Es el por qué
Me interesa cómo se cuentan las cosas: lo que se elige destacar, lo que se omite, pero sobre todo la forma que se escoge para hacerlo.
Es algo que vale para un guion, para una charla, para una exposición o para un menú: tienes que contar lo que sea -una historia, tu forma de ver la cocina, explicar algún concepto, desarrollar un tema ante un tribunal, narrar un viaje- y para eso, seas consciente o no, seleccionas y, sobre todo, decides usar una forma concreta.
Estoy empezando a trabajar en un proyecto nuevo que, si todo va bien, conoceréis en unos meses. Y tiene que ver precisamente con esto, con las maneras de narrar. Es un proyecto realmente bonito en el que se encuentran gastronomía y arte y en el que buena parte de lo que importa, al menos en lo que tiene que ver conmigo, es la forma. Cómo se cuenta.
Parece una obviedad, si no le das muchas vuelta, pero piénsalo ¿Cómo te explicarías a alguien que no te conoce en, digamos, cinco conceptos que le permitan hacerse una idea? Puedes hacerlo biográficamente -nací aquí, estudié allí, mis padres hacen esto, tuve una relación que me marcó profundamente, trabajo en lo que sea- puedes hacerlo por rasgos -soy alto, tengo los ojos verdes, tengo una ligera cojera en la pierna derecha, el pelo castaño y corto y la piel oscura- por aficiones -me gusta el jazz, los comics, el cine alemán, leer antes de dormir y los perros pequeños. Más allá de haber conseguido varias biografías para tu perfil de Tinder, todos esos ejemplos pueden definirte, pero ninguno te explica por completo.
Es cuestión de dónde ponemos el acento ¿Y si rompemos un poco los esquemas más previsibles y barajamos todos esos modelos? Nací aquí, tengo el pelo castaño, me gusta leer antes de dormir, tengo la piel oscura y estudié arte dramático. No aporta más información, pero tampoco empeora. Y, de alguna manera, da una información más transversal y tiene un poco más de ritmo.
¿Y si lo hacemos con cinco objetos y me pones delante, por ejemplo, una guitarra, un libro en francés, una camiseta de rayas, unos palillos japoneses para comer y un grabado de un artista local? No me estás dando ninguna información directa y, sin embargo, me estás dando muchas pistas.
Aromas, recuerdos, libros, frases, lugares… cualquiera de ellos, o todos combinados, podrían valer. Es una cuestión de enfoque, de hacia dónde quieras llevar la atención y de la reacción que quieras provocar. Seguramente si expones cinco títulos académicos que tengas (conseguí el graduado escolar en…, el bachillerato en…, hice la selectividad en…, la carrera en… y un año en la Escuela Oficial de Idiomas de…) o cinco recuerdos (aquella fiesta en la playa con los amigos, el primer viaje solo, el lugar de la ruptura sentimental que te marcó, la casa de tus abuelo, el momento en el que aprendiste a tocar el piano) conseguirás reacciones diferentes, aunque en los dos casos sigas hablando de ti y dejando muchas cosas fuera.
¿Para qué quieres contarlo? Puede que te interese reforzar una idea previa o que, por el contrario, quieras derribar mitos. Quieres sorprender, o a lo mejor te apetece transmitir una imagen determinada, de persona de fiar, de alguien divertido, qué sé yo. Tal vez es una entrevista de trabajo, puede que una cita, un café con alguien con quien nunca habías compartido mucho tiempo. En cada caso vas a seleccionar, vas a resaltar y vas a omitir. En cada uno usarás un tono diferente, un ritmo distinto.
¿Cómo lo quieres contar?
Piensa que hemos hablado, hasta aquí, de definirte a ti mismo, que no dejas de ser algo relativamente limitado. Imagina que, en vez de hablar de ti, quieres explicar un lugar, un país, una cultura, un momento histórico, una moda. La cuestión es tan amplia que, llegado el momento de decidir, lo que selecciones es casi secundario y el acento se va a la manera que elijas para contarlo. Y en ese punto estoy.
Es bonito porque me hace volver al tiempo, en otra vida, en otra era geológica, en el que tuve otros trabajos y en el que me tocaba seleccionar, a veces, qué se contaba y a quién sobre el tema que correspondiese en cada momento para una publicación, para una exposición o para un debate.
Es bonito porque me hace ver que en estos quince años que han pasado desde aquello han cambiado muchas cosas, entre ellas las maneras de contar. Algunas han ido quedando atrás y otras han ido apareciendo.
