Bueno, pues otro jardín en el que me meto.
Esta semana mi blog, el viejo Diario de un gourmet de provincias (y de su perro gastrónomo) cumplirá 17 años. Y en este tiempo son muchas las cosas que han ido cambiando. La primera, por desgracia, es que hace ya cuatro años que no hay perro gastrónomo. La siguiente en importancia es que los blogs ya no son lo que eran.
Otro cambio significativo tiene que ver con mi vida, que es hoy muy distinta. Siempre quise vivir de escribir y ahora, por fin, lo estoy haciendo. No por completo -soy consciente de que escribir sobre gastronomía desde Compostela y vivir de ello exclusivamente es algo poco probable- pero sí lo suficiente como para decir que esa es mi ocupación principal.
Y ahí está el problema. Escribir por trabajo es un trabajo, si me permitís la obviedad. Es muy bonito como idea romántica, pero es también levantarse por la mañana, hacerse un café, sentarse frente al ordenador y atacar, tal vez, tres textos en simultáneo. O cuatro. Escribes media hora sobre, yo qué sé, los bares de caracoles en Lebrija. Paras, buscas información, te haces un segundo café y se te va el santo al cielo.
Vuelves a sentarte. Abres el documento en el que trabajas sobre críticos gastronómicos del S.XIX, a ver si te centras. Vas a la estantería, vuelves con cinco libros, subrayas, apuntas en una libreta, escribes dos párrafos. Alguien te manda un whatsapp. Santo al cielo de nuevo.
Te pones música. Abres otro documento. Esta vez sí, notas que tienes por fin el ritmo adecuado. Platos típicos de la Terra Chá. Suena el teléfono. Mierda. Vuelta a la casilla de salida. Vas al Excel donde tienes la información, escribes durante 40 minutos. borras entradas duplicadas, añades un par de links, reorganizas. Actualizas el calendario de entregas. Hora de comer.
Vuelves al texto de los caracoles, que hay que entregarlo antes del viernes. Revisas. Está bien, pero lo dejas reposar hasta mañana a primera hora, que siempre aparece algo. Vas a Drive y abres el borrador de ese libro en el que llevas años trabajando. Aunque sea para un par de líneas, nada más. Estás espeso. Vuelves a los libros. Copias ese párrafo en una nota que quizás uses alguna vez para algún texto. Alguien te llama para decirte que va a enviarte un email. 20 minutos para volver a meterte en el tema, así que una infusión, que ya está bien de cafeína. Escribes un rato más, en un texto o en otro.
Y, de pronto, son las 20:00. Otra vez. Vuelves a tener el culo cuadrado y todas aquellas ideas fantásticas que nadie te va a comprar porque no tienen tirón han vuelto a quedarse ahí, sin escribir, como viene pasando desde que dejaste el blog un tanto abandonado por una mezcla de falta de tiempo y de falta de audiencia. Quizás has subido un tuit al que, como todos los que no hablan de restaurantes, casi nadie hace caso. Quizás ha sido una foto que desaparecerá en 24 horas y que generará un puñado de mensajes privados.
Vives de escribir, es cierto. Es lo que siempre habías querido y no puedes estar más feliz. Pero -siempre hay un pero- tiene sus servidumbres. Y por eso piensas que tal vez sería interesante escribir un poco más. Escribir sobre algo en lo que no manden las fechas, los editores y lo que los lectores de ese medio esperan. Escribir más o menos con el mismo espíritu con el que escribías hace 17 años. Escribir por el placer de escribir, de contar cosas. Cosas que quizás no vendan mucho, pero que te apetece escribir.
Escribir por escribir. Sin pensar en quién lo va a leer ni en cuál es el tono adecuado en este caso. Te das cuenta de que lo que escribes sobre gastronomía está bien, tiene su público y tiene también sus lugares. Pero, al mismo tiempo, cada vez que publicas una story con la portada de un libro que empiezas, hay toda una serie de gente que te comenta; cuando hablas de una película hay gente que responde; cuando dices que vas a ir a tal o cual pueblo siempre hay alguien que te da pistas. Y piensas que, tal vez, hay un hueco para escribir también sobre esas cosas. Sobre todo ese mundo que estabas dejando fuera.
Ahí nace la idea de esta newsletter, un texto periódico que recoja todo eso, que lo haga con el espíritu de las carreteras secundarias, más lentas, más largas, pero siempre más interesantes. Una newsletter con paradas en la cuneta para hacer fotos del paisaje, con altos en gasolineras y cafés de pueblo. Una newsletter que va de un punto a otro, pero que sabe que seguramente en el camino habrá otras muchas cosas en las que vale la pena detenerse.
