Qué maravilla de libro. Debería ser lectura obligatoria en todos los masters de Comunicación Gastronómica. La cocina como celebración, la cocina como reivindicación, la cocina como encuentro, la cocina como identidad.
Cinco discos
Myrkur. Spine
Es impresionante lo que los nórdicos son capaces de hacer con el metal extremo. Da la sensación de que no hay un final, siempre encuentran una salida inesperada. Llevan 40 años haciéndolo y no parece habérseles agotado la imaginación.
Es lo que ocurre con Myrkur, el proyecto de la danesa Amalie Bruun, que en su disco de este año pone más el acento en la música ambiental y el folk danés, con su poco de electrónica de por medio, sin que deje de haber fogonazos, aquí y allá, de death metal sinfónico (Spine) o de black metal (Valkyriernes Sang). Me gustaría mucho verla en directo. Resurrection Fest, enróllate, venga.
Greta Van Fleet. Starcatcher
Como si Rush y Led Zeppelin hubieran tenido un hijo en el S.XXI. Rock de vieja escuela, pero con una producción actual.
The Struts. Pretty Vicious
¿Más rock de vieja escuela visto por el filtro de gente que nació 15 años después de que ese estilo estuviera de moda? Pues, mira, sí. Si está bien hecho y tiene personalidad, estoy muy a favor.
Obituary. Dying of Everything
En 1991 un compañero de clase me dejó un disco de esta banda de Tampa que me voló la cabeza y para el que entonces no estaba preparado, aunque llevo tres décadas volviendo a él de vez en cuando. Que más de 30 años después sigan ahí, haciendo lo suyo, pero actualizándose al ritmo que se ha ido actualizando el género me parece estupendo.
Paul Simon. Seven Psalms
Paul Simon tiene 82 años. Lo ha sido todo en la música popular del último medio siglo largo. Ha escrito canciones que reconocemos al instante cientos de millones de personas cinco décadas después, publicó Graceland, que es uno de los mejores discos de los 80. Y es posible que no vaya a sacar ningún disco más en su vida, así que este, que no es mi favorito de su trayectoria, es especial. Él está mayor, ya no toca en directo, pero en este disco de vez en cuando vuelves a ver que su manera de tocar la guitarra sigue ahí y sigues encontrando su voz, aunque ya con desconchados. Y es un disco un poco agridulce, para escuchar en pequeñas dosis, o de fondo mientras escribes, pero que vale la pena.
Cinco películas clásicas
Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954)
Además de que está muy bien rodada, si te alejas un poco y piensas en la historia, parece increíble que saliera adelante, y con éxito, en su momento. Se supone que es la historia de Johnny Guitar, pero en realidad es la historia de Vienna, que es mucho más interesante y bastante menos cursi.
Thunderbolt and Lightfoot (Un Botín de 500.000 Dólares. Michael Cimino, 1974)
Si hay una década cuyo cine me gusta particularmente son los años 70. El New Hollywood por un lado, todo lo que estaba pasando en Europa y un cierto cambio de tono, dejando atrás la épica clásica con historias más oscuras, con finales menos felices, con héroes menos héroes. Y, además, en este caso, qué camisas. Qué camisas.
You Can’t Take It With You (Vive Como Quieras. Frank Capra, 1938)
Frank Capra siendo Frank Capra. Es todo un poco un delirio al borde de la sobredosis de azúcar, pero al final funciona. Y tiene el encanto de aquel cine de antes de la II Guerra Mundial.
The Sting (El Golpe. George Roy Hill, 1973)
Uno de los grandes clásicos de los 70, aunque esta vez sin la pátina ligeramente amarga. Cine ligero, absolutamente mainstream y absolutamente disfrutable 50 años después. No ha habido y no tengo claro que vaya a volver a haber una pareja cinematográfica tan insultantemente guapa y con tanta química como Redford y Newman.
Ace In The Hole (El Gran Carnaval. Billy Wilder, 1954)
Kirk Douglas haciendo por una vez de villano en la película más amarga de Billy Wilder. De alguna manera un Nightcrawler de medio siglo antes.
