En algún momento de mi vida yo iba para medievalista. Me veía investigando sobre miniaturas de códices o tal vez sobre catedrales góticas y la idea me gustaba. Luego me di de frente con el latín medieval y con la teología y se me pasó, pero de ahí conservo al menos dos cosas que me han ayudado mucho después.
La primera fue el interés con la escolástica, con el sistema de interrogación/respuesta, con la reducción de cualquier problema a sus partes que luego, una a una, se analizan para llegar a un resultado que, después, se vuelve a cuestionar. Cualquier tema puede dividirse en categorías que a su vez se dividen en subcategorías. Y cada una de ellas puede cuestionarse, como debe cuestionarse el conjunto.
Hay un libro, Arquitectura Gótica y Pensamiento Escolástico (1951), de Erwin Panofsky, que durante un tiempo fue mi referencia absoluta en esto. Es un libro denso, seguramente no para todos los lectores, pero que a mí me sirvió de mucho. Luego llegué a Umberto Eco, más allá de El Nombre de La Rosa. Lo hice, precisamente, con sus Apostillas a El Nombre de La Rosa, que me parecieron una preciosidad. Y ya me quedé.
Uno de sus trabajos, La Definición del Arte, es, seguramente, el libro que más me ha influido y que más me ha hecho pensar. Da vértigo darse cuenta de que está escrito hace prácticamente 70 años, que lo empezó con 23 años y que aún hoy sigue décadas por delante de mucha gente.
Y de ahí, por un lado, a Pareyson, a Vattimo y a toda una escuela de estética italiana. Por otro lado, a los trabajos de estética de Eco y, desde ellos, a los que dedicó a la cultura pop que, a su vez, me que me llevaron hacia Francia esta vez. A Baudrillard, a Lyotard, a Lipovetsky y desde ahí a Manuel Castells, con quien llegué a hablar por teléfono en una ocasión en mi vida anterior. Todo esto me fue convenciendo, a mí, que me había formado en una historia del arte clásica, de grandes nombres y grandes verdades absolutas, de que trabajar sobre realidades contemporáneas más allá de la alta cultura podía ser interesante, de que fuera de los museos había mucho campo que explorar y de que casi cualquier faceta de la vida, por ejemplo la gastronomía, tiene elementos que pueden trabajarse desde ese punto de vista.
Catedrales góticas-escolástica-Panofsky-Eco-escuela estética italiana-sociología francesa. Súmales un jefe bobo en el momento preciso y alguna que otra casualidad poco probable y aquí estoy, fruto de los conocimientos inútiles, escribiendo con frecuencia sobre si el pulpo á feira es tradición, sobre cuándo se muere una receta, sobre qué dice de nosotros salir a comer a un chiringuito y qué pinta el turismo en todo esto.
Por eso creo que esos conocimientos inútiles, los callejones que un principio parecen no tener salida, los volantazos y los cambios de rumbo son, en realidad, los más importantes. Son los que te permiten ver lo que hay a los lados, elegir a veces cambiar de dirección y, en el proceso, te mantienen entretenido.
Tengo una personalidad cíclica. Me obsesiono con cosas por temporadas. A veces las recupero 10 o 20 años más tarde, otras veces se quedan ahí. Pero durante un par de años me dedico a ellas de manera casi obsesiva.
Me ocurrió con la astronomía, por ejemplo, hasta que me encontré con el límite que supone ser de letras y no haber tenido grandes maestros de ciencias en mi infancia. Me pasó con la numismática, con la literatura artúrica, con los relatos de marineros del S.XIX, con la música country, con los subgéneros del metal, con la paleografía, con los grabados rupestres de la edad del bronce, con la identificación y recolección de plantas silvestres, con las guitarras eléctricas, los instrumentos de música tradicional y un largo etcétera.
Me pasó con los mapas. Hasta el último año de instituto creía que iba a ser geógrafo. Luego pensé en la sociología, pero el hecho de que la facultad más próxima estuviese en el País Vasco y de que yo viviera en una ciudad universitaria acabó por llevarme a la historia del arte. Aunque los mapas se empeñaron en volver.
Durante mi fase de doctorado (título que no llegué a obtener. Me falta la tesis) hice dos años de trabajo de campo para la tesina, que supongo que equivale a un trabajo de fin de master actual o algo así. Me dediqué a catalogar arte prehistórico de una comarca de las Rías Baixas y los mapas se convirtieron en una herramienta cotidiana. Luego trabajé año y medio catalogando iglesias románicas para una fundación. Más mapas. Y después, durante unos años, parte de mi trabajo tuvo que ver con un touroperador australiano, los caminos de Santiago y diseñar rutas calculando tiempos, paradas, alternativas, puntos de recogida, logística (sitios para tomar una cerveza, baños, supermercados, etc.). La fijación con los mapas me salvó en más de una ocasión y sigue haciéndolo cada vez que hay que organizar un viaje de prensa o algo por el estilo. Todo se reduce a distancias entre puntos, tiempos y logística.