Una newsletter que hable de gastronomía, aunque tal vez no de la más obvia, que esa ya tiene su sitio, pero que, al mismo tiempo, se detenga en el camino y hable de música, de un alojamiento improbable en algún lugar cuyo nombre no conocías hasta haberlo visto hace un par de días en un mapa, de un bar sin nada especial -pero es que muchas veces esos son los más especiales. De alguien que te cuenta un producto, de una iglesia en ruinas o de las cervezas compartidas entre risas en algún mercado.
En los últimos años he recorrido unos 400.000 kilómetros por España de restaurante en restaurante, de mercado en mercado. Pero esos, los mercados y los restaurantes, son sólo los finales de etapa. Todo lo demás, esos 400.000 kilómetros que hay en medio, entre unos sitios y otros, me parecen cada vez más interesantes. Y no quería seguir dejándolos pasar.
Así que, bienvenid@s a Carreteras Secundarias. Vamos a ver si conseguimos que esto siga rodando durante un tiempo. Y vamos a ver si soy capaz de que los textos sean breves. Aunque sepamos que es probable que eso no ocurra, vamos a mantener las formas al menos ahora, al comienzo, y a hacer como si todo fuera posible.
Gracias por venir.
Algunos links
La vida no es sólo escribir y visitar restaurantes. A diario leo docenas de cosas, algunas por trabajo, algunas relacionadas con mi vida anterior, en la que trabajé con arte, con arqueología, con arquitectura y con gestión del patrimonio cultural.
En cada newsletter añadiré algunos links a cosas que me han interesado especialmente. Desde el trabajo de un diseñador escandinavo a un pan ácimo que se elabora en Uzbekistán, desde un excavación arqueológica en Siria a un pequeño museo en un pueblo del Alentejo o un acto cultural en mi ciudad todo tendrá cabida aquí.
¿Un ejemplo? Esta historia sobre cómo no sólo los vikingos llegaron a América mucho antes que Colón sino sobre como la noticia de ese descubrimiento vikingo llegó a Génova 150 años antes de que Colón convenciera a los Reyes Católicos. Si publicar esto como lectura sugerida un 12 de octubre no es empezar fuerte, ya me diréis.
Lo que he leído
Cada vez leo más. Siempre he leído, pero desde que desinstalé Facebook y Twitter del móvil (Instagram: calienta, que sales) estoy leyendo el triple. Literalmente. Y es algo sobre lo que quiero escribir.
Lo haré sin más pretensión que compartir lecturas que me interesan. Y lo haré, probablemente, a través de enlaces afiliados (todavía tengo que ver cómo va eso). Quiero que esta newsletter sea gratuita, al menos de momento, al menos para quien se sume a ella desde el principio, pero si alguien se asoma a esos enlaces y compra a través de ellos habrá una pequeña comisión que me llegue. Creo que es justo decirlo.
Por ejemplo este libro de Alejandro Zambra, al que llegué por la recomendación de un amigo. Lo acabé hace un par de meses, pero ya que hoy estamos con América, me parece una buena recomendación. Breve, sencillo, capaz de hablar de la historia reciente de Chile sin resultar obvio y sin renunciar, al mismo tiempo, a explicar la relación de la gente más joven con ella.
De momento estoy peleando con ello, pero el libro lo puedes encontrar aquí.
Lo que he visto
Más de lo mismo. Con frecuencia veo cortos, series o documentales sobre gastronomía, así que seguramente algunos acabarán aquí.
Pero veo sobre todo cine, un puñado de películas a la semana, cuando estamos en casa, y alguna que otra serie. Y, por supuesto, videos online de todo tipo: de teoría musical a arqueología, de viajes a conciertos, entrevistas, programas antiguos de televisión… Algunos de esos contenidos irán apareciendo en esta sección.
Entre las vistas recientemente, Una árida estación blanca, de 1987. Sudáfrica, apartheid, Donald Sutherland que está estupendo, como casi siempre (soy un fan declarado después de verlo en Los Violentos de Kelly. Si puedes hacer ese personaje y no resultar excesivo, puedes con lo que sea).
Lo que he escuchado
Música en el coche, música para trabajar, música para tocar -sí, toco la guitarra desde hace 34 años-, música porque sí, porque estoy curioseando, estoy escribiendo sobre algo vagamente relacionado o porque me relaja. En cuestiones musicales voy por ciclos. Del southern rock al death metal, del folk al órgano barroco (que me funciona estupendamente para escribir bajo presión), del brit pop a clásicos del rock de los 50.
Y para empezar, yo creo que está bien La Canción Maldita, de Rubén Pozo y Lichis. Porque esas dos primeras estrofas podría haberlas escrito yo, tranquilamente.