Ilustro el texto con imágenes generadas para él mediante el uso de IA a partir de conceptos sencillos como “un plato de restaurante con ingredientes desconocidos” o “un sandwich de pulpo y brécol”. Si aplicaciones gratuitas de un momento embrionario de este fenómeno son capaces de esto en cuestión de segundos cuando se lo pides desde un ordenador de capacidades muy limitadas, imagina qué podrán hacer en 10, 20 o 50 años. Piensa que hace poco más de 25 años no sabías qué era internet, que viajabas con un mapa de papel y cuando estabas fuera llamabas a casa desde una cabina.
Había algo que nos diferenciaba a los seres humanos: la capacidad creativa, la capacidad de imaginar, de pensar algo nuevo y distinto. Ya no, o casi. Y no pasa nada.
La inteligencia artificial ha llegado como una tromba a nuestras vidas, se ha hecho mainstream en algo más de un año, poco a poco, sin que nos diésemos demasiada cuenta. En los últimos días es el tema de conversación, hasta el punto que este texto, que comencé a pensar hace un par de semanas, empezó a parecerme perfectamente prescindible. Pero con eso ocurre lo mismo que con la creatividad: no todo tiene que ser imprescindible para que valga la pena. De hecho, empeñarse en que todo sea necesario es un aburrimiento.
El ramen de Klimt
La cuestión es que la inteligencia artificial (vamos a utilizar IA desde aquí, para abreviar) está a punto, si no lo ha hecho ya, de romper la última barrera que hacía de la creación humana algo único. La IA empezará a imaginar en algún momento, por mucho que por ahora se mantenga en lo que los especialistas denominan “el campo de lo informacional”.
Habrá quien me diga que no, que lo que hace es replicar cosas, basarse en modelos previos y en la información que acumula, en algo que ha visto. Yo, a eso, contestaría que, en realidad, es lo que hacemos todos. No imaginamos cosas nuevas que no tienen que ver con nada que conociésemos antes. Al contrario. La creatividad es precisamente eso: combinar conocimientos previos para llegar a un resultado original que se basa en ellos. Y es algo que la IA ya es capaz de hacer, aunque con una diferencia: puede acceder a muchos más conocimientos y mucho más rápido que cualquiera de nosotros, de tal forma que algo que al ser humano le lleva años, cuando ocurre, como aprender a ser creativo o a desarrollar un estilo propio, acabará pasando más pronto que tarde de una manera autónoma, sin que nosotros pintemos nada en ello, nos guste o no. Y a partir de ahí, el desarrollo será, casi con toda seguridad, exponencial y hacia lugares que no somos capaces de imaginar. Ya no seremos quienes lleven la delantera.
Si Van Gogh hubiera pintado un gato
La imaginación, en realidad, es eso, la recombinación más o menos aleatoria de recuerdos y conocimientos adquiridos. Y si una IA puede acumular muchos más conocimientos, datos y recuerdos que nosotros, puede -es cuestión de tiempo- desarrollar una imaginación mucho más viva. Y con ella un estilo. Y ahí me detengo, que lo siguiente sería asumir que tomará conciencia de sí misma y desarrollará conceptos abstractos como trascendencia o ego y a partir de ellos una ética, además de soñar con ovejas eléctricas. Y es posible que eso ocurra, pero como no soy Isaac Asimov este texto no va por ahí, que bastante hay con lo que estamos poniendo encima de la mesa.
Un primer paso, seguramente mucho más cercano de lo que pensábamos hace sólo unos meses, es que en la producción en busca de visibilidad o posicionamiento llevamos las de perder: cualquier IA no demasiado compleja va a poder hacerlo, si es que no puede ya, mucho más rápido y de manera mucho más eficiente que cualquiera que nosotros. Y, sobre todo, más barato y sin horarios. Intenta luchar contra una máquina en su terreno.