De vuelta a Umberto Eco
Hay una idea que está en el trabajo de Umberto Eco de finales de los años 50 y que me obsesionó en su momento: la obra (de arte, literaria, televisiva, gastronómica…) como algo abierto, inacabado; como un momento en una historia mucho más amplia.
Piensa en un cuadro, en un libro, en un plato, en una serie de televisión, en un disco o en un cartel de una exposición. Tradicionalmente los hemos entendido como la obra, como el punto hacia el que se dirige el proceso creativo y el lugar en el que este se acaba.
Piensa ahora en ese disco, libro o cuadro como el momento en el que el trabajo del autor toma forma y se encuentra con un público que lo va a dotar de nuevos significados, interpretaciones y sentidos. Vista así, la obra empieza en el momento en el que su creador la imagina y no se termina mientras haya espectadores/usuarios/consumidores que sigan viéndola, probándola o leyéndola y haciéndose opiniones sobre ella. El objeto -el cuadro, el disco, el plato- es sólo un momento en esa línea temporal que es la obra.
Vista así, la obra es más amplia y puede ser analizada y cuestionada desde muchos más puntos de vista. Se convierte, de algún modo, en un proceso infinito, permanentemente inacabado.
Y, vista así, la cosa son mucho más interesantes.
Centrándonos en gastronomía, esa forma de analizar las cosas hace que muchas de las críticas que se escuchan a veces resulten simplonas, por decirlo de alguna manera. “Lo que importa de un plato es que esté bueno” es tan simplista como “lo que importa de un cuadro es que sea bonito”. No, no es eso lo que importa. Lo que importa es la intención del autor y la interpretación que la sociedad le da en un momento dado (o el análisis de las interpretaciones que se le han dado y se le dan a lo largo del tiempo). Y además que esté bueno, porque es una creación cultural que se construye sobre algo que ingerimos y se relaciona con nuestro sentido del gusto. Pero la clave, lo que distingue alimentación de gastronomía, es la categoría cultural, no la gustativa por sí sola.
Reducir un plato a que esté rico o a que esté preparado con productos más o menos lujosos (sea eso lo que sea) es reducir un cuadro a que represente paisajes bonitos, gente guapa, flores de colorines; al valor de las pinturas con las que está hecho y a cuánto costó la madera del marco. Puedes hacerlo, pero no dejarás de ser un cursi atrapado entre su cartera y la estética kitsch. Que, bueno, hay cosas peores, pero como para alardear tampoco es que sea.
Con la gastronomía pasa mucho todo eso. Todos comemos, todos tenemos gustos, todos nos hemos criado en una cultura gastronómica, por lo que todos tenemos opinión, lo cual está muy bien. Pero una opinión no deja de ser eso, una opinión. Hay bastante más en un plato que lo que a ti o a mí nos parezca. Por eso es importante el contexto, por eso es importante analizar (de nuevo los escolásticos), por eso importa la interpretación (una vez más Eco) y la recepción (y ahora los sociólogos franceses) de ese plato o del trabajo de ese cocinero. Por eso importa el bagaje, haber leído, poder comparar, haber entendido lo que hay detrás, si es que hay algo. Por eso un plato no es solo un plato. Y por eso las opiniones, si no hay más argumentación, valen lo que valen.
Verlo del otro modo, algo que es muy frecuente cuando, por lo que sea, alguien quiere quitarle importancia al trabajo de los que nos dedicamos a esto, no le hace ningún favor al plato, a la cocina o a la gastronomía en su conjunto. Los reduce al mismo nivel que, por ejemplo, ir al baño: una necesidad fisiológica resuelta de la forma más cómoda posible. O los reduce a lugares exclusivos y cosas caras, lo cual no deja de ser una vulgaridad como otra cualquiera. Y si quieres ver así la gastronomía, perfecto, pero no me pidas que te haga las palmas.
Elegir tus peleas
Esto me lleva a otro tema: el hecho de elegir mis peleas o, dicho de una manera más prosaica, las elecciones temáticas y los posicionamientos desde los que trabajo con ellas. Vengo de un pasado bastante marrullero en este sentido, de entrar a cualquier trapo por tonto que fuese, de ofenderme fácil y rápido. No sé si por necesidad de demostrar algo, por inseguridad o por ganas de marcha.
Con el tiempo decidí que hay cosas mejores en las que desperdiciar la paciencia y que, por lo tanto, lo mejor es elegir tus batallas, decidir en qué quieres perder ánimo, fuerzas y tiempo. Y la verdad es que me apetece perderlos en pocas cosas que tengan que ver con este tipo de discusiones o de necesidad de sacar pechito.
