El fin de una cierta gran escala
Esta es la tercera versión del texto sobre El Último Duelo, una de las dos últimas películas de Ridley Scott, que escribo en tres días. Me vacunaron hace 48 horas y… digamos que no he estado particularmente fino a la hora de redactar cosas con sentido, así que espero que esta sea la definitiva, aunque sigo con un dolor de cabeza bastante molesto y no garantizo una total coherencia.
Scott es un director que me provoca una cierta incomodidad, capaz de dirigir media docena de películas monumentales y, junto a ellas, al menos otras tantas bastante olvidables -Alien: Covenant ¿en serio?
Black Rain, por ejemplo, no pertenece a su canon, pero a mí me parece una película que hay que reivindicar. Si mañana llegase un extraterreste a la tierra y le quisiéramos explicar la estética de los 80, Black Rain sería un estupendo ejemplo. Estupendo porque abraza todos los tópicos, uno por uno, pero estupendo, sobre todo, porque es una muy buena película. Y las dos cosas no suelen darse juntas.
En cualquier caso, escribía sobre el sonoro batacazo de El Último Duelo, que me pareció una muy buena película, y sobre las lecturas más o menos ofendidas que está generando. Sigue impresionándome -y entreteniéndome- la capacidad que tenemos para ofendernos por todo y, sobre todo, la necesidad de contarlo para que otros se ofendan con nosotros.
Aburrida, lenta, reiterativa. Todo esto podemos discutirlo, aunque ya adelanto que no estoy de acuerdo. Las críticas más encendidas, sin embargo, se han centrado en todo un abanico que va desde la torpeza al tratar el tema de la violación, la hiper-violencia, el oportunismo, el feminismo mal entendido al machismo, jardines en los que no voy a entrar.
Jardines que, en cualquier caso, no creo que justifiquen el descalabro, que era de lo que estábamos hablando ¿De verdad no se nos ocurren unos cuantos ejemplos recientes de violencia gratuita bastante más explícita, de objetualización o de machismo evidente que, sin embargo, son éxitos incuestionables de taquilla?
Yo creo que el fracaso puede tener que ver con una cuestión narrativa, de ritmo y de estructura. Quienes van mayoritariamente a salas de cine en 2021-2022 no somos la gente de 40, 50 y de ahí para arriba. Quien llena las salas es gente de 35 años o menos, gente a la que, por un lado, el nombre de Ridley Scott, como el de Spielberg o Scorsese, tiende a no decirle gran cosa. Más que nada porque, para ellos, significan lo mismo que significaba para alguien de mi generación, cuando teníamos 20 años, gente como William Wyler, James Stewart, Lucille Ball o Natalie Wood.
Es gente -a lo mejor quieres sentarte antes de leer lo siguiente- para la que Adam Driver, que roza los 40, empieza a ser un señor mayor. Asumámoslo. Tendemos a olvidarlo, porque aún somos los que tenemos la visibilidad para escribir, opinar y crear -o eso nos gusta pensar- opinión. Pero ya no somos la audiencia mayoritaria.
Y eso implica varias cuestiones: la audiencia mayoritaria hoy creció con un lenguaje narrativo diferente al nuestro. Dadle un vistazo a los grandes éxitos de taquilla de los últimos 15 años: estructura lineal, ritmo ágil y sin grandes pausas, muchos efectos generados digitalmente, banda sonora y efectos sonoros muy presentes. Exactamente todo lo que no tiene El Último Duelo, que es una película de estructura compleja, ritmo lento y actores principales que, en algunos casos, pasan de los 50.
Quizás no estamos, como afirma Scott, que no deja de ser un señor de 84 años que probablemente no entiende muy bien qué está pasando, ante unos millenials que están más ocupados con los móviles que con su película. Aunque solamente sea porque esos que ignoran su película abarrotan a continuación el cine para ver otras cosas. Spiderman: No Way Home ha recaudado unas 25 veces más que El Último Duelo. No, no es un problema con los móviles.
Tal vez lo que ocurre, como ocurrió en los 70, cuando los que hoy se dan el batacazo -Scott o Spielberg, que también se acaba de estampar con West Side Story- y otros como Coppola, Cimino o Scorsese cambiaron el estilo narrativo y dejaron anticuados y fuera de la lucha por la taquilla a clásicos de los 50 y 60 que, como les ocurre a ellos ahora, no supieron entender qué estaba pasando.
