Debería haber descubierto Las Entrañas del Texto antes, pero he llegado ahora. El proyecto de María Sánchez se centra en el proceso creativo de distintas escritoras y me parece una belleza, entre otras cosas porque se asoma a eso, que me obsesiona, que a veces me parece más interesante aún que el resultado final, que es el camino.
Me interesa mucho el proceso creativo porque tengo tiempo para recrearme en él. Lo tengo ahora, pero antes no lo tuve y quién sabe qué ocurrirá en el futuro.
Tengo un carácter que, de algún modo, se podría describir como un paisaje visto por un ciclista: no hay grandes subidas, pero tampoco bajadas vertiginosas; no hay montañas inmensas ni llanuras infinitas. Lo que hay es un constante subir y bajar, colinas, rampas más o menos resbaladizas de vez en cuando, algunas curvas cerradas. Lo que en ciclismo llaman un rompepiernas.
Eso es ahora, porque quedándonos con el ciclismo, mis comienzos fueron la bajada de un puerto de primera. Con 26 años había publicado un libro de investigación, había participado en un volumen colectivo y tenía una quincena holgada de artículos en prensa especializada. Crecí profesionalmente en esa carrera que muchas veces no lleva a ningún lado y me esforcé en ella.
Luego paré.
Años después retomé el ritmo: algunos capítulos más, algunos artículos. Y volví a parar.
Ahora estoy en ese sube-baja constante y suave. No tengo claro si es por gusto o porque la situación me obliga, pero el hecho es que, más allá de la producción del día a día, que impone sus ritmos y que a veces me supera, me recreo en pulir, poner y quitar, borrar, reescribir. Ir poco a poco. Demasiado poco a poco, dirá alguien. Y tendrá razón, pero no importa.
Tengo dos libros prácticamente escritos, otro en marcha e ideas suficientes como para otros dos, quizás tres. Hay ensayo y hay ficción. Lo que no hay es prisa, porque estoy disfrutando con el proceso. No sé cuándo verán la luz, no sé si verán la luz, pero eso no me obsesiona. De momento son libretas, carpetas de documentos, notas en el móvil, excels llenos de datos.
No importan los plazos porque no vivo de eso, porque mi vida no va a cambiar por ellos, porque -quizás esta sea una de las pocas ventajas de la crisis económica eterna en la que vivimos los que escribimos, ya se ficción, ya sea en medios- sé que no me voy a hacer rico tampoco con esto y saberlo me quita mucho peso de los hombros; no importa porque los estoy escribiendo por el placer de escribir, de dejar reposar, de tirarlo todo y empezar otra vez. Subir la colina para bajarla sin prisa, sin pedalear.
Tengo -lo he dicho alguna vez- tendencia a enamorarme de las cosas, a obsesionarme con aficiones, con temas que luego no abandono, aunque sí aparto durante un tiempo, a veces años. Me pasó con los mapas, con la numismática, con la música country -hasta el punto de tener en casa un banjo y una mandolina- con la recolección de hierbas silvestres. Con el paso de los años he aprendido a saber que es así, y que no pasa nada. Puedo pasarme 10 o 15 meses obsesionado con la astronomía, o con Borges, y luego abandonarlos durante los próximos 10 años.
Importaría si fueran mi oficio, pero no lo son; importaría si buscara algún tipo de estatus de experto que no busco. No es eso. Es la curiosidad, es la sorpresa. Es, sobre todo, el proceso.
Escribir es igual ¿Puede alguien como yo considerarse un escritor? Yo creo que sí. No tengo un libro de ficción publicado, pero sí que he escrito uno (a medias) y he colaborado en otros cuatro o cinco de ensayo o académicos; he publicado una treintena artículos en prensa científica, publico por trabajo más de 30 páginas al mes. Mi vida gira, básicamente, alrededor de escribir, pensar sobre escribir y documentarme para escribir. A veces con más tiempo, a veces con menos; a veces, incluso, por obligación. A estas alturas calculo que tengo publicadas, aquí y allá, más de 5.000 páginas. Creo que me voy ganando el derecho a pensar en mí como alguien que escribe. Otra cosa es que lo haga mejor o peor, que sea más o menos popular o que dentro de 80 años alguien se acuerde. Eso ni depende de mí ni, si soy sincero, me importa mucho, al menos lo último. No voy a estar aquí para verlo y eso de la trascendencia me cansa bastante. Ahora, porque también en eso he cambiado, también ahí empecé con un Alpe d’Huez para ir ahora, más o menos, llaneando.
