Dicen que te haces mayor cuando asumes que un día te morirás. A mí esto me ocurrió cuando hace un par de años mi padre tuvo un problema de salud grave que hizo que me replantease muchas cosas. No solamente por él, que también, sino porque aquello llevó a un estudio médico de grupo en el que me vi envuelto y en el que se plantearon posibilidades -que afortunadamente se quedaron en nada- que me hicieron pensar.
Por mi parte, sin embargo, yo no creo que ese sea el momento. Creo que te haces mayor cuando asumes que un día todo esto se va a acabar y decides que en el momento que eso ocurra, sea eso cuando sea -esperemos que dentro de más de mucho, no me gustaría que se me malinterprete en esta cuestión- esté todo bien.
Yo traigo de fábrica un cierto poso agrio, una tendencia a reconcentrarme, a leer entre líneas, a revolcarme en lo malo, que no me gusta nada. Aquella época de pruebas médicas e incertidumbre me hizo decidir que no quería eso, que no quiero tener siempre la sensación de que todo el mundo me deben cosas, de que los demás lo hacen mal ni la necesidad del enfrentamiento permanente, de demostrar algo, lo que sea, que no lo tengo muy claro.
No tengo muchos enemigos, aunque los que tengo me los he ganado a pulso. Digamos que, los cuidé bien durante un tiempo. Vienen de aquella época en la que supongo que entendía el cuerpo a cuerpo como una forma de autoridad. Ahora que no me gusta la autoridad y aún menos el cuerpo a cuerpo, me cuesta entenderlo. Pero las cosas fueron como fueron.
Me gusta pensar que ya no estoy ahí. Y esto no es, en realidad, un texto de expiación, así que no se trata de hablar tanto de lo que hice mal en otro momento como de por qué he decidido tratar de cambiarlo y, sobre todo, cómo afecta eso a mi forma de ver lo que me rodea, también en mi trabajo.
Creo que es, sobre todo, una cuestión de tomar conciencia del enfoque, de que las cosas son como son, pero sobre todo son como -y desde dónde- las vemos. En ese momento empiezas a entender que puedes contar lo mismo pero de otra manera y que que esa decisión de cambiar de lugar es importante.
Es ahí donde decides centrarte en la queja o poner el foco en los logros. Y creo que esto está relacionado con escribir -hablar, discutir…- para los demás o para ti, es decir, tratando de demostrar algo a quien tienes enfrente o dejando, simplemente, que las cosas sean como son y que cada uno elija.
Lo que escribes, lo que cuentas -lo he dicho aquí unas cuantas veces- importa por lo que decides poner en primer término, pero sobre todo por que esa opción es también una decisión sobre lo que decides poner en la sombra. Me gusta ver esto como si fuese una escultura de Oteiza: lo evidente es lo matérico, pero lo importante es el vacío, lo que no está. Las elecciones son muy parecidas a esto. Lo que decides no contar, no mirar, es lo que acaba por dar forma a tu discurso.
Me explico con un ejemplo: a los que escribimos a veces sobre restaurantes se nos reprocha que tendamos a contar solamente lo bueno y que obviemos las cosas menos positivas. Sí, en cierto en muchos casos, entre ellos el mío. Y lo es por varios motivos: el primero es que soy un escritor, no un inspector. No trabajo para una administración que tenga que auditar nada. Ese es un empleo que tiene alguna gente, que cubre fichas y expedientes que, créeme, no te apetece nada leer. Mi trabajo no es medir, comparar y valorar, mi trabajo es contar cosas que me parece que vale la pena contar, cosas que yo elijo porque me parecen relevantes.
No soy un inspector que juzga desde una pretendida objetividad que seguramente no existe porque no lo conoces todo, porque vienes del bagaje que tienes, te basas en tus gustos, en tu memoria y, como eres humano, en tus simpatías, en tus antipatías y en los sesgos que traes contigo de casa. Y también, un poco, en las normas y los intereses de la empresa que te paga por hacerlo, que es algo que, aunque suela obviarse, está ahí y pesa mucho. Quien te diga lo contrario, te está mintiendo.
Como no me apetece mentir, voy a insistir en esto: no pretendo ser objetivo cuando escribo, no lo sé todo y no me importa mucho que sea así, porque eso me permite seguir aprendiendo, sorprendiéndome con frecuencia y es lo que hace que esto sea tan interesante.