El pollo asado de Rothko
Entonces nos quedará aquello que, sin pensar en esto, pregunté en el congreso de escritores de Menorca de hace un par de meses y para lo que no obtuve respuesta: si nos centramos en el posicionamiento, en las visitas, en el tiempo de lectura, en optimizar el texto para mejorar la experiencia del lector y asegurarnos más visitas ¿qué pasa con el estilo? Por ahora voy teniendo una respuesta: quedará como lo único que nos diferencie de una IA. De momento.
Un sandwich de pulpo y brécol que resulte apetitoso
Pero también eso pasará. Porque en esto, imagino (porque yo también puedo), la IA no se diferencia tanto de la inteligencia de vieja escuela -llamémosle así, aunque sea para irritar un poquito más a quienes no disfrutan con la idea del cambio nada más- y una vez que adquiera la capacidad y los recursos suficientes es sólo cuestión de tiempo que sea capaz de desarrollar un estilo. O varios. O todos. Porque en el estilo, en la creatividad o en el arte no hay nada de mágico. Son simplemente una cuestión de capacidad cognitiva que nosotros tenemos y otros seres no y que nos hace acumular conocimientos, aplicarlos de maneras nuevas, combinarlos una y otra vez hasta dar con resultados diferentes, ser conscientes de esos resultados y desarrollar, a partir de ellos, elementos no necesariamente funcionales como la belleza, la personalidad, la creatividad o la diferencia.
Esas cosas a las que llamábamos musas, genio, talento o inspiración no son más que eso: capacidad para combinar conocimientos acumulados. Si surge una inteligencia diferente, con muchísimos más conocimientos y una capacidad infinitamente mayor de combinatoria que la nuestra, nuestra exclusiva sobre todo eso tiene los días contados.
De hecho, podemos ponernos en plan Borges y suponer que en un momento no demasiado lejano una IA será capaz de imaginar todos los libros posibles. Todos los platos, todas las películas, todas las leyendas. Todas las experiencias imaginables en un restaurante y algunas aún inimaginables de propina.
Un plato apetecible, pero en el que no puedes identificar ningún ingrediente
¿Es triste? No me lo parece. Es lógico. Es una consecuencia natural de cómo se están desarrollando las cosas. Quizás esto nos ayude a dejar de lado de una vez por todas esa idea decimonónica del arte y la creatividad como algo trascendente, espiritual y casi mágico. El uno y la otra son un fruto de nuestra capacidad de pensar, de una manera de pensar diferente que alguna gente tiene más desarrollada a fuerza de entrenamiento y de una cierta facilidad innata no muy distinta a la que otros tienen para los trabajos manuales, tocar el oboe o dominar una pelota con los pies.
De hecho, me parece un escenario muy esperanzador, porque creo que abrirá nuevas vías creativas y que lo hará pronto. Muy esperanzador, aunque también terrorífico por otro lado, porque sabemos de sobra que si una tecnología puede usarse de alguna manera perversa es sólo cuestión de tiempo, y no de demasiado, que se haga.
En cualquier caso ¿Dónde deja esto a la creación artística? En el mismo sitio en el que estaba, para empezar. Y con posibilidades de desarrollo que estoy seguro que ahora mismo nos cuesta ver.
Lo que sí que creo que tiene los días contados es lo otro, la producción en busca de objetivos, la optimización. Eso que llamo la antiescritura o la anticocina. Desaparecerá del mismo modo que ya nadie hace operaciones matemáticas complejas -ni simples, en realidad- con papel y lápiz. Sencillamente porque hay otra forma de hacerlas mejor, más rápido, sin margen de error y mucho más barato.
Una gata con ropas flamencas del S.XVIII
Y quizás la creatividad sea una de las alternativas, porque igual que cuando se inventó la imprenta se preservó la escritura a mano, de la misma forma que cuando se digitalizó el texto se siguieron editando libros, cuando se desarrolle lo suficiente la IA y surja una creatividad artificial, se preservará la antigua creatividad por el simple placer de practicarla. El placer. No sé cuánto tardarán las IA en llegar hasta ahí, aunque de momento no está en ese punto.
