Jefes
Tuve un jefe que nos citaba con frecuencia los sábados por la mañana. Trabajábamos de lunes a viernes, pero a él le iban mejor los sábados. Y temprano, que luego se iba a su casa de fin de semana.
Nos recibía en el Reno, una cafetería del centro, al lado de su portal, a eso de las 09:30. Él tomaba café con churros y nosotros tomábamos notas a palo seco, que tampoco era plan pagarnos el café a todos (eramos tres, contándolo a él). Luego, antes de irse, nos firmaba la nota para que el lunes le tramitásemos las dietas por la reunión. 90€ de comienzos de los 2000 y los gastos, que esos churros no se van a pagar solos.
Ahí fui consciente de dos cosas: de que la vida está llena de auténticos impresentables, lo cual no es importante para el caso que nos ocupa, pero también de que la gastronomía es un arma poderosísima para establecer relaciones jerárquicas.
Aquellos churros, tomados con parsimonia frente nosotros, que éramos unos pipiolos recién llegados, veníamos, quizás, de 15 kilómetros de distancia en nuestro día libre y que nos pagábamos el bus de ida y vuelta, decían tanto que es difícil resumirlo aquí.
La moraleja es doble: no seas un capullo con la gente que tienes por debajo. Hay un círculo del infierno en el que solamente sirven cafés de máquina para quien lo hace. Y, sobre todo, no olvides que los sitios a los que vamos, dónde nos sentamos, como nos relacionamos con los otros en ese lugar, lo que contamos en redes (y lo que no) no son más, al final, que una representación, una imagen de nosotros mismos que nos empeñamos en construir y en vender. O una imagen de los otros que insistimos en comprar.
Piénsalo la próxima vez que te asomes a Instagram ¿Qué me está contando esta persona de su vida y de si mismo con esta foto de 11 botellas vacías, con la elección del plato que fotografía o retratándose junto al cocinero mientras se señalan el uno al otro? Si lo haces, seguramente, te sentirás más cercano a unos pocos y no podrás evitar una sonrisa hasta cierto punto burlona frente a muchos otros. A mí, al menos, me ocurre.
Botellas
Volviendo a lo de las botellas del párrafo anterior, esta semana escribía en Bonviveur sobre eso, sobre la relación entre gastronomía y alcohol. Será la edad, será lo que sea, pero cada vez me cuesta más darla por sentada, al menos como se plantea hoy. Cada vez lo tengo más claro: beber menos para beber mejor.
Y es curioso, pero la mayoría de mensajes privados que recibí tras publicarlo y que apoyaban mi postura eran de sumilleres y enólogos cansados de excesos, de exhibicionismo y de un consumo indiscriminado que, piensan algunos, devalúa su producto.
Pero suficiente espacio le he dedicado ya esta semana a ese tema, así que a otro cosa.
Islas
Estos días estuve en Gran Canaria. Qué agradable es el centro histórico, y qué inesperado. Me alojé en el Hotel Santa Catalina, el primer hotel que se construyó en las isla a finales del S.XIX. Qué a gusto estuve. Y qué bueno el restaurante Poemas by Hermanos Padrón que está instalado en él. Si vas a ir a Gran Canaria y te apetece una cena especial (gana mucho de noche), es un buen sitio.
Las Palmas no se ha vendido bien, creo. El centro, hoteles como este, la vida cultural -de aquí eran Martín Chirino, Galdós o Alfredo Kraus. Algo habrá- y toda una historia gastronómica que hace que valga la pena dedicarle un tiempo. Allí se abrió el primer restaurante japonés de España, el Fuji, inaugurado en 1967 y cuenta con comunidades india y coreana que hace que abunden los restaurantes de esas cocinas. No sé cómo estáis de restaurantes coreanos o indios en vuestra ciudad o en vuestro pueblo, pero a mí me dan ganas de volver una semana a explorar.
Durante el paseo por el barrio de Vegueta hice lo que hacemos prácticamente todos los turistas y fui a visitar la Casa de Colón. Las salas relacionadas con el personaje está bien, pero vaya sorpresa la colección de pintura.
Subes a la primera planta y, de pronto, te encuentras con un San Andrés de Ribera y, tras él, una sucesión de obras de Veronés, Guercino, Carracci, Antonio María Esquivel, Julio Romero de Torres, Madrazo… Es una colección pequeña, pero qué maravilla.
Siempre he pensado que Ribera está en ocasiones a la altura de Caravaggio. Le faltó un poco de puterío, navajazos, pedofilia, sadismo y huidas en su vida para ser más mediático, pero si nos centramos en lo que pintó, y aunque este San Andrés no sea su mejor obra, pone los pelos de punta. El Ixión del Museo del Prado es para volver siempre y quedarse pasmado con la luz cada vez.
También fue Las Palmas una de las tres o cuatro primeras ciudades de España en contar con una pizzería, a mediados de los años 60. Ya de vuelta a casa, esta noche pasada volví a Santoro, esa pizzería que es nuestro lugar seguro. El sitio al que vamos a celebrar o cuando necesitamos una palmada en el hombro en forma de masa caliente con tomate, mozzarella y, en mi caso, ‘Nduja.
