Premios
El martes se entregan los premios Maria Luisa García. Será dentro del programa de Gastrollar, el pequeño congreso en la montaña central asturiana en el que colaboramos desde su primera edición. Uno de los premios, seguramente el más emotivo, desde luego el que más me emociona a mí (sin pretender quitarle méritos al resto) es el que reconoce la trayectoria de toda una vida “contribuyendo al mantenimiento y enriquecimiento de nuestra cocina tradicional” de alguna cocinera de España o Portugal.
Este año la ganadora es Minica Collantes, del restaurante Lera (Castroverde de Campos, Zamora). El alma de una casa de comidas que puso en el mapa una forma de cocinar en Castilla y León, una cocina de guisos, legumbres y potajes, y que hoy es una referencia.
Estoy especialmente orgulloso de poder ser parte de estos premios. Por el perfil de las ganadoras (en años anteriores Julia Bombín, de la Taberna Asturianos de Madrid; Engracia Linde, del Bar Blanco de Cangas de Narcea; Cristina Buznego, de Casa Cristina en Tellego…), por el reconocimiento que hacen a María Luisa García, escritora gastronómica y recuperadora de tradición culinaria, y porque todo esto tiene lugar en un encuentro pequeño, periférico e independiente.
Creo que tiene que haber sitio para los grandes formatos, los presupuestos inmensos y los encuentros más mediáticos; para las galas apabullantes, para las fiestas y para los auditorios con 2000 asistentes. Tienen un papel de difusión y de visibilidad fundamental. Pero creo también, cada vez más, que hay que pelear por la pequeña escala, por aportar valor desde lo más modesto, desde otros lugares; hay que sacar la gastronomía de los grandes auditorios, de los restaurantes estrellados y llevarla a los lugares en los que tiene lugar. Hay que dar voz a proyectos de menor escala, hay que llegar al público de otros pueblos y de otras comarcas; hay que mancharse las botas de barro, comer con las manos y celebrar que la gastronomía está, también, quizás sobre todo, ahí.
Y hay que sacudirse complejos. Ayer una directora vasca ganó la concha de oro en el festival de San Sebastián. Con una película en gallego, una historia pequeña. Es la primera mujer que lo logra, es la primera película en gallego que lo logra. Y es un ejemplo, creo, de cómo asumir la diferencia y la pequeña escala como un valor puede traducirse en cosas muy interesantes. Otras historias, otros puntos de vista, otras formas de narrar.
Bocadillo de pechuga
Supongo que puede parecer hasta cierto punto una frivolidad, algo muy secundario. Para la mayoría de la gente es una excepción y no tiene mayor importancia: ya se solucionará de alguna manera.Para mí, sin embargo, comer en ruta es algo habitual y a lo que dedico cada vez más tiempo. Al menos a pensarlo.
Cuando te toca comer en itinerario de un lugar a otro cuatro, seis, ocho veces al mes, deja de ser una excepción para convertirse en una carga. No quieres comer ocho veces un menú de gasolinera; no quieres -probablemente no encaja ni en tiempos ni en presupuesto- comer ocho veces más en restaurantes. O sí, pero entonces prefieres buscar un poco más, algo que se adapte al trayecto, a los horarios y a lo que buscas en ese momento. No son vacaciones. No es una excepción. Hay que pensarlo desde ahí.
Recordé, dándole vueltas a esto, los bocadillos de las excursiones del colegio. Eran de lo que más me gustaba, aunque vistos con una cierta distancia no fueran gran cosa: normalmente una pechuga rebozada, unas rodajas de tomate y quizás una hoja de lechuga. Mi madre solía prepararlos a última hora de la noche anterior, a veces, la pobre, incluso a primera hora de la mañana, antes de salir. Así que cuando llegábamos a donde fuese, a mediodía, el pan estaba un poco blando ya, empapado por el tomate.
La lechuga era prescindible, mustia por el calor y la humedad. Muchas veces la apartaba. Pero lo otro era una maravilla. No fue nunca el mejor bocadillo, pero sí el que más me gustaba. Porque lo asociaba al viaje, porque era excepcional, porque allí, sentado, con hambre después 5 o 6 horas de viaje, nada podría haber sabido mejor.
Es eso. Las cosas no tienen que ser siempre las mejores. Simplemente tienen que encajar. Y cuando encajan, al carajo los rankings y la obsesión con lo mejor. Lo excepcional es esto: a veces un bocadillo del día anterior.
Eso es lo que intento, cada vez más aunque sepa que con frecuencia no ocurrirá, en este tipo de viajes en los que toca comer en ruta. Por supuesto que sé qué restaurantes estupendos están en el trayecto. Pero no encajan. No encajan por tiempos, seguramente por coste, pero sobre todo no encajan porque exigen una calma, una atención y una dedicación que no tengo en estos casos.
Quiero algo satisfactorio, amable, correcto; rápido, de coste contenido. No demasiado pesado, que a la tarde habrá que conducir y quizás, luego, trabajar. Algo que tenga sentido en ese momento, en esas circunstancias y que, además, si puedo pedir, se convierta en algo excepcional, algo que es mucho más fácil de decir que de encontrar.
