Es interesante cómo hay fenómenos culturales que se extienden, borrando las fronteras entre disciplinas, sin que nos demos cuenta. Es algo que tiene mucho que ver con lo que pasa a nuestro alrededor. De alguna manera es la concreción de eso que pasa a nuestro alrededor.
En España, si hablamos de gastronomía, mucho de lo más interesante que está pasando ocurre en zonas rurales. Hablo de restaurantes, pero hablo también de productores. Por primera vez parece haber una corriente amplia que innova desde el rural, que no va a rebufo de lo que pasa en las ciudades. Y eso, creo, es de lo mejor que nos podía pasar.
Es cierto que siempre ha habido excepciones, que si hablamos de restaurantes históricos en la España reciente tenemos que hablar de Las Rejas, de Manolo de la Osa, en Las Pedroñeras, con sus 6.000 habitantes, o de Casa Gerardo, en Prendes, pero eran excepciones muy puntuales.
Las cosas son distintas hoy: Casa Marcial (La Salgar), Els Casals (Sagàs), L’Escaleta (Cocentaina), Lera (Castroverde de Campos), El Capricho (Jiménez de Jamuz), Etxebarri (Axpe), El Cenador de Amós (Villaverde de Pontones), El Portal de Echaurren (Ezcaray), Venta Moncalvillo (Daroca de Rioja), El Molino de Urdániz (Urdániz), Culler de Pau (Reboredo, O Grove), La Botica de Matapozuelos (Matapozuelos) o Pepe Vieira (Serpe, Poio) son algunos de los restaurantes más reconocidos de España. Todos están en pueblos con pocos miles de habitantes, en algún caso con pocas docenas de habitantes.
Y el fenómeno se extiende a gente más jóven: Mesón Sabor Andaluz (Alcalá del Valle), La Lobita (Navaleno), El Visco (Fuentespalda), Fuentelgato (Huerta del Marquesado), Cañitas Maite (Casas Ibáñez)…
La cosa es especialmente intensa en Asturias: Casa Chuchu (Turón), Monte (San Feliz, Lena), Casa Farpón (Mamorana), Regueiro (Tox), Ferpel (Ortiguera), El Retiro de Pancar (Pancar), Bar Blanco (Cangas de Narcea). Y en Galicia, poco a poco, parece que la dinámica también se va convirtiendo en tendencia: Lándua (Mazaricos), Terra (Fisterra), O Fragón (Fisterra), O Balado (Boqueixón), A Parada das Bestas (Pidre, Palas de Rei), Nito (Areas, Viveiro), Albanta (Figueirido), Nordestada (Portosín), As Garzas (Barizo), Marea (Cariño)…
No me meto en más detalles, que este no es un reportaje para una revista de gastronomía y tampoco se trata de aburrir a las ovejas. Lo que me interesa es que empiezan a no ser excepciones. Y me parece precioso, porque es algo que nace al margen de una comunicación gastronómica que centra un porcentaje altísimo de su atención en todo lo que pasa de la M-30 hacia adentro. Y habrá quien me diga que es lógico que sea así, pero eso es algo que yo discutiría: en Madrid municipio viven 3,2 millones de habitantes. En Madrid, en los distritos del centro, vive algo menos de un millón de personas, tantas como en Asturias, 300.000 menos que en Aragón.
Entiendo el factor capitalidad y el peso del turismo, pero aún así. Por seguir con el caso de Asturias, por comparación, lo que está pasando allí, si se tiene en cuenta el número de habitantes, el peso del turismo, la renta media y el eco mediático, es apabullante, aunque lo contemos menos. Y está pasando fundamentalmente en el rural.
Todo esto me interesa especialmente porque está relacionado con el boom del neorruralismo en literatura, con Feria, con Los Asquerosos, con Por si se Va la Luz, con Un Amor ¿Entraría en este listado Tierra de Campos? ¿Una parte de Ordesa?