Cinco películas que no había visto
Upon Entry (Juan Sebastián Vázquez y Alejandro Rojas, 2022)
Incómoda por reconocible, pequeña y muy bien interpretada. Más cine así en 2024,por favor.
Tracks (El Viaje de Tu Vida. John Curran, 2013)
Bonita por diferente. Amable, pero distinta.
Paperhouse (La Casa de Papel. Bernard Rose, 1989)
Si hablamos de diferente, Paperhouse lo es. Y extraña. Entiendo que no fuese un éxito en su momento, pero tiene toda una iconografía que se disfruta mucho.
Smile (Paker Finn, 2022)
No es, ni de lejos, la mejor película de terror de la década. Quizás tampoco del año, pero es disfrutable, con momentos originales, suficientemente inquietante y a veces no hace falta mucho más que un poco de originalidad, un poco de ritmo y un poco de mal cuerpo durante hora y media.
Quo Vadis, Aida? (Jasmila Zbanic, 2021)
Bonita y triste a la vez.
Cinco películas de 2023
La Chimera (Alice Rohrwacher)
No estaba yo muy convencido de que me fuese a gustar. Y me gusto, claro que me gustó.
Fallen Leaves (Aki Kaurismäki)
De esas películas de sí, pero no. Mientras la estás viendo piensas que no te convence, pero hay una estética que te engancha. Y no te habrá convencido, pero sales con una sonrisa y, pasados los días, te parece de lo más interesante que viste en el año.
Io Capitano (Matteo Garrone)
Qué bonito es a veces el cine, a pesar de historias durísimas como esta. Y qué difícil me parece evitar discursos ñoños al contarlas.
Oppenheimer (Christopher Nolan)
Seguramente la película más clásica de esta lista, pero visualmente impresionante, aunque tenga todos los tópicos, de Nolan, que a veces se gusta un poco de más. El juego que le da un subwoofer a este hombre.
Indiana Jones y el Dial del Destino (James Mangold)
Que la habrá mejores, sí. Pero para mí, que me sabía de memoria los diálogos de En Busca de El Arca Perdida, que fui a ver el estreno en mi ciudad de Indiana Jones y El Tempo Maldito, fue uno de los momentos cinematrográficos del año, por mucho que siga sin tener nada claros esos rejuvenecimientos por CGI y por mucho que me falte Spielberg dirigiendo. A estas alturas, haber tenido una última aventura de Indiana Jones en pantalla grande lo compensa prácticamente todo.
Cinco textos sobre gastronomía
De Lakshmi Aguirre me gusta el trabajo que hace por tener un estilo, la capacidad de contar las cosas sin irse por las ramas, sin buscar atajos cuando podrían buscarse y de hacerlo con una voz propia, algo, cuidar el fondo tanto como la forma, que por desgracia es una auténtica rareza en la escritura gastronómica en España.
Por qué no llamamos cocineras a las mujeres que llevan décadas cocinando en su casa:
Rosa Molinero tiene la capacidad de contar partes de la gastronomía que no se habían contado mucho (o nada) antes. Y mira que mareamos esta perdiz, pero ella es capaz de sacar oro de sitios por los que has pasado mil veces, con frecuencia sin pararte ni a mirar.
La resistencia de la última subasta cantada de pescado en Catalunya:
Marc Casanovas es otro que tiene una mirada propia, que suele centrar en las injusticias y en las inconsistencias del mundo gastronómico, esos temas que hay que escribir como denuncia, algo que tan poco gusta por aquí. En este caso habla sobre el final de una era en el comercio de pescado y se lleva el premio Premio Néstor Luján, de paso.
La gente de Tabletimes tiene la capacidad de encontrar publicaciones y proyectos en la periferia de la gastronomía que son, con frecuencia, pequeñas joyas. Miradas diferentes, otras formas de ver, otros discursos. Qué falta nos hace un poco de inconformismo en la escritura gastronómica y qué ojo tienen para localizarlo.
En este caso hablaban del Recetario para La Memoria, un proyecto que bien podría haber sido parte de este listado. Aunque, bueno, en cierto modo lo es.