Solamente pretendo contar las cosas con datos en la mano, pero desde mi punto de vista; trato de aportar algo de información y algo de orientación, pero sobre todo pretendo poner el foco en aquello que me interesa, que son muchas cosas, porque ponerlo en lo malo les quita tiempo, espacio y luz. Y centrar tu vida en el fallo, en lo que no te gusta y en lo que te irrita me parece, si tengo que ser sincero, una desgracia como otra cualquiera, una variante del masoquismo que no acabo de entender.
Si quieres dedicar tu tiempo y tu dinero a amargarte, a ir a los sitios a buscar el fallo, a quejarte y a comparar, adelante. Yo estuve ahí porque en algún momento creí que era donde había que estar y, aparte de ser de un presuntuoso que me espanta, no me hizo mejor persona, ni más sabio, ni consiguió que viviera más a gusto. Tengo una opinión clara, de hecho, sobre quien disfruta con eso.
Prefiero destacar lo que me interesa, lo que me llama la atención, a veces en la pequeña escala, en lo más modesto, en lo cotidiano; prefiero huir en lo posible de la excepción que en tantas ocasiones convertimos en algo aspiracional a lo que la mayoría -yo incluido- no va a llegar prácticamente nunca. Y aún cuando llega, a veces, lo hace para descubrir que no es para tanto o, sencillamente, que aquello no le interesa tanto.
Prefiero elegir yo, pensar cada noche que hago lo que me gusta, que elijo disfrutar, dar luz a historias bonitas. Porque eso me hace ser, en cierta medida, parte de ellas. Porque la competición no deja, con frecuencia, que miremos a los lados y resulta que, cuando tienes tiempo para bajar una marcha y mirar por la ventanilla, todo tiene mucho más sentido.
No me interesa la competición. En nada en la vida, pero en particular en la gastronomía, que es lo que respiro buena parte de mi tiempo. No me interesa porque es algo caduco, porque me niego a vivir en un S.XIX eterno; porque no me representa, porque si no es parte de un todo mucho más amplio incluso lo más brillante es simplemente una anomalía a la que no vale la pena dedicarle más atención y si es parte de un todo, me interesa ese todo, con la excepción, pero también con lo más usual.
Me interesa sentarme a una mesa y estar bien. Me interesa leer para enterarme de lo que pasa alrededor de esa mesa, de lo que ocurrió para que esa mesa exista, para que ese plato esté ahí, frente a mí. Me interesa la charla con los cocineros para aprender, para curiosear; me interesa la conversación con quien se siente allí conmigo, el recuerdo que voy a llevarme. No me interesa en absoluto ponerme no sé qué medalla que no tengo muy claro quién concede, ser el primero en ir, el primero en escribir, ser el más estricto o el que no pasa ni una. A veces hay que pasarlas, porque no somos robots, porque hay circunstancias, hay contextos y no tenerlos en cuenta es muy poco inteligente. Todos lo hacemos, aunque no todos lo asumamos abiertamente.
No entiendo a la gente que otorga satélites, corazoncitos o puntuaciones jugando a querer ser como las guías de verdad, otorgándose una autoridad que, si me parece relativizable en abstracto, ya ni te digo cuando es uno mismo quien se da la palmadita en su propia espalda para que todo el mundo vea lo importante que es. Nunca me gustaron los ejercicios de contorsionismo.
Me interesa el fracaso -qué poco hablamos de los fracasos- cuando sirve para algo, no como manera de hacer sangre de un modo tan gratuito como innecesario sino como parte de un proceso, de una historia real. Me interesa el éxito cuando aporta, cuando se comparte, cuando nos enriquece un poco a todos. Si no es así, es un modelo de negocio. Si me interesase, habría estudiado ADE, y no es el caso. Huyo como del fuego, cada vez más, de las historias de superación, de las vidas de santos, del viaje del héroe y de esa forma tan infantil de ver la vida. Caer y levantarse, tú puedes si verdaderamente lo deseas, persigue tus sueños… hay libros de autoayuda con un argumento bastante más elaborado que eso. Están en la sección de saldos y no se los cree casi nadie. Lo decía antes: creo que cuando te das cuenta de eso y optas es cuando te haces mayor.
