Atlas de las Carreteras Secundarias IX
Un viaje a los márgenes: La Siberia Extremeña (mapa en abierto)
La Siberia es una comarca que a muchos nos suena, pero en la que no demasiados han estado, uno de esos lugares que en nuestro imaginario son remotos y desconocidos, de los que sabemos que existen, pero poco más.
Acabo de regresar de allí. Fue mi tercera visita y, si vuelvo con una idea clara es con la de que pocos sitios hay tan capaces de ser fieles al tópico y al mismo tiempo tumbarlo como La Siberia.
Pero, antes de nada ¿de qué hablamos cuando hablamos de La Siberia? Si tienes un mapa de España en la cabeza, es ese cuerno de Extremadura que parece internarse hacia el centro de la Península Ibérica. Si no, te lo explico: haz un triángulo que tenga sus vértices en Cáceres, en Mérida y en Ciudad Real. La Siberia está. más o menos, en el centro. Aunque los datos geográficos por sí solos no explican gran cosa.
Vamos primero con el nombre: La Siberia. Hay algunas teorías, pero la más extendida afirma que a finales del S.XIX, cuando se estaba llevando a cabo el trazado de las grandes vías de comunicación, había una zona de la provincia de Badajoz -la más extensa de España- que estaba realmente alejada y aislada del resto. Por aquel mismo tiempo, en Rusia se estaban tendiendo las vías del Transiberiano, así que los periódicos hablaban de Siberia como el ejemplo perfecto de lo remoto.
Llegar desde la capital de la provincia, todavía hoy, lleva más de dos horas y cuarto de coche por carreteras nacionales, sin paradas, sin desviaciones y sin ir particularmente despacio. Y eso a Herrera del Duque, la principal población de la comarca. Desde allí todavía hay casi 40 minutos hasta algunos de los otros pueblos, contando con que el tiempo no sea malo. Traslada esto a las velocidades del S.XIX e imagina que, desde Badajoz, te destinan a construir la carretera entre Herrera del Duque y Villarta de Los Montes. Pues eso: La Siberia.
Ese relativo aislamiento ha hecho que los pueblos de La Siberia no hayan crecido demasiado y que los paisajes se hayan preservado razonablemente bien. Esa es la parte bonita. La menos atractiva, supongo, podemos imaginarla todos.
Sin embargo, remoto es un concepto relativo. La Siberia es remota en una escala provincial, quizás si pensamos en el conjunto de Extremadura. Pero si trazamos un círculo con centro en Herrera y un radio de unas dos horas en coche, estaremos dejando dentro del mismo a ciudades como Ciudad Real, Mérida, Cáceres, Badajoz, Talavera de La Reina y lugares como el Parque Nacional de Cabañeros o el de Monfragüe, el monasterio de Guadalupe, el geoparque de Las Villuercas-Ibores-Jara o el conjunto minero histórico de Almadén, que es Patrimonio de la Humanidad. Si lo ampliamos un poco más, 40 minutos como máximo, incluiríamos Toledo, Ávila, Córdoba y Madrid.
No es un mal sitio para una escapada.
No lo es, sobre todo, si te interesan la naturaleza, la tranquilidad y la pequeña escala. Porque la pequeña escala define a los pueblos de la zona, pero también su carácter. No es una comarca con grandes monumentos, aunque haya alguno, ni cascos históricos que puedan compararse al de Trujillo o al de Zafra, por citar dos no muy alejados. Los pueblos siberianos son humildes y lo han sido siempre.
Por eso te sorprende especialmente encontrarte una iglesia mudéjar como la de Herrera del Duque, un castillo como el de Puebla de Alcocer o un dolmen como el de Valdecaballeros. Una vez que llegas, ajustas la mira y esos pequeños monumentos, más o menos aislados, se convierten en hitos, en referentes dentro de localidades que no son monumentales, pero que conservan un carácter propio, algo difícil de definir, pero que sigue vivo.
La escala cambia, sin embargo, cuando vuelves la vista hacia fuera, cuando sales de los pueblos y te internas en el monte que da sentido a la Reserva de la Biosfera que abarca toda la zona. Hay carreteras en las que quizás no te cruces otro coche en un buen rato, pistas por las que recorrer docenas de kilómetros sin ver una casa o escuchar el ruido del motor de alguna máquina, bosques con decenas de miles de árboles -quejigos, encinas y alcornoques, pero también castaños y madroños- Hay peonias, majuelos que en otoño estallan de frutos. Hay, incluso, turberas. Sí, en Badajoz.
No es extraño ver ciervos o gamos en la dehesa. A veces te recomiendan, sobre todo si conduces de noche o al amanecer, que lo hagas con prudencia, porque es muy posible que se te crucen en la carretera.
