Antes de nada
No suelo hablar de temas de actualidad, ni aquí ni en mis redes sociales. Lo hice en algún momento y no acabó de funcionar. Ni creo que la mayoría de la gente necesite mis opiniones sobre todo ni creo, tampoco, necesitar yo las opiniones, normalmente pasadas de cafeina, de los demás sobre lo que pienso. Ya bastante crispación tenemos cada uno de nosotros alrededor como para empeñarnos en generar más sin necesidad.
Pero hoy empiezo con un recuerdo a Valencia, porque lo que está pasando allí es aterrador; porque creo que cuesta entender la dimensión del espanto desde fuera, por todas las amigas y amigos que espero que estén bien. Y porque las tragedias son siempre tragedias, pero algunas,por proximidad, por afinidad, nos tocan más de cerca y nos recuerdan aún más que podríamos haber sido nosotros.
Quien me lee sabe, más o menos, por dónde van mis opiniones respecto a determinada forma de crecimiento urbano y otros temas sobre los que se podría hablar en este caso, pero no es esa la cuestión. Este no es un post sobre qué pasó sobre qué se podría haber evitado. Es, simplemente, una nota de recuerdo y apoyo. Porque no hago más que insistir en que los gestos, los símbolos, importan. Por eso, aunque sólo sea un gesto, quiero dejar constancia de mi apoyo y mi empatía hacia todos y cada uno de los afectados.
El mes que, de pronto, fueron dos
El otoño es intenso, ya lo sé. En nuestro trabajo es una temporada alta ¿Cuál no lo es últimamente? Me has leído quejarme sobre esto varias veces, así que no voy a ir por ahí hoy.
Me quedo en la ausencia absoluta de rutina, con lo que implica ese esfuerzo extra que iba a ser un par de semanas y que, cuando te das cuenta, son 8, o quizás 10.
Eso supone acostumbrarse a no tener demasiados hábitos cotidianos, a improvisar; a la nevera siempre vacía -las verduras mustias no cuentan- a olvidarme de poner las legumbres a remojo. Yo, que era el que no dormía bien la primera noche fuera de casa, me he ido haciendo a quedarme frito tan pronto como pongo la cabeza en cualquier almohada.
Iban a ser unas semas y pronto fue un mes. Ahora ya son dos. Pasará, en algún momento, y volveré a la cabaña, o a la costa, a añorar parte de este ajetreo.
El año en el que todo se empeñó en derrumbarse
Escribo desde un tren, en algún lugar de Castilla. En unas tarjetas preparo el guión de la charla de mañana. Y aunque trato de no escribir sobre actualidad habitualmente, la actualidad, está vez, no deja mirar para otro lado.
Me asusta lo que está ocurriendo en Valencia. La escala de la tragedia, pero también su gestión, la rabia desbordada que aparece tan pronto como me asomo a las redes sociales. Me asustan las reacciones en caliente, la idea de que todos son, para muchos, iguales -no, no creo que lo sean- esa sensación que parece ir calando de que estaríamos mejor sin políticos que, si lo piensas, tiene un trasfondo muy oscuro.
Soy consciente de que tenemos algunos políticos deleznables, pero el fallo de algunos no invalida el sistema. Si no nos gusta un político, o varios, o todos, tenemos mecanismos para cambiarlos. El voto, la estructura de los partidos, las iniciativas legislativas ciudadanas, la negociación sindical, la movilización ciudadana, las manifestaciones, las huelgas ¿Hace cuanto que no hay una huelga general con un seguimiento significativo? La insumisión.
Tengo claro que no vivimos el mejor momento, políticamente hablando, pero cualquier alternativa me parece peor ¿Un gobierno de los mejores? ¿Quién los elige, hasta cuando, ante quién responden, qué pasa luego? ¿Una democracia directa? Sinceramente, no somos capaces de organizarnos ni para la gestión de nuestra escalera y nos quejamos si nos piden ir q votar un día de playa, así que me cuesta pensar en un sistema con representación mas directa y permanente ¿Qué otras formulas hay que no impliquen cosas muy feas?
Solo el pueblo salva al pueblo, se lee estos días. Y me gusta la idea, como a tantos. Pero olvidamos que el gobierno -cualquier gobierno, todos los gobiernos- es el pueblo, es del pueblo, responde ante el pueblo. Olvidamos que los voluntarios están demostrando una generosidad inmensa, pero que hay también maquinaria, protección civil, ejercito, hospitales, morgues; que habrá ayudas, que lo que hay que reconstruir lo van a reconstruir las administraciones. Si solamente estuviese el pueblo, la situación sería dantesca. Aún más de lo que ya es. Ojalá nunca tenga que ser directamente el pueblo el único parapeto que tengamos, por mucho que los otros tengan grietas.
Me asusta pensar que ahora mismo hay alguien pensando en cómo sacar tajada de vender palas o cubos. Me horroriza pensar que hubo gente que no pudo irse a casa, con una alerta roja, por miedo a perder su trabajo. Me espanta cómo, desde algunos espacios, se cuestiona la evidencia científica, se ponen en duda los protocolos o se invita, abiertamente, a saltarse las leyes en una deriva que me parece un auténtico peligro. Ninguna de esas cosas depende de los políticos.
Y voy en un tren, a un evento sectorial, a hablar de cosas que son ocio y son un lujo. Creo que debo hacerlo, que hay que recuperar la normalidad; que seguir adelante, quienes podamos, crea un contexto que ayuda a que las cosas funcionen cuando hacen falta y a que podamos quejarnos cuando no lo hagan. Aún así, hay una cierta sensación de culpa de fondo.
Creo que no hay que buscar culpables, pero no porque no sea el momento sino porque si no nos gusta como han ido las cosas, cómo pueden ir la próxima vez, tenemos que participar más, deberíamos recuperar redes de colaboración de barrio, de proximidad, asociarnos y protestar en vez de delegar y quejarnos cuando algo falla.
Nos hemos quejado de las alarmas de protección civil y de que no las haya, de que se gaste demasiado en recursos y de que no haya recursos, de que el gobierno intervenga demasiado o demasiado poco, de que nos digan que no salgamos de casa y de que no nos lo digan. Y lo hemos hecho nosotros, no el gobierno, no los políticos, no alguien, no sé muy bien quién, que nos maneja desde las sombras. Somos capaces de quejarnos de una cosa y de la contraria, según las circunstancias nos afecten más o menos y de no votar, luego, porque son todos iguales.
Son días de tener una sensación de mal cuerpo permanente que se suman a un año en el que se nos han ido desmoronando certezas, referentes y barreras de seguridad. No es el mejor momento para sentirse esperanzado. No lo es, tampoco, para trabajar en una industria que -con honrosas excepciones- tiende a desconectarse cada vez más de la realidad inflando una burbuja que, como la urbanística, como la del crecimiento eterno y como tantas otras, cualquier día nos dará un susto.
No me ha quedado el texto más alegre. Lo siento. Tampo responde demasiado a mi tono habitual. Pero lo empecé cuatro veces y las cuatro acababa más o menos aquí. Así que, aunque probablemente no guste mucho, aunque despertará quejas, me temo que es el que toca.
Gracias, desde un tren que llega a Madrid, por seguir ahí una semana más.
que acertado y razonable todo lo que dices.
Con lo que está passando en Valencia (y que hace un mes pasó en Italia, y hace dos en Polonia…) ya no consigo ver ni interesarme de la gsstfonomia sin un enchufe real - al mundo. estoy harta de estrellas y premios, y harta de ls conversa a vuelta de una sustentabilidade que apenas se queda en papel