En algún momento decidimos que estamos aquí para ofendernos y, bueno, no sé, cada uno estará para lo que le parezca mejor, claro, pero la verdad es que yo no tengo el cuerpo para eso.
La gravedad me parece la señal más evidente de inseguridad, la forma de pedir a gritos respeto y atención antes incluso de abrir la boca. Soy un tío muy serio, todo me parece mal, vengo ya de vuelta y esto ya lo he visto mejor, más grande y más bonito. A mí no se me impresiona fácilmente: hazme casito.
Disculpe: me ofende su opinión sobre ese restaurante con el que no tengo nada que ver. No tiene usted ni idea.
@senoraleatorioconcosasquedecir
¿No te gusta? No vayas, no te lo comas, no lo leas, deja de hablar con esa persona. Pero ya está. No te gusta, pero en realidad te encanta que sepamos que eso, lo que sea, no te gusta; que nos enteremos de tu disgusto, de tus opiniones desfavorables. No compartes esa opinión y necesitas que, además, se sepa. Porque la tuya es la buena, porque tú sabes. Vale, que sí. Que ya.
No hablo de que no se pueda expresar una opinión, de la crítica constructiva, de que si algo te gusta es evidente que, por comparación, otras cosas te gustan menos. Hablo del no por principio, del todo mal, del “qué me vas a enseñar tú a mí”, del “quita, que tú no sabes”. De la actitud airada, de la suficiencia hastiada.
Y hablo de eso porque vengo de ahí. Supongo que porque nos educan (o quizás nos educaban. Sería bonito pensar que es así) en que ser alguien importante es ser alguien serio, que no se toma las cosas a la ligera; es ser alguien que sabe y, por lo tanto, no bromea con ese tipo de cosas. Con cualquier tipo de cosas. A la dignidad por la adustez. Y, mira, no. Al carajo con eso.
Es algo que me interesa mucho. Como actitud, pero sobre todo desde el punto de vista iconográfico, del que con frecuencia no somos conscientes.
Vete a cualquier galería de hombres ilustres. En tu universidad, en la Academia que te pille más a mano, en algunos museos, en tu ayuntamiento. Son una sucesión de señores que te miran desde arriba, con enfado, desdén o una mezcla ganadora, de innegable atractivo, de ambas cosas.
Y no es que pretenda quitarle importancia a esa gente, ni a la forma de representarlos, pero se nos olvida que es eso: una manera de significar cosas que no son pintables porque no son tangibles. Son iconos, son imágenes a las que hemos decidido otorgar un valor simbólico. Represento esto, pero quiero decir aquello; pinto a un señor muy serio, pero quiero decir que es un señor muy importante en lo suyo.
Es una convención. Algo que tuvo significación en un momento cultural concreto y que hemos ido heredando sin pararnos a cuestionarnos si, quizás, ya habría que ir dándole una vuelta.
Nos hemos criado en que la dignidad intelectual es seria, es mayor y es fundamentalmente masculina. De ahí que cuando alguna gente quiere otorgar (a veces otorgarse) dignidad tienda a tratar de usted, tenga eso más o menos sentido. Es un “te reconozco, así que reconóceme” de manual. Es un “nosotros, que estamos en el ajo…” como la obligación de llevar traje y corbata en determinados trabajos, diseñada para otorgar dignidad al lugar, a la persona y, de paso y sobre todo a la empresa/institución ¿Sigue teniendo el mismo valor ese icono hoy que en 1950? No lo sé, aunque estoy bastante convencido de que es un ejemplo perfecto de lo que en teoría del arte se conoce como pérdida de relevancia iconográfica.
“Sólo los falsificadores hacen jarrones, chinos; los chinos se limitan a hacer jarrones que, inevitablemente, les salen chinos”. La cita, que me parece una maravilla, es de un libro que en su momento circuló poco y que ahora circula todavía menos, pero que es una joya: Formas Elocuentes: Reflexiones sobre la Teoría de la Representación, de Serafín Moralejo.
No es un libro fácil. Es un estudio sobre la teoría de las imágenes, pero si te interesa el tema, está lleno de conceptos que los historiadores del arte aplicamos a los objetos artísticos, pero que se pueden extrapolar al análisis de cualquier realidad cotidiana: a cómo nos vestimos, al aspecto de las calles, a la forma de saludar, de dar la mano o al hecho de ir con la música a tope y la ventanilla del coche bajada.
La cita -retomo el hilo- habla de otra cosa, fundamentalmente: de la voluntad estética, de la voluntad de estilo, pero es interesante también en relación con el traje con el que nos vestimos dentro de esa intención: con el tono de voz, el lenguaje, la ropa, la actitud antes las cosas con los que, poco a poco, sin darnos cuenta, nos esforzamos en demostrar que nosotros sí somos jarrones chinos, de los auténticos, además.
