
Discover more from Carreteras secundarias
Equilibrio
Hace más de dos meses que no salgo de Galicia y hace más o menos el mismo tiempo que no escribo crónicas de visitas a restaurantes. No he renunciado a eso, pero a veces hace falta poner un poco de distancia.
Estas semanas me han dado tiempo para retomar algunas otras ideas, para poner en marcha nuevos proyectos más cercanos, que hablan más de lo que tengo a mano, del día a día. Y está bien, porque cuando lo excepcional se convierte en algo cotidiano se pierde la noción de la realidad.
Es algo que me estaba ocurriendo, o al menos yo tenía esa sensación, que para el caso es más o menos lo mismo. Y es una de esas sensaciones contradictorias que están siempre ahí (volveré sobre esto más abajo): escribes sobre lo que te gusta, tienes el privilegio de dedicarte a ello de manera profesional, de visitar sitios únicos, conocer a gente realmente interesante, de viajar, de ir a lugares a los que la mayoría de la gente va en vacaciones, si puede.
Hasta que te das cuenta de que hace tiempo que no sales a tomar una cerveza con nadie que no tenga que ver con el trabajo o de que no dedicabas un día entero del fin de semana a ir con tu pareja a dar una vuelta por el simple placer de darla, sin necesidad de que haya un restaurante, un productor o una panadería por el camino que justificara la escapada.
O Vello Cárcere, Lugo
Tenía la sensación desde hace ya un tiempo, pero fui consciente de ella en un momento muy concreto: Anna y yo íbamos en el coche, teníamos un rato por delante y estábamos planificando las semanas siguientes. Le dije que había que ir a algún restaurante en los días siguientes, porque tenía que publicar, y le pasé una lista de las opciones. A ella no le apetecía mucho ninguna, pero a mí menos. Eran todos restaurantes interesantes, apetecibles en principio y en muchos casos eran lugares en los que no habíamos estado, pero no nos apetecía.
A mí, de hecho, la situación me provocaba una cierta tensión. En los meses anterior había estado yendo a restaurantes, como siempre, quizás asumiendo más carga de trabajo porque las noticias hacían pensar que sería buena idea esforzarse una temporada ya que no estaba nada claro qué iba a ocurrir en el futuro a corto plazo. Y cuando el futuro no está claro, hay muchas papeletas para que mi sector sea uno de los que se paran.
Hubo casos en los que tomé un tren por la mañana para ir a un restaurante a tres de horas de casa, comer y volver a montarme en el tren a primera hora de la tarde, escribiendo en el portátil durante el regreso. Hubo otros, muchos, en los que, mientras cenaba, estaba pensando en qué iba a contar, en cuántos párrafos para la introducción, cuántos para los platos…
Sé que hay gente que lo hace mucho más que yo sin que, al menos hasta donde yo sé, le suponga un problema. Y sé que hay también quien pagaría por poder hacerlo. No sé si después de hacerlo durante seis meses seguidos esas persona seguirían pensando igual, pero soy consciente de que al menos desde fuera esa vida es envidiable. Y de que hay trabajos peores, por supuesto, Muchos, además.
Yo no he querido nunca ser inspector de ninguna guía; no tengo ningún interés en visitar más restaurantes que nadie, en ir el primero o publicar antes que otros. No colecciono estrellas Michelin ni fotos con cocineros. Yo lo que siempre he querido es escribir. Y para escribir, en este caso sobre restaurantes, hace falta visitar restaurantes, evidentemente, pero sobre todo hace falta tener ganas de contar algo interesante sobre ellos, tener el ánimo para entresacar algo que haga que quien te lee decida dedicar 10 minutos de su vida a eso: a leerte. Entre otras cosas porque no tiene la culpa, el pobre, de que tú hayas entrado en un bucle que se te está haciendo bola.
Aunque en realidad ni siquiera escribir sobre restaurantes es lo mío. No en exclusiva. Cuando me preguntan qué soy profesionalmente me defino como un escritor y un divulgador centrado en la gastronomía. Los restaurantes son solamente una parte de eso. La parte que más vende, soy consciente, no necesariamente la más interesante y seguramente tampoco la más divulgativa. Cuando esa parte consigue que no seas capas de escribir sobre las otras y que incluso lo que escribes sobre ese tema se resienta, se convierte en un lastre.
Me gusta ir a restaurantes. Me gusta escribir sobre restaurantes. Imagino que esto es algo que tenemos todos claro, pero por si las moscas. Siempre que no se convierta en una esclavitud, añadiría. En el momento en el que eso ocurre, el primer perjudicado es quien me encarga los textos, porque se va a notar. Y a continuación quien me lee, pero el siguiente soy yo.
