2400 kilómetros. Seis días, cinco camas. No sé si a esto se le puede llamar rutina, pero es algo que hacemos con cierta frecuencia, que habíamos perdido con la pandemia y que este otoño ha vuelto. No sé si diría que es rutina, pero ha pasado ya tres veces desde el verano y pasará otras tantas antes de que el año acabe. Si no lo es, empieza a parecérsele bastante.
El sur
Salimos el sábado a primera hora de la tarde. Llueve con ganas. El primer café lo tomamos ya cerca de Ponferrada. A partir de ahí tuvimos más lluvia, sol, calor, viento, atardeceres con 28 grados a finales de octubre; norte, sur, montaña, meseta, ciudad, pueblos remotos.
Campos de Hernán Pelea, en Santiago-Pontones
El martes a primera hora un 4X4 nos esperaba a la puerta del alojamiento en Pontones. En línea recta son apenas 15 kilómetros, pero tardamos más de hora y media en llegar. Desde el nacimiento del río Segura dejas atrás las casas, otros coches y cualquier construcción hasta que, allá arriba, a casi 2.000 metros de altitud, encuentras un par de refugios de montaña. No me imaginaba un lugar así en Jaén. Me hizo pensar en la película Intemperie (2019) de Benito Zambrano, de la que ya hablé aquí hace unos meses y que vi, precisamente, durante otro de estos viajes improbables. Se grabó, lo supe luego, a otros 15 o 20 kilómetros de aquel lugar.
El centro
Esa visita me hizo pensar en las expectativas y en las simplificaciones, que muchas veces son imprescindibles. Volví sobre ellas el jueves, en Madrid. Participaba en la presentación del libro Cocina o Barbarie (Ed. Península, 2022), de Maria Nicolau, que acaba de editarse en español tras tener un éxito inmenso en catalán.
Volví porque el discurso de Maria es sencillo y complejo a la vez. Cuando habla en público es directo, de ideas claras y frases que enganchan. No deja lugar a dudas. El libro añade matices y capas. Comiendo con ella, unas horas antes, vi que el discurso tiene aún más ramas, más rincones y más curvas. Y eso es lo fascinante: cómo maneja un registro para cada caso, cómo lee la situación; cómo consigue enganchar a la gente con un discurso que tiene un fondo tan complejo dándole una forma que, sin serlo, parece obvia.
Los registros. Entender para quién hablas (o escribes), saber leer a la sala que tienes delante. Ser capaz de quedarte con el núcleo del discurso, con toda su potencia, y colocarlo en el centro de la sala en el momento exacto y con la forma precisa. Ya habrá tiempo para las dudas y los desvíos que no son necesarios ahora. El libro y la charla de Maria fueron una lección. No tanto en lo relativo a su contenido, que en buena parte comparto, como en lo que tiene que ver conla manera de exponer ese contenido.
Esa mañana Anna y yo callejeamos por Madrid sin rumbo. Acabamos tomando unas porras espantosas porque nunca aprendo y, después, en el Museo Nacional de Artes Decorativas. Si algo me gusta de Madrid son esos museos menos visitados. Cuando tenía que ir a la ciudad con frecuencia, durante mi época de estudiante, recorrí docenas de ellos, uno en cada visita. Suelen ser baratos, cuando no gratuitos, tranquilos y estar llenos de sorpresas.
El Museo Cerralbo, por ejemplo. El Africano, el de la Academia de Bellas Artes, el Naval. Recuerdo una visita al Museo de América en la que era el único visitante. Y el Lázaro Galdiano, qué preciosidad.
Esta vez fuimos al de Artes Decorativas. Un día laborable, a media mañana, sueles tener en estos museos toda la calma del mundo para descubrir cosas que quizás a otra hora, con otra cantidad de visitantes, se te pasarían por alto. Porque siempre hay algo. Y ahí vuelvo a lo de las expectativas. El Prado, el Reina Sofía y demás están ahí, como están los restaurantes estrellados en las guías. No los descubres, ya están. Pero, sin que esto les quite ningún mérito, a los lados hay otras cosas, cosas hacia las que normalmente no miramos y que nos estamos perdiendo.
Cocina valenciana y gato de Haapaniemi en el Museo Nacional de Artes Decorativas
Cuando escribo sobre restaurantes intento escribir desde ese punto de vista. Y cuando visito ciudades, trato de moverme, también, de esa manera. El hecho es que el museo es una visita agradable y, si vas a verlo, estas semanas tiene una exposición del diseñador finlandés Klaus Haapaniemi, a la que solamente pudimos asomarnos porque coincidimos con la inauguración, que es una belleza.