Por eso, escribir cuando no es por trabajo es un refugio. Por eso no hay prisa, porque si algo tengo en el día a día son fechas de entrega y horas límite. Porque, si hay un lujo que puedo permitirme ahí y no, por desgracia, en los textos de diario, es el tiempo, el reposar lo escrito una semana, o un mes, y volver y empezar a veces de cero. Y conseguir, además, que ese sistema de trabajo sobreviva a mis fijaciones temporales, a mis amores y desamores con temáticas de todo tipo.
Quizás algún día lo que está ahí dentro sean libros.
Cuando consigo eso, cuando vuelvo a una página escrita hace cinco años y no quiero romperla; cuando el historial de ediciones y reediciones del documento es más largo, a veces, que el texto mismo, la sensación es difícil de olvidar. Ese texto ha pasado por encima de modas, de crisis personales, ha subido, ha bajado y ha pedaleado en llano. Y poco a poco toma forma.
Ver ese proceso es una maravilla. Por eso me gusta tanto este proyecto de María. Y por eso me preocupa poco publicar o no y me preocupa menos aún cuándo. Porque eso ocurrirá, tal vez, si tiene que ocurrir. Lo importante está pasando ahora, aquí, borrando, equivocándome, con sus errores y sus reiteraciones. Dentro de dos meses volveré a este texto y me llevaré las manos a la cabeza varias veces. Lo importante no es eso. Lo que me interesa es el tiempo que paso haciéndolo, las horas editando. No busco el texto cerrado, busco dejar una puerta abierta a cómo escribo y por qué me obsesiona lo que me obsesiona.
Hace un tiempo lo contaba: soy músico aficionado. A veces grababa lo que iba componiendo. Tengo una carpeta del ordenador con grabaciones desde el año 2001. En casa de mis padres hay cassettes con un contenido similar, pero desde primeros de los años 90. Todas son imperfectas. No hay grabaciones redondas porque, ahora lo sé, lo que me importaba no era eso sino el ir dando forma, ese quitar y poner, subir y bajar. Y cuando esa parte se acaba, pierdo el interés. Supongo que puedo decir que no tengo carácter de orfebre. No busco el detalle preciosista ni pulir las aristas. Por eso nunca duré demasiado en una banda, por eso no habría tenido futuro como músico profesional. Y por eso sigo disfrutando tanto con tocar música, con rasguear la guitarra un rato, con ponerme con ella frente al ordenador y tratar de desentrañar el solo de una canción o el ritmo de otra. Cuando consigo ver por dónde van, cuando lo entiendo y veo que está a mi alcance, que yo también puedo tocar eso y sé cómo y por qué, empiezo a perder el interés en ese caso concreto y a pensar en el siguiente.
Supongo que, en esto, soy como aquellos compañeros de clase que todos tuvimos que abrían una radio para ver como funcionaba. Algo así, pero de letras; una versión de aquello, pero orientada a la creatividad más que a la técnica. Nunca lo había visto de esa manera, pero creo que se parece bastante.
Ese es el motivo de que me interese el proceso creativo de los demás. Porque me interesa el mío. Creo, también, que por eso me fascinan los bocetos y me interesa la ilustración, muchas veces más inacabada, menos cerebral, más abierta, que la pintura. Por eso me gusta la música en directo, porque vuelve sobre lo ya escrito, lo reinterpreta, a veces lo corrige y lo lleva por otro lado; porque rectifica, porque a veces toma desvío.
Por eso me gustan cocineros que son poco perfeccionistas, pero que tienen ideas brillantes, aunque luego no hagan el emplatado más perfecto o no acaben de redondear el plato. Hay algo ahí, una idea original, una forma de ver las cosas. Lo que me interesa es eso, lo otro es secundario. A veces, incluso, prescindible. Y por eso, probablemente, disfruté con los diarios de Bergman bastante más que con sus películas, imagino.
Gracias por seguir ahí una semana más.
Soy psicóloga clínica y lectora empedernida. Cómo humanista me apasiona todo aquello que tenga que ver con el ser humano.
Si hay algo que me llama la atención es el proceso creativo, para cada quien tiene un significado distinto.
Leyéndote me preguntaba: es que cómo va a querer finalizar los proyectos que tiene si con eso está construido su refugio?
Pero creo que, aún sin final previsto, son proyectos que has ido concretando. No importa si están en carpetas, en el celular, en notas. Tampoco importa cuándo. No tienes prisa por llegar a Ítaca, como aconsejó kaváfis en su poema.
Quizás puedas tener suficientes carpetas y materiales para que puedas publicar uno, sin correr el riesgo de que el refugio se te venga abajo.
Exitos!
Ana Cristina González
Comer. Beber. A rueda. ¡ Máxima ciclista ! 😜
El proceso creativo. "Auditando el proceso creativo" Me quedé clavado en aquella exposición acerca de El Bulli.
... y ooooooye, que leía en "La voz de Galicia" que el libro de las empanadas es para finales de este año 🥳🥳🥳