Quizás, lo que ocurre, es que ya no hay mercado para esas producciones inmensas de corte clásico. No al menos como para justificar presupuestos de 100, 130 o 150 millones de dólares. Porque no llegan al público mayoritario, porque no van a vender merchandising y porque usan un lenguaje que, para un público creciente, pertenece ya a otra época.
El fin de una cierta gran escala (y 2)
¿Puede estar ocurriendo algo similar en gastronomía? ¿Estamos asistiendo al final de una era en la aquello que hace 20 años nos parecía atractivo y revolucionario al mismo tiempo ya no sea hoy la tendencia dominante?
¿Es posible que haya un público creciente, mucho más joven pero con capacidad económica como para salir y disfrutar de esos lugares, que empiece a mostrar signos de otras preferencias?
Preferencias que se enfrentan de un modo diferente al interiorismo, fotogenia, ubicación, ambiente, presencia mediática. También gastronomía, por supuesto, pero quizás de otra manera, con otras necesidades ¿supone eso el final de un formato? No lo creo, pero sí que introduce matices.
Siempre habrá clásicos, siempre habrá públicos alternativos. Siempre quedarán nostálgicos y siempre habrá hueco, quiero creer, para propuesta con fondo. Aunque tal vez, como norma general, ese hueco no esté ya en el primerísimo plano. Más allá de las 100 o 150 personas en España que vivimos alrededor de esto, quiero decir. 100 o 150 personas que corremos el riesgo de olvidar que hay un mundo ahí fuera y de convertirnos en los Ridley Scott de la situación.
¿Cuáles son los restaurantes que siempre están llenos ahora mismo en Madrid, en Barcelona, en Valencia…? Los que remontan mesas, doblan o triplican turnos y son capaces de meter a 120 personas de una vez dispuestas a asumir tickets que en absoluto son contenidos. Dadle una vuelta, porque igual la tendencia no está tan alejada de lo que le está ocurriendo a El Último Duelo.
Quizás a algunos nos cuesta entender esos sitios llenos de dorados, ambientación circense, elefantes en medio de la sala, globos aerostáticos y cocina que, a veces -y a veces no- puede que no esté a la altura de su ticket medio. Pero eso no impide que llenen, que en algunos cueste bastante más encontrar mesa que en muchos de los grandísimos restaurantes que ya podemos considerar clásicos en España. Pero que nos cueste entender algo no hace que sea menos cierto. Así que a lo mejor tenemos que empezar a asumir el cambio y convivir con él.
No sé si todo esto tiene mucho sentido. Yo creo que sí, pero a lo mejor es la fiebre la que habla. Gracias, en todo caso, por estar ahí una semana más.
Algunos enlaces
Si no has pasado estos últimos días en otro planeta te habrás enterado, por desgracia, de la polémica alrededor de las declaraciones del ministro Alberto Garzón, las macrogranjas, etc.
No voy a entrar aquí en consideraciones políticas, puedes despreocuparte. Ya está la cosa bastante enrarecida como para intentar aportar nada a un debate que creo que no tiene solución porque, me temo, nadie quiere que lo tenga.
Pero si lees en inglés y tienes curiosidad, te dejo un estudio publicado el mes pasado por la Universidad de Sydney que afirma que las sociedades económicamente más desarrolladas empiezan a consumir menos carne roja llegado un punto -un punto en el que España todavía no está- y que, un paso más allá, empiezan a consumir menos carne en general.
El consumo de proteína animal está claramente ligado al nivel de desarrollo económico, en un principio de una manera directa -a más capacidad económica, más consumo de carne- pero luego, esta es la novedad, en un sentido inverso. Es interesante, porque esto sí aporta algo a un debate que por aquí hemos llenado de banderas, jamones, himnos y mapas hechos de filetes. Un debate que tendremos que afrontar antes o después, nos apetezca o no.
Lo que he leído
Estos días estoy leyendo La Botella 18, un proyecto inclasificable de Ferran Centelles, el que fuera sumiller de elBulli. La Botella 18 es un libro acompañado de una botella sobre la que no se da demasiada información. A lo largo de 17 capítulos, Centelles cata otras tantas botellas con 17 personas relacionadas de modo más o menos directo con el vino: escritores, investigadores, enólogos, sumilleres… La botella 18 es la que acompaña al libro, la que debes abrir una vez terminada la lectura.
