Alegría. Si hay alguien perfecto para titular un texto en clave positiva, ese soy yo. No hay duda.
Tuve bastantes dudas sobre el título y el enfoque de esta carta, pero ¿para qué voy a mentir? los últimos meses se están cobrando su peaje anímico y sería absurdo esconderlo.
Paracetamol
Estoy cansado. Son prácticamente dos años ya en los que hemos cambiado rutinas, en los que hemos dejado de ver a gente, en los que probablemente hemos perdido oportunidades de trabajo, hemos renunciado a nuestro ocio, en los que hemos tenido que convivir con toda esa incertidumbre y acostumbrarnos a idas y venidas que cada vez van pesando más.
Lo noto. Lo noto en mi capacidad de concentración, que hay días que tiende peligrosamente a cero, y lo noto en la cantidad de paracetamol que consumo. La vida sigue, pese a todo, y nos toca hacer lo que esté en nuestra mano por que continúe de la manera más normal posible, sea eso lo que sea.
Cocina
Cocinando, por ejemplo. Cocinar me devuelve siempre un cierto sentido de la normalidad. De estar en casa, esté donde esté. Es una mezcla de calma y de concentración, de la satisfacción que me da cocinar para otros, mucho mayor que la que me proporciona cocinar para mí y la satisfacción del trabajo (normalmente) bien resuelto.
Hoy es 24 de diciembre. Tengo un cochinillo al horno desde las 10 de la mañana. Escribo mientras la casa se va inundando de aromas. A estas alturas está ya cocinado. Queda, solamente, que se atempere un poco, retirar la piel con cuidado, deshuesarlo y elaborar una terrina para esta noche. Queda, también, preparar las guarniciones y los acompañamientos, los entrantes, la bandeja de los postres, poner a enfriar las bebidas. Probablemente es lo único que me gusta de la navidad. Esto y que el día 30 estoy de cumpleaños y, si el tiempo lo permite, intento hacer algo al aire libre. Abrir una conserva rica, acompañarla de un buen pan, puede que un buen queso, en algún lugar cerca del mar, quizás en la Costa da Morte o en O Barbanza, me alegra más ese día que un menú en el restaurante que se os ocurra.
Algún año, incluso, me daba un baño en el mar. Siempre me apetece, pero siempre aparece, también, el miedo a una contractura, que vamos teniendo una edad, a pasarme el 31 en parihuelas, que el Atlántico norte en diciembre está para pocas tonterías, y se me pasa. No lo sé, a lo mejor me dejo llevar por la crisis de los cuarenta-y-bastantes y me lanzo. Estad atentos a la prensa local el día de fin de año por si hablan de varaduras en la zona.
Lo grande y lo pequeño
Hace unas semanas hablaba en una de estas cartas de la película Ofelas, del noruego Nils Gaup. Esta semana vimos su película más reciente, El Último Rey. Y no diré que esté mal, hay, de hecho, la misma estructura básica que en Ofelas, que fue la primera, pero hay algo que falla.
Ese algo, me temo, es la escala. Ofelas se filmó con poquísimos recursos, unos 250.000€ al cambio actual; El Último Rey tuvo 6 millones de euros de presupuesto. Ambas cuentan historias bastante similares ambientadas en sitios parecidos. Y, sin embargo, a la última le falta algo. Alma, quizás. Carácter, personalidad. No lo sé, es como un Ofelas con anabolizantes.
Porque lo interesante de aquella primera película no era algo que con más dinero se podía hacer mejor. Era el estilo, que encajaba con la escala pequeña del proyecto, era el entusiasmo. Era un carácter casi doméstico que con más dinero lo único que hace es diluirse.
El resultado es más profesional, por decirlo así. Más espectáculo. Resulta evidente que hay más dinero en cada traje, en cada localización. Y, sin embargo, falta algo. Falta el carácter artesano de aquella primera vez. Un carácter, me temo, que no se lleva bien con las grandes escalas, tampoco en cine.
Mujeres y rock en los 90
Esa misma pequeña escala que había en muchas bandas que surgieron alrededor del estallido del grunge en los primeros 90. No hay más que escuchar el Bleach de Nirvana o el Ultramega OK de Soundgarden y compararlos con In Utero o Superunknown para verlo bien a las claras.
Y es algo que se ve muy claramente en muchas de las bandas femeninas de la época. En aquel momento no me di cuenta, aunque ahora lo veo de una manera muy clara: los primeros 90 fueron el primer momento en el que las mujeres aparecieron, como norma general y no como excepción, como un actor más, igual al resto, y no simplemente como un objeto decorativo dentro del panorama del rock.
