Siempre que viajo, sea a donde sea, trato de visitar algún museo. Hay el tópico de que cuando se visita una ciudad debe visitarse el mercado para tomarle el pulso. Y sí, pero no. Es decir, sí, es verdad, pero lo fue más en otro momento. Hoy, con frecuencia, el mercado es el sitio donde tomar la foto turística que dé un cierto color auténtico a la experiencia, el que se va llenando de espacios de degustación y grupos de visitantes que siguen la banderita del guía y que, por lo general, compran poco en él.
Los museos, que hace décadas solían ser un atractivo turístico de primer nivel, han ido quedando en un segundo plano. No hablo del Museo del Prado, del Louvre o de los Museos Vaticanos, obviamente. Me refiero a pequeños museos locales, a colecciones modestas que antes solían acoger a más visitantes de fuera y que ahora, frecuentemente, no reciben mucho más que grupos escolares.