Hoteles, restaurantes y las dudas que me generan
Sobre si viajar sigue siendo una buena opción, sobre sostenibilidad y sobre burbujas.
Hoteles
Volver del verano está siendo un reto. A partir de la primera semana de julio todo cambia, normalmente. Esa rutina que tenemos y que consiste en no tener rutina se paraliza durante seis o siete semanas. El teléfono suena menos, la bandeja de entrada del correo se tranquiliza y los plazos de entrega casi llegan a desaparecer durante unos días.
Son unas semanas que no me gustan particularmente, pero que me permiten centrarme durante un tiempo en proyectos que necesitan más calma. Después, estos últimos años, nos tomamos unos días de vacaciones, un retiro breve a una cabaña en el bosque, en el norte de Portugal, para tomar impulso. Luego, poco a poco, se va haciendo otoño. A partir de finales de agosto, empiezan a llegar los encargos, en la pantalla del móvil aparecen las notificaciones de correos con más frecuencia y todo va poniéndose de nuevo en marcha.
Este año no. Este año ha sido raro. Un día era verano y, sin transición, al siguiente estábamos en pleno otoño, que para nosotros es temporada alta de viajes y entregas. Llevo ya cuatro semanas de salidas que se enganchan las unas a las otras y de llegadas que suponen encender el ordenador para terminar ese texto que está a punto de no cumplir los plazos.
Levantarse con estas vistas siempre está bien (Hotel Urban, Viveiro)
Es bonito, la mayor parte del tiempo. Es también el eterno conflicto entre saber que tienes un trabajo envidiable en muchos aspectos y sentirte a veces cansado; entre disfrutar del momento, de la experiencia muchas veces irrepetible, y querer estar en casa. Hace semanas que hay una maleta a medio hacer en la habitación: saco ropa sucia, meto un chubasquero, cambio los zapatos, quizás un libro nuevo. Ahí sigue.
En estos últimos meses he podido disfrutar de unos cuantos alojamientos. Normalmente, cuando viajo por trabajo, busco algo funcional. No suelo trabajar en grandes ciudades, así que lo que busco habitualmente es un sitio económico, limpio, práctico, que no suponga un desplazamiento añadido, que sea fácil aparcar. Es una herramienta más de trabajo.
Pero estos meses el trabajo me ha llevado a unos cuantos hoteles de todo tipo. Algunos de ellos entre los mejores de España. Otros, como la cabaña en ese lugar que no concretaré, un refugio, poco más. Ha habido casas rurales, paradores, hoteles boutique… (hoy, para suscriptores, añado un mapa con una selección comentada de los alojamientos de lo que va de año. Lo encontrarás tras el video al final del texto).
Y me doy cuenta de que, a pesar de valorar algunas comodidades, cada vez aprecio más la sensación de sentirme en casa, una comodidad que no sea excesiva, un cierto sentido de realidad. Y al mismo tiempo, me harta cada vez un poco más el lujo por el lujo, la exclusividad mal entendida.
El lujo, tal como yo lo entiendo en este momento, es no sentirme en un decorado, es no ser objeto de una atención innecesaria. Es, también, no despilfarrar. Por supuesto que me gusta más un colchón mejor que otro más del montón, tener más espacio en la habitación, pero al final no es eso lo que más me importa. Valoro mucho, por ejemplo, un lugar donde leer, no tener que hacerlo tumbado en la cama o en la misma mesa de 75 centímetros en la que quizás trabaje, en la que puede que tenga algo para picar porque ya no es hora de salir a cenar. Una butaca cómoda, una luz bien pensada, tal vez unas vistas sin tener que moverme de allí. No necesito bailar en la ducha, tampoco un jacuzzi en la habitación.
Hábitat Cigüeña Negra (Valverde del Fresno, Cáceres)
Luces de lectura, un lugar en el que trabajar cómodo. Tranquilidad, silencio. No necesariamente más metros cuadrados. Enchufes en los lugares adecuados. Luz natural. Paisaje. Un sitio que me haga querer quedarme un poco más. Si todo dependiese de las cosas que se pueden pagar hacer un ranking sería tan sencillo como ordenar los resultados de un buscador por precio de mayor a menor. La realidad, por suerte, tiene muy poco que ver con eso.
Dudas
Pensando en todo lo anterior es inevitable, creo, tener dudas. No hace falta ser un especialista en turismo para saber que ese fenómeno, además de aportar bastantes cosas buenas, se va cargando cada vez más de elementos negativos que hacen que la balanza se vaya escorando hacia un lado en el que no habíamos pensado. Un día el equilibrio va a caer del otro lado y más o menos todos lo sabemos y nos limitamos a dudar si ocurrirá más pronto o más tarde. Y a buscar, mientras, una oferta de escapada para el puente.
Es una cuestión de volumen, más que del formato, si me preguntas. Se que esta es una respuesta muy simple, pero me cuesta hacerlo mejor en una línea.