¿Y qué pasará con el arte? Pues no lo sé, la verdad. No tengo ni idea. Me gusta pensar que será más rico, que abrirá nuevas vías que complementen a las actuales. Dejará de ser una exclusiva humana, que es una de las últimas barreras que nos quedaba por ver caer, pero no creo que eso lo empobrezca. Eso sí, como cambio de paradigma deja al terror del año 1000 en mantillas.
Leía estos días a alguien que defendía que la IA es la gran esperanza de la industria del entretenimiento porque en no demasiado tiempo permitirá desarrollar productos a la carta; novelas, series, películas, videojuegos adaptados al usuario y generados en tiempo real. Podrás leer la novela perfecta para ti, la película basada en tus gustos, la música que encaje totalmente con tus preferencias.
Un plato de fine dining estadounidense preparado con productos alienígenas
Y lo mejor es que, tal como yo lo veo, eso no sustituirá a la creatividad humana. No al menos en el medio plazo. Si tengo que dar una opinión, diría, en todo caso, que la empobrece. Porque lo que importa de un libro, de una película o de una canción no es que te entretenga más o menos. Lo que importa es la voluntad de estilo, el proceso que lleva hasta ese resultado, muchas veces imperfecto. Un relato no es solamente la historia que cuenta. El peligro, en realidad, es confundir creatividad estética con industria del ocio. Es eso, y no las máquinas, lo que a mí me hace temblar.
Lo que me resulta interesante es la historia que hay detrás, los motivos que llevan a quien lo ha escrito a escribir ese relato y no cualquier otra; cómo lo ha hecho, las decisiones que tomó al hacerlo. La obra es, de alguna manera, el resultado de una persona que es, a su vez, el resultado de años de vivencias, traumas, coincidencias afortunadas, carencias y elecciones, miserias, logros, necesidades y aspiraciones. Eso, creo, seguirá así por el momento. Aunque sea solamente porque una IA no necesita sentirse querida. O pagar las facturas a fin de mes. Y eso marca la obra de cualquiera. Caramba si la marca.
Por eso lo que importa, o al menos importa tanto como el resultado, es el proceso, es el camino elegido; todo aquello por lo que se opta y todo lo que se rechaza. Siempre he defendido los conocimientos inútiles, aunque nunca hasta ahora había imaginado que sería eso lo que siguiera haciendo de la creatividad, al menos durante un poco más, algo exclusivamente humano.
Gracias por seguir ahí una semana más.
NOTA: Todo este texto parte de premisas muy toscas y no deja, de alguna manera, de intercalar elementos que ya son una realidad en algo que en parte sigue siendo una suposición más o menos creativa. Si te interesa el tema a un nivel más profundo encontrarás algunos enlaces por los que empezar a tirar del hilo en la próxima sección.
Algunos enlaces
Si quieres saber por dónde van los tiros en la relación entre arte e inteligencia artificial, puedes consultar este trabajo en BBVA Open Mind, aunque ya tiene un tiempo. O este, más reciente, de Fernando Peña Ardanuy, de la Universitat de Catalunya. Centrado de una manera más específica en la práctica artística, también es muy interesante este trabajo de Nuria Rodríguez Ortega, de la Universidad de Málaga.
Y si quieres hacerte una idea de lo que pueden cambiar las cosas en los próximos 20 años, puedes darle un vistazo a esta tesis doctoral sobre el tema, publicada hace ahora dos décadas, para tener una referencia de a qué ritmo van los cambios.
Lo que he visto
Cuando tenía unos 11 años, el colegio nos llevó al cine a ver Dersu Uzala. Aunque hoy pueda sonar a ciencia ficción -me imagino las reuniones del AMPA si alguien propone algo así ahora mismo- no sólo les pareció una buena idea, sino que asistimos a los 140 minutos completos y nadie, que sepamos, sufrió daños irreversibles.