Puestos a elegir, en cualquier caso, creo que hay que optar por las batallas perdidas. Las batallas culturales, quiero decir, que no quiero caer yo aquí en el cajón de la autoayuda. Las peleas que se van a ganar ya están ganadas, ya no importan. Ya no les haces falta. Son las otras, las que crees que se van a perder, las que necesitan que alguien dé la lata con ellas: hablo de cultura, hablo de estética, hablo de ideología; hablo de gastronomía, claro, y de no reducirla sólo a que algo esté rico, a que algo sea caro, a que algo sea exclusivo o a que algo salga bien en foto. La guerra contra el langostino chungo, el coulant congelado, el hiperenxebrismo que hace que algo sea bueno porque, por lo visto, es lo tuyo y te tienes en tan buena consideración que conviertes eso en un criterio de calidad; la guerra contra las malas copias, los atajos y lo resultón no se va a ganar. Es una batalla perdida, lo tengo bastante claro, pero es la mía.
No sé qué cara pondría Umberto Eco con todo esto, pero a mí esta forma de ver las cosas me resulta entretenida. Y tampoco pido mucho más.
Muchas gracias por seguir ahí una semana más.
Algunos enlaces
En el año 409 los suevos entran en la Península Ibérica y acaban instalándose en lo que hoy es Galicia y parte del norte de Portugal. En el 419 su rey Hermerico fue sitiado por las tropas vándalas del rey Gunderico y obligado a refugiarse en los Montes Nervasos, en los que acabó habiendo una batalla que finalmente ganaron los suevos.
La batalla de los Montes Nervasos tiene un carácter mítico, entre otras cosas porque no se sabe dónde estaban esos montes exactamente. Tradicionalmente se han situado en El Bierzo, en algún lugar de los Ancares cerca de lo que hoy es Vega de Espinaredo o, según otros autores, más al sur, hacia el monte Teleno.
Este blog ha localizado varios microtopónimos -Fonte dos Narvases, Narvasio y Nervaso- que le permiten defender que tal vez los Montes Nervasos y su famosa batalla tuvieran lugar, en los Ancares lucenses, entre lo que hoy son los ayuntamientos de Cervantes y Navia de Suarna.
Lo que he leído
Dados todos los libros que comento en el texto principal, mejor dejamos esta sección para la semana próxima.
Lo que he visto
No sé si he hablado de Casi Famosos (Cameron Crowe, 2000) aquí. Es una película a la que vuelvo de vez en cuando, quizás porque yo empecé a escribir haciéndolo sobre música, porque habla de una época de la historia del rock que me resulta especialmente interesante o porque, no sé si es algo generacional o algo que tiene que ver con la edad, tiene esa visión un poco edulcorada del pasado que, por lo que sea, casi siempre me resulta agradable.
Lo que he escuchado
Santana es siempre, al menos eso me parece, un maltratado. Quizás porque su último gran (grandísimo) éxito fue Supernatural un disco que, visto con el paso del tiempo, creo que también tiene cosas aprovechables y que le debe parte de su cierta mala fama a excesos posteriores (de Santana y de otros) con los duetos.
Uno de los primeros discos que me compré con mi propio dinero, quizás con 14 años, fue Abraxas, en una tienda efímera que hubo en mi calle, algo más abajo de mi casa. Y me explotó la cabeza con esa fusión de música latina, rock, psicodelia… no se parecía a nada y me enganchó. No estoy seguro de que haya envejecido particularmente bien, pero para mí es un disco histórico.
Uno de los primeros videos que me compré, porque vengo de una época en la que si querías ver un concierto te comprabas el VHS, fue el del festival de Woodstock. El de 1969. Luego me compré el de 1994 y, aunque era mi época y todo lo que quieras no fue lo mismo. En cualquier caso, ahí volvía a estar Santana, con toda la percusión latina, esa forma de tocar la guitarra y esas bandas multitudinarias características. Y me quedé enganchado hasta hoy.
Otro que me enganchó por aquella época fue Albert Collins. Vi en televisión su actuación en Sevilla en 1991, en aquellos conciertos que se organizaron antes de la Expo y me alucinó que un tío tan feo tuviera tanto carisma. Eso y la forma única de tocar la guitarra. De hecho, tengo una Telecaster entre otras cosas debido a él y a aquel concierto.
The Smiths me gustaban. Nunca fui un fan, pero cada vez que los veía, y eso creciendo en los 80 era algo que pasaba con frecuencia, me quedaba hipnotizado por las camisas y los collares de Morrisey, las flores… toda esa estética que parecía chocar con la música, pero al mismo tiempo encajaba tan bien.
The Smiths fue otra de esas bandas que se fueron al garete al poco tiempo por capullos, por las luchas de egos, y que nunca volvieron a hacer nada igual por separado. Morrisey ha tenido, pese a su carácter, cierto éxito en el Reino Unido, aunque de lo que yo conozco, lo único que me interesa lo hizo Johnny Marr, que en 2013-2014 sacó un par de discos, The Messenger y Playland, que vale la pena escuchar.
Y yo que pensaba que era una larga introducción al primer mapa... 😊