Hoy no voy a hablar de gastronomía, aunque el tema que quiero contar no deja de estar, hasta cierto punto, ligado a ella. Hoy voy a hablar de porcelana, de viajes, de influencias, de cómo las cosas se van entremezclando para dar lugar a realidades nuevas y únicas.
Como ya te conté en un texto anterior, estoy trabajando en varios proyectos, uno de ellos es un libro que tiene que ver con la relación entre arte y gastronomía. De él nace todo este hilo que, como finalmente no formará parte de la edición, ha acabado aquí.
La historia comienza en China. Durante la dinastía Yuan se perfecciona un tipo de porcelana que se decora con motivos azul cobalto y que se venía ensayando en materiales más toscos desde siglos antes. El modelo se refina más tarde, ya en la dinastía Ming, a partir del S.XIV, cuando la porcelana alcanza el máximo de delicadeza.
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Justo hacia el final de esa época los holandeses ponen en marcha la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales. Tendrá su base en el sudeste asiático, pero hacia 1640 tenían ya montada alguna instalación en puertos de China, donde se quedan prendados de esa porcelana tan delicada.
Los comerciantes chinos descubrieron rápidamente que a los holandeses les gustaba bastante aquella cerámica, pero que no eran particularmente meticulosos con los detalles o con la autenticidad, así que inventaron un tipo de porcelana similar, pensada para ellos, más tosca, más barata de producir y con formas adaptadas al gusto occidental, que se vendía como churros: la cerámica Kraak.
En cierto sentido, podemos entender la Kraak como un antepasado de esos souvenirs de calidad dudosa que venden en cualquier lugar en el que haya una artesanía más o menos afamada. A mí intentaron venderme en Catania un imán de nevera como una obra de auténtica cerámica de Caltagirone. Las cosas no han cambiado demasiado en estos últimos 400 años.
Volviendo al tema: los holandeses empezaron a traer algunas piezas Ming auténticas y mucha cerámica Kraak a Europa. Y se puso tan de moda que los ceramistas de Delft empezaron a copiar ese patrón: cerámica con decoración azul sobre fondo blanco. Y lo hicieron hasta que esa combinación se convirtió en característica de la producción de esa ciudad.
En la Lechera de Vermeer, por ejemplo, puedes ver cómo sobre la mesa hay un jarro de cerámica azul sobre la mesa, pero si te fijas, verás que en la pared del fondo hay un rodapié, precioso, de cerámica local. Quizás esto de los azulejos azules y blancos con imágenes te recuerde a algo.
Porque, por un lado, en sus colonias del sudeste asiático los holandeses comerciaban con los portugueses, a los que vendieron piezas de esa cerámica Kraak -de hecho, hay quien defiende que kraak viene de carraca, el tipo de barco que los portugueses usaban para comerciar en la zona- y a los que convencieron de que comprasen, a su vuelta a Europa, cerámica de Delft.
Y así saltamos al Oporto barroco, por ejemplo.
Pero antes damos un paso atrás, porque desde Delft aquella cerámica Kraak, junto con las copias de producción local más o menos inspiradas, empezaron a ponerse de moda en toda Europa. Primero a través de los bodegones que se producían en los Paises Bajos.
Y luego a través del intercambio comercial que hizo que la moda llegara a Nevers, en Francia
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A Faenza, en Italia
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O a Meissen, en Alemania.
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Así, esa porcelana blanca con motivos vegetales azules se fue adaptando a los gustos locales y a las modas, convirtiéndose en un objeto muy preciado en sus diversas versiones locales.
De ese modo llegó a Sttafordshire, en Inglaterra, convirtiéndose rápidamente en un tipo de porcelana que no podía faltar en cualquier casa con posibles.
Ese fue, seguramente, uno de los estilos que fueron modelo para vajillas de La Cartuja de Sevilla
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Pero también a una porcelana del norte de España que tuvo una primera época a partir de 1806: Sargadelos.
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La fábrica cerró siete décadas más tarde, pero ya en la segunda mitad del S.XX fue reabierta por Isaac Díaz Pardo y Luís Seoane, que adaptaron sus rasgos característicos a una estética contemporánea.
Hasta colarse en diseños más recientes, como los creados por David Chipperfield para la marca en los últimos años.
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Pero vamos a dar un par de pasos atrás. Por un lado volvemos a aquellos puertos chinos en los que se vendía algo de cerámica Ming y mucho de algo que se le parecía lo suficiente como para que los extranjeros lo compraron. Mucha de esa producción acabó en Europa de la mano de holandeses y portugueses, pero otras piezas fueron en direcciones muy distintas.
Algunas llegaron a Japón, donde inspiraron la cerámica de Arita.
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Otras, a través de la ruta de la seda, viajaron hasta Persia, donde se pusieron de moda durante la dinastía safávida, particularmente en la corte de Isfahan.
Y de ahí, por el norte de África,
hasta Granada.
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Por otra parte, la moda llegó hasta esos azulejos portugueses de los que hablábamos más arriba. Fue desde Portugal desde donde la fiebre de la cerámica azul pasó a España, a Talavera, donde se convirtió en característica de la producción del S.XVII. Si lo piensas, ese azul es muy portugués (o muy holandés, o muy chino, vaya) y el tema de la golondrina también.
Seguro que la misma combinación de técnica y colores la has visto en tarros blasonados o en los fabricados para las boticas.
Y cuando la crisis económica empezó a apretar y no todo el mundo podía permitirse cerámica talaverana auténtica, surgieron algunas imitaciones, sobre todo en Sevilla, que por aquella época era una de las ciudades más importantes de Europa. Se hicieron reproducciones casi exactas de piezas de Talavera, pero también de aquellas falsas chinas que se fabricaban en Delft. Y surgió otra variante, más tosca, que los expertos conocen como Azul Lineal o Yayal Blue On White para uso cotidiano. Los tres tipos aparecen en esta imagen.
Detalle de San Hugo en el Refectorio de Los Cartujos, de Zurbarán (Museo de Bellas Artes de Sevilla)
Tan cotidiano fue ese nuevo modelo, de hecho, que se ha encontrado entre el ajuar de barcos que salieron del puerto de Sevilla y que acabaron naufragando en el Caribe.
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Las piezas que cruzaron el Atlántico y no se hundieron, por su parte, acabaron dando forma a escuelas cerámicas locales. Y así es como la cerámica tipo Talavera de Puebla (México) y otras siguen en la actualidad basándose en decoración vegetal azul sobre loza blanca.
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Así llegamos hasta hoy de la mano de una decoración que ha dado la vuelta al mundo, que se ha integrado en culturas, religiones y usos muy distintos y que lleva con nosotros unos 800 años.
Y así es cómo, de la mano de unos holandeses que no sabían muy bien qué estaban comprando, pero que aún así lo pusieron de moda, probablemente si te digo que pienses en porcelana decorada lo primero que te venga a la cabeza seguramente tenga que ver con todo este árbol genealógico y con esa pareja de colores.
En el próximo texto volveré a mis temáticas de siempre. O quizás no. Gracias por seguir ahí una semana más, en cualquier caso.
Qué maravilla de historia. Gracias por hallarla, ordenarla y contarla :)
¿Conoces la historia del Sanborns de los Azulejos en México? Su fachada de azulejos de talavera poblana inspiró también el diseño de la vajilla imitación Blue Willow Pattern que se volvió icónica de la cadena de cafeterías del mismo nombre.