Tal vez no fuera un fenómeno que se diera en todos los ámbitos, pero dentro de la música alternativa no hay ninguna duda: L7, Hole, Babes in Toyland, Tori Amos, P.J. Harvey…
Sheryl Crow, Bjork, Alanis Morisette en música más de masas. Hubo antes excepciones, claro (de Joan Baez a Tracy Chapman, de Linda Rondstat a Joni Mitchell, de Heart a Joan Jett, de Blondie a Patti Smith, de Janis Joplin a Melissa Etheridge), pero nunca de una manera tan evidente dentro de un estilo como ocurrió entonces.
También fueron ellas, quizás, quienes más sufrieron ese cambio de escala, esa sobreexposición, esa atención mediática que hizo que muchas bandas no sobrevivieran a la hipertrofia. Me quedo con aquel Shitlist de L7 como ejemplo. Al año siguiente editaron The Beauty Process (el nombre es muy significativo) y, básicamente, desaparecieron.
En fin, hay un cochinillo ahí que no se va a deshuesar sólo, así que ya vale de discurso de Nochebuena. Ojalá paséis estos días con la gente que de verdad os importa.
Gracias una semana más.
Algunos links
Esta semana me quedo con la reflexión de María M. Pabón, una alumna del doctorado en Justicia Alimentaria de la Universidad de Nueva Orleans -ya sabéis, los americanos no saben de comida y esos tópicos que tanto nos gustan. Buscad algo parecido en España- que escribe en el blog Food Anthropology sobre apropiación cultural y, algo que me parece especialmente interesante, sobre autenticidad.
¿Qué es auténtico en cocina? ¿Es más auténtico, por ejemplo, el bar que sirve chocolate con churros de postre a los turistas despistados, después de su menú de gazpacho, paella y tortilla, todo muy auténtico y muy de aquí, o Purosushi, el restaurante japonés de mi amigo Andrés Medici, un argentino formado junto a grandes nombres de la cocina japonesa en España y Argentina, reconocido por la embajada japonesa en España por su dedicación a formarse en la tradición gastronómica de aquel país?
Yo lo tengo bastante claro, pero a veces lo obvio no nos resulta tan evidente. Pabón reflexiona sobre ese tema como portorriqueña residente en Nueva Orleans, que es una ciudad de raíces culinarias mestizas e inmigrantes, y me parece que vale la pena detenerse unos minutos a darle una vuelta también desde aquí.
Lo que he leído
Estoy estos días con La Filosofía del Vino, de Béla Hamvas, un bibliotecario y filósofo húngaro que fue purgado por el gobierno pro-soviético. Desde 1948 hasta casi su muerte en 1968, Hamvas estuvo en la lista de intelectuales que no tenían permitido editar su obra.
Aún así, a pesar de que fue expulsado de su biblioteca y de que tuvo que sobrevivir con trabajos no cualificados, semi-retirado en la granja de su hermano, Hamvas escribió más de 250 ensayos que poco a poco van siendo editados, entre ellos esta Filosofía del Vino inclasificable que relaciona el vino con la cultura, la mitología o las religiones.
¡Bebed! Lo que os ofrezco es el aceite de la pureza, el aceite de la ebriedad. Bebed, que el vino se encarga del resto. Son las últimas líneas del libro.
Lo que he visto
El Quimérico inquilino es uno de los clásicos de Polanski, de su segunda época francesa, tras haber tenido que huir de Estados Unidos. Hace unos meses leí el libro de Roland Topor en el que se basa la película, así que tenía curiosidad.
Y la verdad es que es una adaptación bastante fiel y, aun así, con el estilo característico de Polanski que, dicho sea de paso, no es mi director favorito. Pese a ello, la película vale la pena. Aunque si hay que elegir, mejor el libro.
Lo que he escuchado
Lalo Schifrin, un argentino que triunfó en Hollywood en la época de la explosión cool, al mismo tiempo que Quincy Jones, al mismo tiempo que Miles Davis se asomaba al pop -no soy un gran aficionado al jazz, pero qué bestia era Davis. Y qué cosa de otro planeta fue Sketches of Spain (1960)-, al mismo tiempo que el resto del mundo descubría la Bossa Nova a través de Jobim, de Astrud Gilberto o de -otro inmenso más- Vinicius de Moraes.
Su banda sonora para Bullit es la música de fondo hoy en mi cocina.