Es bonito porque me está haciendo pensar en lo que cuento normalmente por trabajo y porque no todo lo que veo al pensar en ello me encanta, y eso siempre está bien. No tanto no estar a gusto con lo que haces (con una parte de lo que haces) como darte cuenta de ello. Qué cuento, para qué lo cuento, cómo lo cuento. Por qué.
A lo mejor salen de aquí propósitos de año nuevo, ya que estamos en temporada. A lo mejor no, que lo que va funcionando más o menos bien es mejor no tocarlo. O puede que al árbol le salga alguna rama nueva. De hecho, este proyecto que me tiene dándole vueltas a la manera de contar, es ya una rama nueva.
Iremos viendo.
Piénsalo de una manera menos personalista. Piensa en lo que contamos, por ejemplo, sobre cocina en España (o en Galicia, en Andalucía…). De quién se habla, qué se cuenta, qué se omite ¿Por qué siempre las mismas caras, los mismos nombres, los mismos lugares, los mismos platos, los mismos barrios, las mismas calles, las mismas guías, los mismos discursos, los mismos eventos, los mismos autores que escriben sobre ello?
De dónde vienen esos acentos y esas ausencias, porque vienen de algún lado y nunca son casuales ni mucho menos inocentes. Por qué todo el mundo habla ahora de sostenibilidad, de conciliación, de humanizar la profesión y, sin embargo, seguimos rigiéndonos por rankings que valoran la competición, fundamentalmente un tipo de cocina y una manera de ejercerla.
Piensa en el canon, en los libros que te han dicho que hay que leer, en las películas que tienes que ir a ver. En los restaurantes que no te puedes perder, en los vinos que deberías beber (porque si no lo haces, explotas o algo, por lo visto). Y aplícalo a lo que quieras: a cómo cuentas el lugar en el que vives, el último restaurante al que has ido o a ti mismo. Qué destacas, por qué lo haces.
La clave, me temo, es ese por qué en el que nunca nos detenemos. Es lo que se espera que digas/escribas/hagas, es lo que crees que se espera, es lo que esperas que esperen. Es lo que quieres proyectar, es quién te gustaría que te lea/escuche/mire. Es la imagen que te has hecho de ti mismo en ese lugar, en ese formato, y que refuerzas a base de omisiones y de insistencias. No es lo que cuentas. En realidad, ni siquiera es cómo lo cuentas. Es el por qué. Por qué así, por qué ahora. Siempre es el por qué.
Gracias por seguir ahí una semana más.
Algunos enlaces
Es posible que conozcas la obra de Stanley Donwood y ni siquiera seas consciente de ello. Es el autor de buena parte de las portadas de los álbumes de Radiohead. Y es un misterio. Su nombre real es Dan Rickwood y apenas hay alguna imagen o algún dato suyo que no esté relacionado con Thom Yorke.
En su última exposición, en la Jealous Gallery de Londres, el artista reflexiona sobre los paisajes sagrados y lo hace a partir de algunos lugares británicos especialmente conocidos por este motivo. Es interesante ver cómo recoge un tópico tan antiguo, quizás pasado de moda de alguna manera, y lo redefine desde un expresionismo pop muy interesante.
Si vas a ir a Londres próximamente, la exposición está abierta hasta el 23 de diciembre. Y los precios no son ningún disparate.
Lo que he leído
Estoy con Rompepistas, de Kiko Amat. Y estoy deseando acabarlo y empezar con el siguiente del autor. Nunca había leído nada suyo y, de momento, me parece uno de los dos o tres descubrimientos de este año.
Lo que he visto
Ayer fuimos al cine a ver El Menú. No tengo muy claro si me gustó o no. Es entretenida, tiene momentos divertidos, en ocasiones es incluso un poco incómoda para los que trabajamos alrededor del mundo de los restaurantes de alguna manera. Y tiene bastante mala leche.
Me pregunto cómo la verá alguien que no tenga nada que ver con este sector.
Lo que he escuchado
Nunca he sido muy de Nick Cave, que es uno de esos fenómenos de fans de mi época de estudiante, como Bjork, como PJ Harvey, como Radiohead, que me bordearon sin que apenas los viese. Pero Nature Boy sí.
Algo más o menos opuesto me ha ido ocurriendo con Low, que, por cierto, son de la misma ciudad que Bob Dylan y eso, quieras que no, te tiene que marcar un poco si te dedicas a la música. Me han ido apareciendo y desapareciendo aquí y allá a lo largo de los últimos 25 años. Y esta semana me enteré de que Mimi Parker, su batería y cantante, fallecía el mes pasado.