Hay dos momentos del año en los que escribir me cuesta especialmente. Estoy acostumbrado a picos y a valles, a días muy productivos seguidos de dos o tres de barbecho absoluto. Nos pasa, me temo, a todos los que escribimos miles de páginas al año por trabajo y unas cuantas más por placer. Es algo que acabas aceptando, aunque al principio cueste.
Pero enero y agosto son terribles en esto. Sé por experiencia que pasará y aún así, cuando pasa, es una bofetada. Porque tiendes a pensar que tienes los recursos, el oficio y las tablas para controlarlo. Y no, no lo controlas. Yo no, al menos.