Era el final de la primavera de 1989 y al autobús de nuestra excursión se le averió el cambio de marchas. No pasaba de 80 km/h. Entre eso y que de Santiago hasta Oporto apenas había unos 20 kilómetros de autopista, llegamos a Lisboa, atravesando pueblos y ciudades, después de 16 horas. Encontrarse con la autopista A1 y recorrerla por más de 250 kilómetros fue asomarse de golpe a la civilización.
Fue mi primer viaje sin mis padres y la primera de muchas veces en la ciudad. El conductor se metió, no quiero saber cómo, hasta el