Y huyo, sobre todo, de tratar de dar ejemplo, de cualquier cosa que huela a moralizante. Está bien así para mí, ahora. Me hace estar a gusto, me ayuda a orientar mi trabajo y a controlar mis tendencias naturales. No pretendo que nadie lo vea igual, que cambie nada. Simplemente me apetece pensar sobre lo que hago, desde dónde lo hago y sobre los porqués que hay detrás. Si a alguien le ayudan a entender un poco este circo que tengo montado, fantástico. Si no, estupendo también.
Es tan sencillo como que, cuando tomas conciencia de que esto no va a durar para siempre, empiezas, al menos yo lo hago, a elegir tus batallas, a relativizar muchas cosas y a ignorar otras. Y como yo aquí he venido a divertirme, que sea otro el que vaya por ahí frunciendo el ceño y partiéndose la cara por bobadas, que yo estoy feliz con lo mío y lo amargo ya solamente me apetece en el negroni.
Gracias por seguir ahí una semana más.
Algunos enlaces
Architizer publica un reportaje sobre mezquitas contemporáneas. En alguna ocasión he hablado aquí de cuánto me interesa la arquitectura religiosa, que tiene que asumir una carga potentísima de iconos, rituales y funciones modelada a lo largo de miles de años y, al mismo tiempo, tiene que ser capaz de imponer sobre ella, respetándola, un lenguaje propio y actual.
Me interesan mucho esos espacios para el recogimiento, porque se diferencian de cualquier otro que se construya en la actualidad. Y me gusta ver cómo otras culturas -a las que frecuentemente seguimos ignorando- con otras necesidades y otros bagajes se enfrentan a casos semejantes.
Mezquita de Al Musalla, en Abu Dhabi
Lo que he leído
Hemos estado fuera varios días esta semana por trabajo, por lo que, entre el cansancio, los horarios imprevisibles y las cenas, apenas he tenido tiempo para leer.
Sin embargo, me llegó ¡Quemo!, el nuevo libro de María Nicolau y he ido encontrando huecos para avanzar con él. María en estado puro. El mismo estilo y el mismo enfoque que en el libro anterior, lo cual no es malo, porque es el suyo.
Independientemente de lo que cuente, María tiene ritmo y sabe narrar. Y eso es una rareza en la escritura gastronómica actual, así que si compartes puntos de vista con ella te va a gustar. Y si no, es una lectura entretenida con la que discrepar.
Lo que he visto
Atlantic City (Louis Malle, 1980) es la revisión del cine americano de los años 70 desde los ojos de un europeo. Es identificable como parte de aquel momento, pero se aleja de efectismos y espectacularidad con unos Burt Lancaster (que nunca fue mi actor preferido) y sobre todo una Susan Sarandon estupendos.
Lo que he escuchado
Hoy voy con dos versiones.
La primera de ellas la que Beyoncé hace del Blackbird de The Beatles y que Paul McCartney felicitó inmediatamente. Ha recibido bastantes críticas por no ser una versión y ser, más bien, una réplica, pero yo discrepo. Hace una versión fiel, pero la lleva a su terreno a base de pequeños arreglos que consiguen que sea completamente Beyoncé sin dejar de ser absolutamente McCartney.
Y termino con Keith Richards. Porque cualquier cosa que grabe Keith Richards tiene mi atención y porque, parafraseando a José Luis Cuerda, en esta casa lo que hay es verdadera devoción por Richards. Y si además hace una versión de Lou Reed, pues aún más.
Lo mejor de todo es que cada semana sacamos lecciones importantes de tus escritos (y no me refiero a gastronomía). Enhorabuena y gracias.
Hará algo más de tres lustros que volvía de parranda a horas intempestivas. En esas circunstancias suelo hacer una pausa en el sofá, para bajar revoluciones y así dormir como un cesto de gatos. Cambiando canales llegué a uno en que estaban repitiendo un episodio de "Cuéntame". Le explicaba el personaje de Antonio Alcántara, a su hijo mayor, que uno sentía que se hace mayor, cuando comienzas a mirar el suelo que pisas, porque te da miedo caerte. Se me quedó grabada esa frase.
Estuve el otro día en la presentación de "¡ Quemo ! " en Madrid. Me encantó. Pero no soy objetivo, afortunadamente, porque me temo que comparto determinados criterios de María Nicolau. Pero es que presentarlo en una biblioteca pública... joder, ¡ eso ya mola ! (meter aquí símbolo de puño en alto)