La seriedad como norma, decía. Es el Dinastía Ming de los jarrones chinos. El no va más. El “dime que te estas esforzando para que me quede claro que eres alguien digno de consideración sin decirme que te estás esforzando para que me quede claro que eres alguien digno de consideración” de la página uno del manual. Es decirle, a quien quiera escucharte, que te ofendes, porque esto para ti es grave, porque los que os tomáis esto verdaderamente en serio, no como el resto, no podéis dejar pasar por alto las afrentas.
Es exactamente la misma estrategia que usaba tu madre cuando, en vez de llamarte Fran, te llamaba José Francisco desde el otro lado del pasillo. Tonterías las justas, te estaba diciendo sin necesidad de decirlo. Es la misma, pero a la inversa, que en el “a ver, bonita, te cuento” con el que se reduce a alguien a su faceta estética, simpática, pizpireta, atractiva. Decorativa. Exactamente lo opuesto de lo que se supone que es la seriedad y el rigor de esos señores que no eran ni bonitos ni pizpiretos, porque tienen cosas mucho más serias por las que preocupare. Una palabra -ese bonita- una sola, con la que se explica un mundo. Los iconos y los símbolos son mucho más poderosos de lo que solemos imaginar.
No: esto, lo de la seriedad, era así, iconográficamente, en otra época. Y un poco antes de eso, esa representación de la ofensa se llevaba más allá. Se rasgaban las vestiduras, se arrancaban mechones de pelo para demostrar el ultraje. Y todo aquello se fue abandonando, por excesivo para el momento, evolucionando a esa cara de disgusto con la vida. Y ahí sigue la cosa, para algunos, 250 años después. Sería bonito, ya puestos, ver el espectáculo de las camisas destrozadas y las calvas en el occipucio en televisión o en las redes sociales. Una pena que no hayamos llevado las cosas a su extremo lógico.
El vino no está mal, pero le sobran un par de meses de madera. Óleo sobre tabla.
La de la seriedad como dignidad una imagen que se extendió por la cultura occidental, pero que se fue modulando según el momento y el lugar: en la España contrarreformista el semblante era más serio y los fondos más oscuros; en los Estados Unidos del luteranismo más estricto todo gritaba frugalidad y rectitud. Y un poco de desaprobación.
Así que usted prefiere el oloroso al palo cortado... Oleo sobre lienzo.
La galería oficial de retratos de presidentes de los Estados Unidos es una auténtica maravilla para asomarse a la evolución de ese tropo iconográfico:
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Mira las imágenes. Están en orden cronológico. Sin añadir ni una palabra de texto te hablan de los orígenes en el rigor religioso, de la dignidad del cargo y de la gravedad de la responsabilidad. De pronto, pasa algo: se ha ganado la guerra, se entra en otra era. Se baja la guardia (las gafas), se relaja la actitud. Ya no se necesita aseverar. Y poco a poco la evolución continúa. Carter ya no impone como sus antecesores; a Clinton lo acaban de pillar con un “Eh, date la vuelta para la foto”. Ya no es el maestro colérico, es el padre bonachón. Obama tiene una pose que le arruga el traje, como le puede pasar a cualquiera, y te mira de tú a tú. No necesita reñirte con la mirada.
Y, sin embargo, aquí seguimos los demás, a lo nuestro. Y yo me niego, porque no estoy aquí para eso, porque bastantes amarguras tenemos cada uno en nuestra vida, con frecuencia cuando menos nos conviene, como para ir por ahí ofendiéndome por estupideces, sinceramente.
En cuestiones gastronómicas, que son las que me ocupan laboralmente y a las que dedico más tiempo de ocio, estoy por el disfrute. Me cambié de trabajo porque el anterior era un concurso permanente, una competición para parecerle más guapo al jefe. Todo era serio, intenso, grave. Salvo la calidad de los resultados, diría, pero esa es otra historia. Y me niego a que con este pase lo mismo.
Uno de los tres se va a quejar de la calidad de la copa (en Taberna El Nardo, al borde de la N-635, a las afueras de Villanueva del Trabuco, justo al pasar la gasolinera, con el menú del día de 11,90€) y sabes perfectamente cuál sin que tenga que abrir la boca. Porque él sabe. El valor simbólico de las imágenes.
Si voy a un restaurante y la experiencia general no es entusiasmante, tengo dos opciones: centrarme en lo malo o buscar aquello que, de alguna manera, me ha hecho feliz, me ha despertado la curiosidad o me ha parecido interesante por algún motivo. Casi siempre lo hay. En alguna ocasión no, y en esas, creo, el disgusto está legitimado. Pero no por la ofensa, sino por el desperdicio de tiempo y de dinero, por la lástima por la ocasión desaprovechada. En todas las demás, siempre hay algo que me gusta, que me parece imaginativo, que demuestra, al menos, una voluntad de estilo, una intención creativa, un esfuerzo. Y eso me alegra.