Tiene que ver, creo, con todo lo que está pasando desde la crisis del 2008, cuando las ciudades crecían, sobraba el trabajo en ellas y no mirábamos demasiado para otro lado. El cine, aquí, hablaba esencialmente de ciudades, aunque fuese de barrios y de historias que antes no se habían contado demasiado -Historias del Kronen, El Bola, Barrio, Días Contados, Los Lunes al Sol-
Algo se rompió entonces y, de pronto, nos encontramos, al mismo tiempo que con todos los libros que menciono más arriba, con Alcarràs, con O que Arde, con As Bestas… Lo rural deja de ser el paisaje de nuestra imaginación, el lugar al que ir de vacaciones o en el que retirarse de mayor para escapar de todo esto (sea “todo esto” lo que sea) para ser un lugar con sus problemas, con sus miserias, con sus relaciones complejas; un lugar feo a veces, hostil en ocasiones, antipático, con sus carencias. No tan distinto, en muchas cosas, a lo que nos habíamos acostumbrado a contar de las ciudad. Un lugar en el que se vive, para lo bueno y para lo malo.
Un lugar al que alguna gente regresó cuando todo nos reventó en la cara. Y un lugar con una serie de problemas muy serios que antes o después nos van a afectar también a los que vivimos en las ciudades. Un lugar, no una idea romántica.
Y ahí, un poco por sorpresa, nos encontramos con algunos de los restaurantes más interesantes de España, pero también con algunos de los proyectos alimentarios más innovadores: huertas, queserías, panaderías, productores de carnes y de conservas que han dado la vuelta a nuestra relación con el producto. Quesos y Besos, Quesos La Rueda, Conservas Eutimio, panadería Pecado Artesano, Cal Rovira, Cultivo Desterrado, Airas Moniz, La Jarradilla, conservas Güeyu Mar, Remedios Sánchez, Rey Silo, Moli de Ger, Calaveruela, Campoveja, Pan do Tres, Manín…
Son cientos de nombres que han reformulado la elaboración artesana, que han creado alternativas laborales y proyectos de futuro. Son la columna vertebral de la gastronomía contemporánea en España y, sumados a los restaurantes, a los que comentaba antes y a muchos otros, son un porcentaje muy alto, cada vez mayor, de las cosas interesantes que están ocurriendo en ese mundillo. Con el añadido de que cada vez que abre uno de estos negocios se están frenando dinámicas muy feas, de las que somos responsables, en parte, por empeñarnos en mirar siempre hacia otro lado; porque con ellos se mantienen vivas muchas cosas. Y porque hacerlo exige un esfuerzo adicional y, tal como yo lo veo, merecería, también, un reconocimiento mayor.
Tenemos que hablar más de ellos. Tenemos que escribir más sobre ellos. Tenemos que acercarnos más a verlos, a comprar sus productos, a sentarnos a sus mesas. Porque tenemos, sobre todo, que romper esa dinámica perversa campo/ciudad. Y porque si nos interesa la creatividad, en muchos casos está ahí. Sólo tenemos que quitarnos las gafas de pasta para verlo.
Muchas gracias por seguir ahí una semana más.
Este fin de semana vuelve el Atlas de las Carreteras Secundarias, así que es un momento perfecto para suscribirse.
*Las fotos son de la ventana de Casa Marcial, de un plato de Lándua y de otro de La Botica de Matapozuelos.
Algunos enlaces
Hace unas semanas hablaba aquí de un libro sobre la cocina de las comunidades afroamericanas y los nuevos puntos de vista que se están desarrollando a través de ella. Me pasa Anna un reportaje en el New York Times que va un poco en la misma línea, centrado en cómo una generación de cocineros está explorando la influencia de las comunidades de origen africano en la cocina de Nueva Orleáns. Y me parece fascinante: una vez más los márgenes, las periferias y todo lo que hasta aquí habíamos decidido no mirar se convierte en el lugar en el que están ocurriendo cosas.
Lo que he leído
Estoy con Shock and Awe: Glam Rock and Its Legacy, de Simon Reynolds. Casi 700 páginas de historia detallada del Glam Rock, de Bolan a Bowie, de Slade a Alice Cooper y todo lo que pasó después, la influencia en el punk, en la New Wave… Creo que tardaré en acabarlo. Es de esos libros que voy alternando con otras lecturas y que pueden estar encima de mi mesilla un buen puñado de meses. Pero me está gustando.