Aeropuertos
Vienen semanas de aeropuertos. Y confieso que cuando me toca pasar unas horas en la T4, que es casi siempre que no vuelo para quedarme en Madrid, acabo con frecuencia en el McDonald’s (En el Burger King si vuelo vía Barcelona).
Yo a eso le llamo minimizar los daños, porque esas cadenas son el mal y todo lo que queráis, de acuerdo ¿Pero 9€ por una baguette descongelada de pésima calidad y una dosis homeopática de tortilla de huevina en su interior? ¿12€ más bebida por un bocadillo de mal jamón ibérico (dicen) y peor pan? No sé si esas son mejores opciones, la verdad.
Sinceramente, lo que quiero es salvar los muebles y minimizar daños. Voy ahí porque sé a lo que me arriesgo y es rápido. Así de sencillo. Sí, sé que están los restaurantes de cocineros más o menos mediáticos. Pero normalmente la historia es esta: he salido a las 10:30 de casa, llevo un rato de coches, controles, colas y vuelo, tengo 45 minutos en Madrid y luego llegaré a mi hotel, con suerte, a las 18:30. No tengo tiempo ni ganas. Y si los tuviera, me iría al centro, que hay más opciones.
En las últimas semanas han sido Asturias, Salamanca, Oporto y Gran Canaria. En las próximas serán Bélgica, Asturias de nuevo, Castilla y León, La Mancha, Jerez, Jaén y de vuelta al Principado. Lo que me apetece, puestos a ser sinceros, es un pescado a la plancha en casa. Una ensalada y una película. Cuidado con lo que deseas.
Algunos links
¿Te apetece sentirte poco cómodo con tus certezas? Dale un vistazo a estos datos sobre pesca, sobrepesca y el estado de los caladeros que me pasó Anna. Y luego piensa en lo de que hay que comer más pescado y que tiene que ser salvaje.
Si te interesa la relación de la historia, la gastronomía y el arte, este texto sobre pimientos, Colón y Velázquez en el blog de Vanessa Quintanar quizás te resulte apetecible.
Siempre me ha fascinado la figura de Julian Beck. Supongo que tiene algo de trauma infantil. Con 12 años vi Poltergeist 2 y el personaje del reverendo Kane me aterrorizó.
Años después supe que el actor era Julian Beck, y que no había apenas maquillaje. Beck, que estaba ya en una fase terminal de su cáncer, se presentó al casting convencido de que nadie podría hacer mejor ese papel. Creo que tenía razón.
Eso me llevó a leer sobre él, sobre el Living Theatre que fundó junto con Judith Malina, su mujer, su intento de cambiar el mundo desde el teatro, su militancia anarco-pacifista y su convencimiento de que la relación entre actor y obra tiene que ser tan intensa que tiene que acabar por confundirse con su propia vida. Una vez que sabes eso, que está resumido en este texto de Yorokobu, su papel en Poltergeist da aún más vértigo.
Y si te interesa saber más, este libro de Carlos Granés es seguramente lo más completo que hay publicado en español sobre el tema. Lo tengo en mi lista de pendientes.
Lo que he leído
Soy muy de Richard Ford. Y Canadá me parece un librazo. Está ambientado, además, en esa zona de frontera entre Canadá y Montana que me hizo estar pensando constantemente en Zamora y en eso que Google Maps se empeña en bautizar como la Benavente Highway, que es un hallazgo de nombre, por otro lado.
Lo que he visto
A pleno sol, de René Clement. Es la adaptación de 1960 de El Talento de Mr. Ripley, de Patricia Highsmith, que años después daría lugar a la versión con Matt Damon y Jude Law. Qué bueno era Alain Delon de joven. Si no hubiese sido tan insultantemente guapo habría tenido una trayectoria (aún) más reconocida.
Lo que he escuchado
Al hilo de Richard Ford, que en cierto modo me recuerda a Sam Shepard, otro de mis escritores de cabecera, he vuelto a T-Bone Burnett.
No es muy conocido aquí, aunque si has visto la serie True Detective has escuchado su música, pero formó parte del Rolling Thunder Revue de Dylan, aquella gira de locos que llevó al propio Dylan, a Burnett, a Sam Shepard, Joan Baez, Roger McGuinn, Mick Ronson, Allen Ginsberg, Joni Mitchell o hasta Muhammad Alí en un recorrido por Nueva Inglaterra que fue un delirio y que creo que fue el último fogonazo de todo lo que se había fraguado alrededor de la relación entre música y contracultura en los años anteriores.
En fin, Burnett es un gigantón (es el de la guitarra de 12 cuerdas, a la izquierda de la imagen) con una buena dosis de autoironía, capaz de imitar a Lou Reed a veces y, a continuación, meterse de lleno con el folk o, como en Anything I Say Can and Will Be Used Against You, con lo que se tercie. Yo ahí escucho un poco de Tom Waits, un poco de Reed, un poco de Lennon (esa forma de cantar desde la nariz) y todo con una guitarra rockabilly de fondo y unos trombones que crean una atmósfera incómoda tremenda.
El tema nace, por cierto, de una colaboración de Burnett con Sam Shepard en los 90 que no llegó a ningún lado. Y así se cierra el círculo.