No es el turismo -vamos a entrar un poco más en el detalle- es lo que hacemos con él. Es cómo lo hemos entendido, cómo lo usamos, cómo lo hemos colocado en nuestra vida. Es eso y que cada vez viaja más gente. Muy probablemente tú viajas mas que tus padres, mucho más que tus abuelos. Y tus hijos, si los tienes, viajarán más que tú. Y no depende solamente de que tú puedas y ellos no.
Quizás, con el mismo dinero -proporcionalmente- tus padres preferían meterse en el Seat Fura con los niños, el perro y las maletas para un mes en Torrevieja, tú un viaje al año y tres o cuatro escapadas de fin de semana y la siguiente generación subirse a un Ryanair cada tres semanas, si puede, para dormir en un albergue en Bratislava. No es mejor, pero tampoco creo que sea necesariamente peor. Es lo que hay.
Bueno, en realidad hay eso y toda una serie de mercados emergentes a los que solamente les estamos viendo la patita. Si te parece que el turismo está masificado, espera a que se incorporen plenamente mercados como el chino, el indio, el brasileño, los países árabes o los del sudeste asiático, que lo harán.
Viajamos porque podemos -los que podemos, cuando podemos, que esto es algo que también se nos olvida- Somos así de simples. Porque para las generaciones anteriores irse a Londres era una aventura y para la nuestra volar hasta Pukhet para encontrar a codazos el sitio para hacer la foto entre la barriga del alemán de turno y la sucesión de sonrisas y pulgares hacia arriba es, seguramente, mucho más fácil. Lo hacemos porque podemos, del mismo modo que esos viajeros futuros de los que hablaba en el párrafo anterior, lo harán cuando puedan sencillamente porque podrán hacerlo.
Lo hacemos porque nos han dicho que es lo que hay que hacer. Porque en muchas cosas nuestro marco mental sigue en el S.XIX, en aquel imaginario romántico que continua enganchándonos y que hace que nos encanten las puestas de sol, el otoño, las tormentas en los acantilados e irnos muy lejos para sentirnos especiales por un rato.
Lo hacemos porque nos han dicho que eso es triunfar en la vida, que eso nos hará más cultos, más libres, mejores personas. Y puede que sí, pero también, lo he dicho en alguna otra ocasión, puede que hacer cola en el aeropuerto para hacer luego cola en el bus al centro, y de ahí a otra para entrar en la Capilla Sixtina y verla, a duras penas entre la marabunta que empuja no nos esté haciendo nada de eso.
Restaurante Cuatro Perras, en el Hotel As Hortensias de Corcubión
Lo haces porque puede que vivas en una casa pequeña en un barrio que no te encanta, que no vayas a poder permitirte una hipoteca -otro día hablamos de si esto es necesario o es otra de esas cosas que hacemos porque nos han dicho que hay que hacerla- porque tal vez no vayas a tener la opción de decidir si tener hijos o no, porque probablemente sabes que el año que viene vas a estar en otro trabajo y que no será necesariamente mejor. Porque puede que no sepas muy bien qué va a ser de ti a los 75 años y cómo te las vas a arreglar, visto el aspecto que va teniendo la cosa. Y que nada de eso va a cambiar si te ahorras los 500€ de la escapa que te permite, al menos, sacarte del medio y mandarlo todo al carajo, por un rato, con una sonrisa.
Lo hacemos para escapar de una rutina que nos espanta, como norma general. Y dado que no podemos cambiarla, cambiamos unas horas de escenario. Lo hacemos, a veces, también, para salir de nuestra ciudad, que ya no es la que era, que está tomada por los turistas y en cuyos bares de siempre el ambiente ya no es igual. Y con eso le hacemos lo mismo a la ciudad de otros.
¿Por qué viajo? ¿Por qué sigo escribiendo sobre viajes, entonces? A la primera pregunta diré que lo hago, pero no demasiado. Suelo hacer, como mucho, un viaje grande al año por ocio. A veces ni eso. Y por grande me refiero, habitualmente, a un par de horas de vuelo como mucho.
En cuanto a las salidas pequeñas, trato cada vez más de ser consciente de dónde me estoy alojando y qué implica eso. He sido, como tanta gente, un usuario bastante frecuente de pisos turísticos. Ya no. Lo era cuando eran menos, cuando no sabíamos que, a veces, su proliferación implica cosas muy feas. Lo sigo siendo, ocasionalmente, cuando ese alojamiento no está quitando alternativas de otro tipo a los ciudadanos del lugar al que voy y que espero estropear lo mínimo posible.
La cabaña de la que hablaba antes, en medio del bosque, a tres kilómetros del pueblo, no es una alternativa habitacional real para nadie que viva allí. Los precios de alquileres para habitantes del lugar no van a subir porque yo la use, no han dejado de renovarle el contrato a alguien para que yo pueda tener mi semana de desconexión. O eso creo. El día que me convenza de que estoy siendo un factor de distorsión dejaré de ir.