Lo que he visto
Ayer fuimos a ver Alcarràs, finalmente. Qué bonita. Me dejó un sabor agridulce verla y entender las razones que quizás están detrás de su fracaso en los Goya. La primera es que este año la competencia era particularmente dura, pero creo también que la cuestión idiomática pudo jugar en su contra, como la localización en la que se desarrolla la historia y todo el contexto -de las fiestas del pueblo al porrón o las canciones del abuelo- Me temo que, por desgracia, ese tipo de prejuicios siguen ahí.
En cualquier caso, qué buena noticia es que se haga cine así, que llegue a las salas y que lleve casi 400.000 espectadores.
Lo que he escuchado
The Creation fue una banda británica de los años 60 que no fue demasiado conocida en otros países. Forman parte de lo que se conoce como freakbeat, a caballo entre lo mod y lo psicodélico. Es fácil escucharlos y encontrar ahí cosas de The Beatles, de los Rolling Stones, pero sobre todo de The Who.
Fui muy fan de U2 en algún momento. Bueno, en algún momento no: en una época muy concreta. Crecí escuchando Sunday Bloody Sunday una y otra vez a través de mi habitación en verano, esa de la que he hablado en más de una ocasión, detrás de la cual estaba el pub La UBI. Así que me pasé los veranos de los 80 escuchando a The Cure, The Smiths o a INXS mientras dormía. Y Sunday Bloody Sunday. En bucle.
Después vino The Joshua Tree, que me sigue pareciendo uno de los discos más fascinantes de la historia. Creo que ninguna grabación de guitarra me marco tanto como aquella. Y después el estreno de Rattle and Hum en cines. Y el disco.
Pero el momento del que hablo fue otro, aunque todo eso, supongo, me fue preparando para él. Fue el otoño de 1991. Estaba a punto de cumplir 16 años y publicaron Achtung Baby. Hay muy pocos discos a los que les haya dedicado tantas horas. Luego vino Zooropa, que no me interesó tanto, pero ahí estaban Stay, Babyface, incluso Numb o la propia Zooropa, si me apuras. Y, bueno, vale.
1997: Pop. Mmmmm. 2000: All That You Can’t Leave Behind. Mmmmm de nuevo. 2004: How To Dismantle An Atomic Bomb. Poco que rascar ahí. Y ya después toda una serie de singles que me parecían cada vez más prescindibles, cada vez más de lo mismo. Hasta que fui perdiendo el interés por agotamiento.
Ahora acaban de sacar un disco de versiones acústicas de sus propios temas que ya no es que me parezca prescindible, es que era absolutamente innecesario. Y anuncian que van a pasarse una temporada tocando en Las Vegas. Sin Larry Mullen Jr, que lleva siendo su batería más de 45 años y que fue quien puso el anuncio para crear una banda. Y, verás, yo acepto que las bandas cambian, que a veces hay gente que se retira, que pasan cosas. La mejor versión de los Rolling Stones, para mí, es la de la época en la que Mick Taylor entró como guitarrista tras la muerte de Brian Jones, por ejemplo. Pink Floyd sacó sus mejores discos tras la llegada de David Gilmour, en mi opinión, y así un montón.
Pero cuando una banda está en plena decadencia creativa (y de la otra, que hay videos por ahí en los que Bono es incapaz de llegar a la nota que intenta que dan bastante lástima), irse a Las Vegas de temporada dejando a un lado a uno de tus miembros fundadores me parece tristísimo. Por esperar un poquito más para ir y llevarse el taco gordo tampoco habría pasado nada, que esta gente no es pobre de pedir, vamos a ver.
En fin, que estoy un poco como Rick Beato a partir del minuto 5:55 de este video, más o menos.
“Tenemos que hablar más de ellos. Tenemos que escribir más sobre ellos. Tenemos que acercarnos más a verlos, a comprar sus productos, a sentarnos a sus mesas” concordo. Teremos también como clientes y como individuos un derecho mayor al descanso. Imaginemos una semana laboral de cuatro días - hay tiempo en el finde para ir más allá de la m30.