Desde la pequeña sierra junto a la que se protege La Puebla de Alcocer tienes la sensación de dominar media Extremadura. Encaramado en lo más alto, junto a la capilla, de un lado, hacia el norte, tienes La Siberia, los campos hasta Herrera y los montes; del otro, si te vuelves hacia el sur, el embalse inmenso de Orellana y las llanuras de La Serena y, si el día es claro, Tierra de Barros aún más allá.
Si te vas hacia el norte, en cambio, hacia la Sierra de La Rinconada, el mundo se achica y se reduce a lo que puedes ver del valle. Más allá, detrás del puerto, seguramente tras subir por una pista cuajada de curvas, habrá otro, y otros más allá de ese, pero eso sólo lo descubrirás cuando dejes el primero. La escala aquí es más humana. Humana, pero, al menos para los que somos más o menos urbanos, igual de impresionante: bosques hasta donde alcanza la vista, buitres sobrevolando; quizás, en temporada, la berrea de los corzos desde la ladera.
La Siberia es un campo base perfecto. Esa es, de hecho, una de sus grandes ventajas. Pero no tienes por qué salir de ella si no quieres, hay motivos más que de sobra para quedarse y llenar una escapada. Y uno de esos motivos es la gastronomía, con tres referencias básicas: los dulces, la caza y el escarapuche.
Canelilla, chaquetías, sepulturas, bodigos, bollos ricos, canutos, mantecados de cajón, rabos de calabacín, canelones de miel, galletas rizadas, bolletes, mantecados bastos, tortas de chicharrones, tortas de pan… el listado de dulces tradicionales es interminable. Y lo más sorprendente es que cualquier pueblo, incluso los que no llegan a los 500 habitantes pueden sorprenderte con un obrador artesanal en el que curiosear y luego tomarte un café, como en Villarta.
La caza es el otro elemento esencial: chorizo de venao, guisos de caza, migas con carne de caza y guindilla churruscona o, en Villarta de Los Montes, los tasajos, una de esas rarezas gastronómicas hiper-locales. Carne de ciervo adobada, curada y ahumada que se sirve frita y que a veces acompaña a las migas.
Y el escarapuche, una ensalada única, originalmente cocinada con pescados de río a la brasa, tomates y cebollas y que ahora es mucho más fácil de encontrar con carnes a la parrilla. La clave está en que todo se macere el tiempo suficiente en vinagre de madre.
Hace tres días me desperté allí, a las afueras de uno de los pueblos, en una casa en medio de un olivar en la ladera. Desde la terraza, después de los temporales de la última semana, se veían la Sierra de Los Golondrinos, el paso por el que el río atraviesa lo que se conoce como El Paredón y la llanura de un verde muy poco habitual en esta época. Más allá, al fondo, al otro lado del río, los montes de Las Villuercas.
Desayunamos en Villarta, una tostada de pan recién hecho, lomo, aceite de oliva y orégano. El día anterior lo hicimos, con tortas de pan rociadas de miel, en Herrera y más tarde comimos un caldero de arroz con liebre en Castilblanco. Al atardecer nos fuimos, entre los últimos coletazos del temporal, a acompañar a un pastor al pie del Cerro de La Horca, por el valle del Pelochejo hasta un antiguo lavadero de lana en ruinas.
Subimos el valle del Benazaire y cruzamos el Puerto del Lobo hacia Villarta y, más allá, el puente mudéjar de La Mesta. No vimos otro coche en todo el trayecto. Y nos fuimos con la sensación de haber visitado otra vez un lugar de esos que ya no abundan en la Península Ibérica, remoto y cercano al mismo tiempo, de pequeña escala e inmenso; de pueblos pequeños y gastronomía enorme. Limitado en extensión, es verdad, pero que todavía, después de tres visitas, no nos hemos terminado.
La Siberia es pequeña y exige organizarse. No es un lugar que quede de paso y no es, casi con total seguridad, el sitio en el que piensas para tu próxima escapada. Por eso he decidido dejar este mapa en abierto, porque a veces está bien recordar que más allá de los tópicos hay otros lugares en los que vale la pena perderse, quizás tan interesantes, quizás más, que el primer sitio en el que pensaste para tu próxima salida.
Como siempre, un recordatorio: este no es el mapa definitivo de La Siberia sino mi mapa, la recopilación de lugares que he visitado y que recomiendo por un motivo o por otro. No está todo, no pretendo que lo esté, así que si conoces algún rincón que no aparece y que crees que puede ser interesante, por favor, déjalo en los comentarios.
Gracias por seguir ahí una semana más.
Jorge! Qué emoción leer tu publicación. Cuando he leído Ciudad Real se me han venido a la cabeza todos los paisajes de La Mancha y de todos esos lugares que nombras porque cuando vivía en España nos dedicábamos a recorrer lugares tan hermosos como los que nos muestras.
Gracias!
Un abrazo.
Anotado. Gracias por la recomendación.