Igual está feo que hable yo de Anna, pero, vamos a ver ¿Hay algún problema en que alguien crea que la persona con la que convive tiene mucho interesante que aportar? Pues si lo hay, a chorar a Cangas, que, por cierto, es una expresión que me parece preciosa.
Anna lleva años trabajando sobre cultura gastronómica italiana y su divulgación para público español. Y de vez en cuando se va un poco por las ramas con temas sobre los tiene un punto de vista que me parece que vale la pena leer. Y me dirás ¿Qué vas a decir tú? Pues nada, podría no decir nada y todos tan amigos. Si lo digo es porque lo creo. Éche o que hai.
Chile y Limón: Una Carta de Amor a La Cocina Palestina:
Renata Lira parte de la cocina mexicana para contar historias de mestizaje, de encuentros, de tradiciones y de productos. Y en este caso lo hace a través de una carta de amor a la cocina palestina. Ojalá más cartas de amor a la cocina, a la cultura y al pueblo palestino. Ojalá más apoyo, también, por parte de quien tiene la posibilidad (y el deber moral), pero, mientras, más cartas de amor. A Palestina y a todo lo que nos emocione, que aquí no venimos a amargarnos.
Cinco restaurantes
Tohqa (El Puerto de Santa María, Cádiz)
Por más proyectos pequeños, con alma y con personalidad en 2024. Y en los que se coma (y se beba) tan rico como en este.
Geralds (San Sebastián)
Por más barras de bar venidas a más y por más cocina con los vegetales con protagonistas. Y si además la música de fondo es buena, mejor aún.
Éleonore (Salinas, Asturias)
Por más sitios que se olvidan de las tendencias y van a lo suyo, lo hacen con técnica, con originalidad y con propuestas que no se parecen a ninguna otra y son, además, sabrosas.
Nito (Viveiro, Lugo)
Por más casas de comidas de las de toda la vida que crecen sin perder de vista de dónde vienen, por más sitios de producto con el empaque de los grandes restaurantes. Y por más comedores con vistas increíbles.
Bagá (Jaén)
Por más restaurantes para los que no se me ocurren adjetivos. Por más sitios capaces de hacer que te explote la cabeza tres o cuatro veces en un menú. Por más cocineros que, de verdad, justifiquen el viaje.
Cinco bares
Bar Cotá (Lugo)
Qué difícil es encontrar bares de siempre, con menús de siempre, a precios contenidos, en el corazón de los cascos históricos de ciudades que poco a poco van ganando turismo. Y qué alegría cuando los encuentras y sirven, como en este caso, unos callos ricos, un buen caldo, unas xoubas fritas o una empanada de tortilla de zorza que, aunque cuando te la cuentan no tienes claro si va a funcionar, funciona estupendamente.
Bar Montana (Jaén)
Dar con bares que no están esperando a que vengan los turistas a solucionarles la vida es una alegría. Y si sirven criadillas al limón, aún más.
Cal Bonete (Barcelona)
A estas alturas ha cerrado ya para siempre, pero Cal Bonete fue mi reencuentro con Barcelona después de unos años. Y aquel menú con sopa y ternera jardinera, en la mesa del fondo, mientras la familia propietaria veía la televisión en la trastienda; aquel rato acompañado de Rosa Molinero, Óscar Soneira y Alberto G. Moyano, fue de lo mejorcito del año. Por más bares de barrio, más menús del día y menos franquicias de ramen, si puedo pedir. Por favor y gracias.
Bar Pepinillo (Ourense)
Hasta la bandera. Te vas haciendo un hueco como puedes, llegas a la barra, pides tu bocadillo (con pepinillo) y te buscas un hueco para probarlo. Pagas, no mucho, y te vas. Y eso es Ourense y el Bar Pepinillo.
Bar Gonzalo (El Puerto de Santa María)
Cuando un bar de siempre cambia de gerencia se masca la tragedia. Pero en este caso no ha sido así y la pareja que lo dirige ha sabido preservar el carácter del lugar y un recetario que encaja con él. Qué buenas frituras y qué maravilla de aliño de huevos de choco. Volvería mañana.
Gracias por las menciones, Jorge.
Choose your future, choose life ;-)