Confieso que lo empecé con cierto recelo, pero me parece un formato interesante, una exploración de la barrera entre autor, tema y lector que no había visto antes. Me faltan cuatro o cinco capítulos para abrir la botella.
Lo que he visto
El Mundo Sigue es una película dirigida en 1963 por Fernando Fernán Gómez. No es una de sus obras más conocidas, pero vale la pena volver a verla. Sorprende la crudeza con la que toca determinados temas, considerada la época.
Fernán Gómez, con sus luces y sus sombras, es uno de esos personajes que considero esenciales para la cultura española de la segunda mitad del S.XX. Como director, como actor, como guionista, como novelista pero también como partícipe en aquellas Conversaciones de Salamanca que supusieron el arranque del cine español contemporáneo.
La película va bastante en la línea de lo que aquellas conversaciones proponían como renovación y cuenta, además de con él, nada menos que con Gemma Cuervo, Fernando Guillén, Lina Canalejas, Agustín González, María Luisa Ponte, Pilar Bardem o Marisa Paredes.
Lo que he escuchado
Pasé los veranos de mi infancia y de mi adolescencia en Boiro, un pueblo de la Ría de Arousa, repartiéndome entre las casas que tenían allí mis abuelos.
En el mes de julio me instalaba en la casa amarilla, la casa de mis abuelos maternos. La de los paternos era, por el color de sus contraventanas, la casa verde.
La cuestión es que la casa amarilla estaba -y aún está. Al menos lo que queda de ella- pegada a un pub histórico de la zona. La UBI (Unidad de Borrachos Intensivos. A los 80 hay que quererlos como fueron). Pared con pared. Y la cama en la que dormía tenía el cabecero, concretamente, contra esa pared.
Así que durante meses de verano de varios años mi subconsciente se fue cargando de canciones que escuchaba mientras dormía y que aún hoy puedo repetir de memoria, sin haberlas tenido por entonces entre mis preferidas. Conozco cada acorde, cada arreglo, cada giro del ritmo. Puedo recitar las letras de memoria.
Corazón de Tiza, Una Décima de Segundo, Suicide Blonde, Sunday Bloody Sunday, Close to Me, I Wanna Be Adored, This Charming Man, Fiesta de los Maniquíes, Personal Jesus, Sowing the Seeds of Love, Sign Your Name… Puedes saber qué años pasé veraneando en aquella habitación por los temas cuya letra puedo recitar 30 años después, de memoria y a los que vuelvo con frecuencia como un placer hasta cierto punto culpable.
Estos días estuve escuchando de nuevo a Scotty Moore, uno de esos músicos que todo el mundo conoce pero del que no demasiada gente recuerda el nombre. Moore fue el guitarrista original de la banda de Elvis Presley y tocó en las grabaciones de Hound Dog, Jailhouse Rock, Blue Moon of Kentucky, Heartbreak Hotel, Blue Suede Shoes o That’s Allright ¿Ves como lo conocías?
Moore, que se había formado como músico de jazz y que había tocado en bandas country, aportó un sonido completamente diferente que influyó a toda una generación de músicos de rock y años después a gente como Paul McCartney, Keith Richards o a todos los responsables del revival del rockabilly en los 80, sobre todo a Brian Setzer.
Hay muchos otros mucho más conocidos: Chuck Berry, Eddie Cochran, quizás incluso Chet Atkins, pero el padre de todo esto, el que le dio forma por primera vez y, al acompañar a Elvis, lo convirtió en un estándar global, fue Scotty Moore. Esta semana termino con él tocando junto a Paul McCartney muchos años más tarde.
Querido Jorge, no había tenido tiempo para sentarme a apreciar tu escrito hasta este momento. Con respecto a The Last Duel (ya intercambié con Anna) a mi me pareció terrible en casi todo sentido, solo salvo a Jodie Comer... Luego recordé un artículo de Elena Neira (solo lo pude leer en inglés) donde ella dice lo que yo había sentido pero no entendía (y jamás sabré explicarlo tan perfectamente como lo hace ella, sin duda)
"It has everything but the spark. Ridley Scott seems to have forgotten that cinema, today more than ever, needs a small dose of entertainment. He, better than anyone, should know."
https://thecanadian.news/2021/11/30/the-cinema-that-millennials-did-not-love-by-elena-neira/
Gracias de nuevo por escribir, un abrazo.