Guardaba solamente recuerdos vagos, aunque tenía la sensación de que me había gustado. Y hemos vuelto a verla. No es una película trepidante, es cierto, pero es realmente bonita. Y no voy más allá, que ponerme aquí a decir cuáles son los valores destacables de uno de las obras más importantes de Kurosawa me parecería un mear fuera de tiesto que me da bastante pudor. Así que, si te gusta el cine y no la has visto ya estás tardando. Y hasta aquí mi comentario de hoy.
Lo que he escuchado
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que algún amigo tuyo se iba a trabajar a Inglaterra en verano y venía de vuelta con una pila de discos desconocidos por aquí (aún) que le daba un aura casi mítica.
En aquella época, que aunque no está tan alejada parece, por otro lado, prehistoria de la muy antigua, las bandas iban a los programas de televisión y tocaban en directo. Tocaban en directo en programas en directo, sin Autotune, sin red, sin bases grabadas, con fallos, con voz temblorosa al principio. Y nosotros nos sentábamos a verlos, a veces en el momento, a veces mediante cintas de VHS alrededor de las que nos reuníamos los que queríamos estar al día para ver qué había grabado en ellas algún amigo que tenía televisión por satélite.
Eso, las dos cosas, es lo que me ocurrió con Catatonia, un grupo galés de la segunda oleada de britpop, cuando alguien trajo su single Mulder&Scully de una tienda de Manchester y cuando, tiempo después, vi esta actuación que alguien grabó del programa de Jools Holland, que es otro del que tendremos que hablar en algún momento.
También en los 90, aunque un poco antes, U2 llegaba a su máximo creativo. Venían de encadenar The Joshua Tree y Rattle and Hum y, de pronto, salieron con Achtung Baby. Y nos dejaron con el culo torcido a unos cuantos. Porque aquello era U2, pero no el U2 que habíamos conocido. Porque había un primer acercamiento, tímido, a la electrónica, percusiones del norte de África y una guitarras muy diferentes a las que les habíamos escuchado antes. Luego la cosa se les fue un poco de las manos con Zooropa y, en mi opinión, de ahí para abajo.
Pero aquel invierno de One, de The Fly o de Mysterious Ways aquel disco nos pareció el equivalente de lo que el Sgt. Pepper’s había sido para The Beatles. Y allí, en el medio, estaba Until The End Of The World, con el kit completo de cosas que no habíamos escuchado antes a esa banda. Habría matado por ir a un concierto de esa gira.
Para terminar con algo que no sea de los 90, que lo de la nostalgia está bien, pero tampoco vayamos a pasarnos, voy con otro tema que tiene que ver con el Sgt. Pepper’s, aunque sea como reacción, y que también, en su momento, me voló la cabeza.
Jagger dice que la compuso en la primavera de 1967, pero, vamos a ver, el disco de The Beatles salió en mayo de ese año y este tema apareció en diciembre y como single, así que, aparte de los parecidos estéticos incuestionables, cualquiera con un poco de mala leche, que no voy a ser yo, podría decir que apareció como reacción al exitazo de la competencia y en formato single para no tardar mucho y no perderse esa ola. En fin, tampoco es que importe demasiado.
Muy interesante. Todo esto de la IA me ha recordado a la carrera de los años 80 y 90 por las "IA" de ajedrez. Durante muchos años los mejores ajedrecistas vencían a estos ordenadores, hasta que Kasparov fue derrotado por Deep Blue. Supongo que mucha gente por aquel entonces pensaba un poco lo que se piensa con las IA de ahora, que lograrán sustituir por ejemplo a la industria del cine (o a la literaria!). Con el paso de los años el interés por aquellas máquinas decreció, pese a que hoy en día está claro que ningún jugador puede ganar a un ordenador al ajedrez... Al fin y al cabo, ¿tanto interés tendría un campeonato de ajedrez jugado por máquinas?
Lo accesorio, lo innecesario, nos hace cada vez más, afortunadamente, humanos.
Saludos,
Jose