Porque no estoy en esto -y “esto” vale para casi cualquier cosa en la vida, salvo consultas médicas, cartas de Hacienda y verduras cocinadas en exceso- para amargarme ni para buscar el fallo; porque me interesa poco representar mi dignidad, si la hubiera, y no me apetece exigir respeto a grititos. Porque me importa lo que los demás piensen, claro, por eso escribo, pero para hablar sobre ello, sobre lo que yo pienso y lo que piensan otros; para discutir. Lo que me interesa es el debate.
En esto, como en tantas cosas, me he portado muchas veces como un auténtico idiota. Yo como cualquiera, que no vengo a hacer aquí la de la autoexpiación en público, eh. Es sólo que soy el caso de estudio que mejor conozco y el que me pilla más a mano. Y si ha sido así, si con esto estaba en una actitud que ya no sólo no comparto, sino que me parece ridículo, ha ocurrido por empeñarme, por empeñarnos, en replicar roles, símbolos e imágenes de épocas pasadas. Por no entender que el contexto había ido cambiando; que lo que era iconográficamente importante para mi abuelo no es lo mismo que lo fue para mis padres, para mí en 1993 y para mí ahora. Por no haber sabido leer el entorno, lo cual es siempre una señal de poca inteligencia, y por no entender que, en realidad, no importa. Para ti la perra chica.
Es mucho más interesante, y por lo general más didáctico, explicar las cosas, incluso la discrepancia, desde el buen humor, desde la cordialidad, desde lo constructivo; darse cuenta del ridículo propio y quitarle importancia, que tampoco pasa nada. La seriedad, que también es útil, tiene que quedar para las grandes ocasiones, como el desprecio. El resto del tiempo no vale la pena y resulta un auténtico coñazo. A la hora de practicarla, pero sobre todo a la hora de asistir a ella.
Breves:
Ayer habría cumplido 20 años Merlín (nació el 03 del 03 del 03), el perro que tuve en una vida anterior. Lo quise como a un hijo y me falta cada día. Si hay algo que me ha dolido, es no haber podido estar con él al final. Y ese si es un motivo para ponerse serio y no el punto de cuajado de la tortilla.
Gracias por seguir ahí una semana más.
Algunos enlaces
Esta semana publiqué en Vinte una ruta gastronómica por una de las zonas menos turísticas de la provincia de A Coruña: Ordes, Arzúa, Melide, Sobrado dos Monxes…
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“No quiero trivializar ni la función ni el concepto de la crítica, pero -como ocurre con la arquitectura- también debe ser juzgada por sus efectos”. On The Duty And Power of Architectural Critcism, parece atreverse con un debate que es transversal en la actualidad y para el que, pese a todo, en gastronomía parece que no estemos aún preparados. Quizás cuando superemos la adolescencia, que es un estado mental y dura lo que quiere. El enlace es a una reseña del libro, que todavía no he leído, aunque va de cabeza a la lista de pendientes, pero me parece que incluso esos pocos párrafos aportan unas cuantas ideas a las que, al menos a mí, me apetece darles una vuelta.
Lo que he visto
Quo Vadis, Aída? de Jasmila Zbanic. Dura, pero bonita.
Por cierto, si te interesa, aquí tienes la lista de películas que voy viendo este año. Mucho entretenimiento, algunas malas decisiones y unas pocas películas estupendas de cualquier época y de cualquier género.
Lo que he escuchado
Yo, como cualquier ser humano que hoy tenga entre 40 y 55 años, también estuve enamorado de Justine.
El tema, por cierto, fue la cara B del single en el que la cara A fue Waking Up. Si tienes menos de 30, a lo mejor te tienen que explicar qué significa todo eso ¿Ves como las cosas cambian mucho más rápido de lo que nos damos cuenta?
Y esta canción, con lo poco simpático que me resulta Bob Geldof, me tuvo obsesionado una temporada.
Me ha gustado mucho leerte sobre "Formas elocuentes". Yo llegué a él ya hace tiempo indagando sobre el concepto de lo "esqueuo". Creo que es uno de los primeros libros que hablan sobre ello. Me fascinó su lectura. Ahora, al leerte, me dan ganas de volver a él.
Increíble, gran texto, resueno muchísimo con lo que escribes. Yo soy de un humor ligero, y todo el tiempo me contradigo, creo que es sólo mi proceso de aprender, pero a las personas les confunde eso, que siendo académico, y tenga algunos títulos me mueva entre la simpleza de los infomerciales que me causan mucha gracias, y las novelas clásicas, o música que toco como el jazz, y de repente ponga una canción de Bad bunny. Creo que tomo la vida con humor es todo.