El fin de semana pasado fuimos a Lugo. Aprovechamos un encargo de trabajo el viernes para dedicar las 24 horas siguientes a no hacer demasiado en un lugar que ya conocemos. Y fue como un viaje al pasado. Levantarme sin prisa, sin poner el despertador, salir a dar una vuelta, parar a ver una exposición si nos apetecía (qué bonito O Vello Cárcere, por cierto. Anotadlo para cuando paséis por la ciudad) o continuar callejeando si en ese momento no teníamos gana de entrar. Comer en un sitio sobre el que sabía que no voy a escribir, pedir a la carta lo que me apeteciera. No lo más interesante, lo que pueda tener más tirón, las novedades o lo que salga mejor en foto: lo que quisiera. Volver a casa sin prisa, sin hora, parando si queríamos por el camino una vez, o dos, o cinco.
Y esta semana escribí. Y escribí tanto como no escribía desde hace semanas. Conseguí centrarme y meterme en un texto durante tres o cuatro horas sin que fuera una tortura.
Ayer repetimos. Salimos hacia la costa aprovechando que hacía sol. Decidimos sobre la marcha dónde comer, y fue en una bocatería de un mercado de un pueblo pequeño. No fue la mejor comida del año, ni el mejor bocadillo, pero fue lo que quería, cuando quería y con quien quería. Sin presión y sin rutina.
Escribir, aunque no se esté escribiendo literatura, es una actividad creativa. Necesita de una concentración de la que quien no lo ha hecho nunca no es consciente. Más aún si se tiene que hacer dentro de un plazo, de un formato y de una extensión concreta. Escribir así se parece bastante a “quiero que vayas de Sevilla a Córdoba, pero que lo hagas por nacionales, pasando por Carmona, sin mapa y en menos de tres horas. Y que quien va contigo disfrute del viaje”. Se puede, claro que se puede, pero exige una cierta concentración adicional.
Cuando eso es todo lo que haces, la concentración pasa a ser la parte importante y, sin que te des cuenta, lo otro, lo que debería ser el centro va quedando en segundo plano. Estás pendiente de no repetirte, de cuántos caracteres llevas de introducción; estás pendiente de que el texto encaje con la imagen y de que esta, además, sea buena. Y luego está lo otro, lo que debería ser lo primero.
Es complicado. No querría dar la sensación de que me quejo de mi oficio. Al contrario, es algo elegido y de lo que disfruto, pero a veces, supongo, hay que pararse y revisar que todo esté en orden. Ya trabajé en una oficina los años suficientes como para saber que si entras en el bucle de fichar al entrar, hacer lo que tu jefe quiere que hagas (que no necesariamente es lo que hay que hacer, ni mucho menos lo que podrías hacer mejor ese día) y fichar al salir, vas a encontrar de todo menos algo estimulante. Y si lo dejé no fue para caer en lo mismo ahora.
Contradicciones
A todo lo anterior se suma que estoy atravesando una etapa de mi vida bastante… digamos intensa. No sé si será la edad, aunque imagino que tiene mucho que ver, o si estará relacionado con el agotamiento post pandémico, con la serie de circunstancias poco agradables (problemas de salud propios y de gente cercana, algún fallecimiento próximo, incertidumbre laboral…) que me tocó pasar en los últimos dos años o si, probablemente, es una mezcla de todo eso y algunas cosas más de las que ni me entero.
Lo cierto es que, sea por un motivo o por otro, pienso mucho más las cosas. El por qué de las cosas. El cómo. Y es una situación curiosa, porque es nueva. Estoy permanentemente explorando el terreno y por primera vez siendo consciente de ello. No estoy haciendo las cosas porque se supone que se hacen así, porque es como siempre he visto hacerlas, porque tengo una imagen que mantener o por un simple “tira p’alante que ya nos preocuparemos de esto luego”.
Es sorprendentemente agradable. Desconcertante, pero agradable a su modo. Quizás porque me hace pensar en cosas que estaban ahí sin que les diese muchas vueltas; quizás porque ahora me enfado mucho menos, porque ahora digo mucho más que no si creo que tengo que hacerlo.
No se trata de un proceso de renacimiento personal, de autoconsciencia ni de nada por el estilo. Tengo claro, además, de que hay dos factores externos que tienen mucho que ver: el primero es la terapia a la que he estado asistiendo en los últimos meses. Parece mentira lo que ayuda hablar las cosas, contarlas, ponerles palabras. De alguna manera es como ir desenmarañando una cuerda que estaba ahí y mantenía las cosas unidas, pero que se había ido haciendo un lío. Por otra parte, estoy tomando una medicación que me quita un poco de fuerza, física y mental, lo cual hace que tenga que medir más en qué la empleo, elegir mis batallas, por decirlo así. Y de ahí lo de tomarme las cosas menos a la tremenda.
Unas cosas y las otras han hecho, al mismo tiempo, que me haya quedado claro que ni tengo ya 25 años ni los voy a tener nunca más. Y ahí vuelvo a lo de elegir mis peleas. Con lo que yo he sido, con lo que me gustaba una polémica y con las peleas idiotas en las que me he metido sin que nadie sepa muy bien para qué.