Creo en un turismo respetuoso, consciente de que está distorsionando la realidad de los lugares a los que llega; que intenta, si no integrarse, porque eso en una semana no va a ocurrir, tratar de entender el lugar, adaptarse a él y hacer el menor daño posible.
Lo equiparo, en ese sentido, a conducir. Cada vez que te montas en el coche eres consciente de que estás contaminando y de que te conviertes en un peligro potencial para ti y para los demás; en una molestia en cuanto a ruidos, espacio de aparcamiento, densidad de tráfico y demás. Y por eso no conduces por la acera, por eso no vas en dirección contraria ni aparcas a 15 centímetros del portal. Por eso, quizás, optas por un tipo de coche u otro, decides a veces usar el autobús urbano. Por eso no conduces por la pista que lleva a la playa del mismo modo que por una autopista de cuatro carriles por sentido. Sabes que lo que haces implica una serie de riesgos, de molestias y de distorsiones, por eso tomas precauciones y estás atento a no crear demasiados problemas.
Viajar es lo mismo. No estás solo en ello, afectas a los demás. Nadie te pide que no lo hagas. Hazlo, simplemente, siendo consciente de ello, asumiendo que contaminas, que cuando vas a es bar tan típico que está en todas las guías estás afectando a la experiencia del cliente que va todos los días; que cuando subes la foto desde ese lugar secreto, deja de ser secreto.
Por eso escribo sobre determinados sitios y sobre otros no. Por eso creo que hay que potenciar los aspectos positivos que el turismo puede tener y no dar altavoz a otros. Por pienso creo que las cosas no se solucionan dejando de viajar o dejando de escribir sobre viajes. Es una cuestión, al menos para mí, de escala y de enfoque.
Restaurantes
Lo mismo me ocurre con los restaurantes. Con los que frecuento, con aquellos sobre los que escribo y con los que prefiero evitar.
Creo que estamos inmersos en una burbuja a la que no le falta mucho para explotar. Lo pienso desde hace tiempo, pero cada vez lo creo de una manera más firme.
Por eso elijo, cuando puedo elegir, a qué quiero darle luz. O darle mi dinero. Por eso opto, a veces, por callarme para no estropear.
El cocinero maltratador condenado en firme de mi ciudad, por ejemplo, sigue siendo alabado, sigue teniendo el local lleno y sigue en las guías porque hay quien decide obviar todo eso, porque hay quien lo disculpa -es que ya sabes el carácter que tiene; es que ella, también, hay que conocerla- y hay quien pone por delante su disfrute. Yo, por mi parte, que lo conocí, que sé cómo se porta con los subordinados, decido no darle foco, si eso está en mi mano. Salir a comer no solo es algo más o menos entretenido o más o menos interesante, es algo que ayuda a modelar el mundo que nos rodea.
Por eso creo que hablar de determinados formatos es, en realidad, como aplaudir la pesca intensiva o al urbanismo desbocado. Hay modelos -grupos, cadenas, empresarios, cocineros- que lo único que hacen, desde mi punto de vista, es llevar a cabo una labor extractiva que no mira para los lados y mucho menos mira hacia adelante; formatos que están esquilmando el sector, que no hacen más que inflar la burbuja, que salen de un concurso de acreedores con una ronda de inversión más grande sin pararse a pensar en los efectos secundarios -impagos, gente que se queda sin trabajo, distorsiones del precio de alquileres- y cruzando los dedos muy fuerte para que en algún momento las piezas encajen. Ir a esos lugares o no, hablar de ellos o decidir callarse da forma a lo que nos rodea. Escribir sobre gastronomía es, también, tomar partido en esto.
Restaurante Millo (A Coruña)
A su lado, al menos eso quiero creer, hay negocios pequeños a los que les viene bien la visibilidad, para los que cada cliente suma. A veces, incluso, son lugares que generan dinámicas positivas a su alrededor, que afianzan el negocio de sus proveedores, que tal vez aporten algo positivo en términos de diversidad, de valor cultural. Porque sigo creyendo en el valor cultural de la gastronomía. Por eso, si me convenzo de que no lo hay, un restaurante, por muy bonito que sea, por mucho que esté de moda, pasa a ser para mí un negocio más, como una fábrica de suelas de zapato. Y el interés que me despierta es el mismo que esta última.
Es complicado, porque del mismo modo que quiero seguir viajando, aún siendo consciente de todo lo que implica, quiero seguir visitando restaurantes, disfrutando de ellos y contándolo, a pesar del mamoneo inmenso y de las ansias de pelotazo que me encuentro de vez en cuando.
Tengo algunos viajes en las próximas semanas. Algunos hoteles y algunos restaurantes que estoy seguro de que me harán pensar mucho sobre esto. Y tendré, también, tiempo en salas de espera para irlo escribiendo.
Gracias por seguir ahí una semana más. Si eres suscriptor tienes el mapa debajo del siguiente video.