Quiero algo que no me descalabre, si es posible, los esfuerzos que hago por comer, cuando no es por trabajo, razonablemente equilibrado. Su buen trabajo me cuesta mantener las analíticas y la salud en su sitio, dedicándome a lo que me dedico, como para abrazar la fritanga por defecto cada vez que me monto en el coche.
Hace unos días volvimos de atravesar la Península en coche. Hoy salgo de viaje. Y ya tengo pensada la parada en alguno de los trayectos: uno de esos sitios en los que se come como en casa. Puede que tome caldo, quizás un guiso como los de hace décadas. Seguramente me salte el postre. Luego vendrán varios días de excesos que no siempre dependerán de mí. Excesos que agradezco y a los que me entrego cuando tienen sentido, pero que son eso: excesos. Excesos a los que no quiero sumar otros excesos innecesarios y no siempre satisfactorios, si puedo evitarlos.
En esto aplico lo mismo que en mi relación con el alcohol: menos, pero mejor; menos, para disfrutarlo más cuando merece la pena disfrutarlo.
Serán días de cenas excepcionales, de cocina de montaña, de pequeños productores. Serán días de dejarse ir, porque valdrá la pena hacerlo, así que vale la pena, también, olvidarse de prejuicios y de remordimientos.
Gracias por seguir ahí una semana más.
Algunos enlaces
Habla Pau Arenós en su newsletter del Chef Malote como personaje estereotípico. Lo que han cambiado las cosas, lo que están cambiando. Cada vez se habla más abiertamente de los excesos, de lo que no gusta. Sin la boca pequeña de no hace tanto: sin -tanto- miedo a cuestionarse en público si comemos o bebemos demasiado, si hemos abrazos en exceso el modelo estrella del rock, las cocinas viajeras o el discurso por el discurso.
Hace unos días The Foodie Studies nos invitaba, a Carme Gasull y a mí a charlar en esta línea. El tema: hablar de beber. Puedes ver la charla a continuación.
Siempre está bien abrir las ventanas.
Lo que he leído
Estoy con los Cuentos Completos de Bolaño. Y sí, pero no. Qué bien escribe, aunque no estoy seguro de que haya envejecido bien. Hay un tono tan años 90 en los primeros textos, escritos en 1995-1996, así que la cosa tiene cierta lógica, que hace que el conjunto me esté sonando por el momento, aunque llevo ya más de 250 páginas, a una época demasiado lejana. Y es curioso, porque no es tan lejana, en realidad, y porque yo vengo de ahí. Y sin embargo, la sensación es esa.
Dicho esto: si alguien consigue que la cosa no me esté gustando y vaya a por la página 300 sin intención de dejarlo de momento es que, al menos desde mi punto de vista, está escrito realmente bien.
Lo que he visto
He visto Paperhouse (Bernard Rose, 1988), una rareza que no me parece redonda, pero que tiene el mérito poco frecuente de intentar crear un universo estético propio y no hacerlo a machetazos.
El director estaría luego al frente de películas como Candyman, lo que hace que se entienda mejor, creo, este primer trabajo que se queda un poco a medias, pero que vale la pena.
Lo que he escuchado
He escuchado algunas novedades de grupos viejos -sí, visto lo visto el uso del adjetivo es intencionado- No hace tanto eran Blur o Extreme, que salvaban la papeleta con dignidad, un poco antes lo nuevo de Springsteen, que mira que le tengo simpatía, pero se me quedaba en el aprobado raspado. O lo último de Metallica, que bien, la verdad, pero me hizo pensar ¿Qué necesidad había, a estas alturas?
Ayer fue U2, que tienen suficiente oficio como para salir del paso hagan lo que hagan, pero que suenan innecesarios, diría. Además de sonar a Blondie en el estribillo.
La New Wave y el Post Punk británicos nunca me interesaron demasiado. Pero. Siempre hay un pero, y muchas veces es bueno. De hecho, suelen ser esos peros lo que más me interesa. Pero me estoy yendo por las ramas.
En los últimos meses he estado escuchando unas cuantas cosas en esos géneros y, como casi siempre, hay mucho que rescatar ahí. La figura de Howard Devoto, por ejemplo, primero en Buzzcocks y luego en Magazine. Y cómo sin el y otra gente similar es imposible entender la movida madrileña, que esa sí que me interesa poco en general, o la movida viguesa.
Descubrí a Lzzy Hale durante los confinamientos. Cantaba una versión de Come Together con otros músicos, a los que sí conocía de antes, y me impresionó su voz.
De ahí pasé a sus colaboraciones con Kings of Chaos y a su banda, Halestorm, que no se ha convertido ni mucho menos en mi preferida, pero que tiene sus cosas.
“hay que sacar la gastronomía de los grandes auditorios, de los restaurantes estrellados y llevarla a los lugares en los que tiene lugar” este y mas fuerte para los del fundo.
👏👏👏
Devoto de Devoto