Es bonito, porque en estos últimos meses, será porque el ritmo es otro, será porque he puesto un poco de distancia con algunas cosas, me he dado cuenta de que hago lo que hago -profesionalmente, quiero decir- para ayudarme a entender lo que pasa. Es curioso, porque siempre fui el tímido de la clase, de la pandilla o del equipo y, sin embargo, soy de los pocos que han optado por tener una vida más o menos pública. He hecho televisión y radio, me subo a escenarios con frecuencia y escribo sobre lo que hago o a dónde voy. No está mal para alguien sin demasiado interés en llamar la atención.
Hay mucho de ego en esto, imagino. Es algo sobre lo que ya he escrito en otras ocasiones: quien escribe lo hace porque quiere su dosis de atención. Pero me doy cuenta de que hay mucho de intentar entender las cosas. En casa soy fundamentalmente vegetariano, aunque me gusta la carne (cada vez menos, es cierto) y aún más el pescado y el marisco; como compostelano que soy disfruto enormemente de las tapas de cortesía, aunque soy perfectamente consciente de que implican muchas cosas que no me gustan; disfruto de un buen menú de corte casero por 12€ en una casa de comidas y aún así tengo claro que probablemente no es sostenible y que si lo es quizás implica cosas que no son especialmente agradables ¿Cuánto gana esa gente? ¿Qué producto está trabajando? ¿Cómo funciona ese negocio?
Escribir me ayuda a diseccionar, a entender que algo puede gustarme y aún así tener luces y sombras; me ayuda a poner un poco de distancia, a explicárselo a otros y, en el proceso, estar explicándomelo a mí mismo. De alguna manera me ocurre lo mismo que cuando estudiaba: si leía el libro me quedaba con el 50% de la historia, pero si leía el libro escribiendo resúmenes y esquemas, acababa quedándome con el 90%
Escribir me ayuda, a mí, que soy un caos en eso, a poner orden, a entender mejor las cosas y a verlas desde distintos ángulos. Me ayuda a dar un par de pasos atrás y tomar distancia, a mirar las cosas desde un poco lejos y un poco afuera. A ponerles palabras y a recordarlas.
Visto así, haber empezado esta newsletter y haberlo hecho hace ahora más o menos año y medio, tiene mucho más sentido.
Gracias por seguir ahí una semana más.
Algunos enlaces
Esta semana estrenaba una colaboración en Vinte. Está en gallego, pero, seamos sinceros, aunque no lo hables no es finlandés y algo vas a pillar. Y si no, está ese botoncito mágico de tu navegador. Las fotos de Adrián Baúlde explican muy bien la atmósfera de un viaje por el norte de Galicia en enero y el tipo de cosas que he estado haciendo estas últimas semanas.
—
Con frecuencia comparto aquí algún enlace que tiene que ver con la cultura vikinga. No es porque me interese especialmente. Me interesa, como algunas otras y quizás más que muchas, pero lo que parece interesante, en realidad, es la redefinición de tópicos que está habiendo a su alrededor en los últimos años. En otra ocasión hablaba aquí, por ejemplo, de cuestiones de identidad de género. Y hoy quiero compartir un estudio arqueológico que ha demostrado que los guerreros vikingos tenían mascotas, viajaban con ellas desde Escandinavia y que les dedicaban rituales funerarios. No encaja con la idea de los bárbaros que arrasaban con todo a su paso y eso me parece precioso.
Lo que he leído
Zombies, A Cultural History, de Roger Luckhurst ¿Se puede hablar de zombies y, para hacerlo, escribir sobre historia de Haiti, colonialismo, esclavitud, racismo, el Hollywood clásico y, sí, también de las películas de George Romero o del cine de zombies italiano? No sólo se puede, sino que Luckhurst lo hace de una manera amena que te deja con ganas de más.
Lo que he visto
He vuelto a ver Rocky y me ha parecido mucho más interesante de lo que recordaba. Lo de poner un poco de distancia de lo que hablaba más arriba, imagino.
Lo que he escuchado
Tuve un compañero de instituto que estaba obsesionado con The Cramps. Nunca fue mi caso, aunque desde entonces tengo una simpatía hacia ellos que me hace volver de vez en cuando.
Lo mismo me ocurre con The Misfists, a pesar de la antipatía que me provoca Glenn Danzig. Hay algo en ellos que me hace volver.
Aunque en este caso tengo claro que el Rock en Samil (que es una versión de su Rockaway Beach) de Siniestro Total, seguramente la banda a la que más veces he visto en directo, tiene, como niño vigués que se subía al Vitrasa para ir a Samil que fui, mucho que ver.
Equilibrio / Contradicciones
Divertirnos???
No me hagas reír.
No te creas un bisho raro pisha. Que somos más, muchos más, los que transitamos por veredas y vericuetos semejantes. Cada uno con sus peculiaridades, pero con muchas semejanzas. Y está muy bien leertelas porque sirven de reflexión propia y son útiles. Está cojonudo que los amigos 'trabajen' por uno....😜