Y después nos fuimos a comer a Lanzhou Beef Noodles porque no hay muchos restaurantes de cocina de la provincia de Gansu en España y porque, para mí, lo he escrito ya muchas veces, Madrid es esto. Lo es por lo menos tanto como la sucesión de inauguraciones (y de cierres de los que nadie habla) de sitios de los que estaremos pendientes ocho meses, no mucho más; lo es tanto como lo fueron los bares palentinos, gallegos o manchegos; como las gambas sobre una barra de zinc, como la oreja a la plancha en una taberna de Legazpi, como esas freidurías que mucha gente considera mucho más Madrid y que, sin embargo, cierran inexorablemente porque quienes las defienden como un icono de la ciudad no va a ellas. Es lo que ocurre cuando la tradición es algo de lo que solamente hablamos y dejamos de usarla: la metemos en una caja, cerramos con llave y sólo la abrimos para enseñarle lo que hay dentro a las visitas.
Madrid es Cobo Calleja, es pupusas en restaurante salvadoreños, es la ración de oreja que sobrevive en un bar viejo de barrio que hoy regenta una pareja de dominicanos. Es torreznos, es cafés que por lo general saben a rayos (que sí, que lo sé, que hay cafés de especialidad que son la leche, pero en Madrid hay 3,5 millones de personas censadas y un buen montón más que van y vienen que toman café a diario. Haz números, simplemente haz números. Hay, de hecho, muchos más restaurantes asiáticos entre Noviciado y Malasaña que cafés de especialidad en toda la ciudad). Es pinchos de tortilla del montón y croquetas reguleras. Pero es también restaurantes de Hot Pot, tiendas de productos latinos, lugares en los que tomarte un desayuno marroquí y casas de comidas ecuatorianas.
Y eso es lo que la hace única. Madrid ya no es el Madrid por el que yo pasé de estudiante, por mucho que queden restos de él, como quedan restos del Madrid de La Colmena y haya gente que va al Café Gijón porque eso es aún, en su cabeza, Madrid, un Madrid que, como las freidurías, hemos fosilizado y hemos metido en una vitrina. Sin embargo, el otro, ese que no responde al tópico, que no tiene que ver con nuestras expectativas, que no sale en las guías y que rara vez te recomiendan, porque a Madrid se va a otra cosa, está bien vivo, crece y se va transformando.
Ya en el norte
Esta semana mi blog cumplió 18 años. No sé si sigue muy vivo o si le pasa como a aquel Madrid que ya no es. Me gusta pensar que sí,que sobrevive, pero me temo que no demasiado y aún así, como la pieza de museo que es ya, me niego a abandonarlo del todo. Pienso en esta newsletter como su evolución natural. En fin, que los años pasan.
Gracias por seguir ahí una semana más y disculpad que no escribiese la anterior. A veces el tiempo no es suficiente.
Me salto esta semana lo que he leído (ya he hablado del libro de Maria) y lo que he visto (no ha habido mucho tiempo para eso).
Algunos enlaces
Acaba de publicarse Beyond Global Food Supply Chains, editado por Melinda Hinkson y Victoria Stead (Palgrave McMillan, 2022), una recopilación de estudios que analizan los cambios que está habiendo en la distribución alimentaria y cómo afectó la pandemia a este sector.
Todavía estoy empezando a leerlo, pero de momento me ha llamado la atención en especial el artículo de Tomaso Ferrando, de la universidad de Amberes: The UN Food System Summit: Disaster Capitalism and the Future of Food. Y dentro de él, una idea: el actual contexto de crisis puede ser también una oportunidad (sí, estoy volteando los ojos), pero no para los más desfavorecidos. Son las grandes corporaciones y las grandes fortunas las que se han apropiado de la retórica de la emergencia climática, migratoria, energética y de la necesidad de cambio de forma que, hasta el momento, están siendo ellas las grandes favorecidas y no son muchos los casos en los que los grupos desfavorecidos, los desplazados, los que tienen menos recursos se han visto beneficiados por discursos que, en principio, firmaríamos todos.
¿Un ejemplo? Piensa en los coches eléctricos, en las ventajas innegables que tienen y que nos han contado. Piensa ahora en cuánto va a suponer, en términos energéticos y de contaminación, sustituir todo el parque móvil mundial. Piensa en quien a durar penas llega a comprarse un coche de segunda mano, diesel y contaminante, de 1.500€ y en qué se va a comprar en 2035, cuando sólo se permita vender eléctricos. Piensa en con qué se hacen las baterías y de dónde sale. Piensa en qué va a pasar cuando todas esas baterías se vicien. De esa parte se habla menos, pero, mientras, alguien se está haciendo muy rico con nuestra voluntad de hacer las cosas mejor. Y dejando a gente en la cuneta.
En alimentación pasa algo similar. No hay soluciones fáciles, no hay fórmulas buenas para todos. Lo que hay, por el momento, es discursos muy claros en los que los matices se dejan a un lado y se invita a comprar algo nuevo, por lo general más caro. Pero es que, en este caso, esos matices son gente, son lugares y son, sobre todo, mucho dinero.
Puedes comprar el libro aquí, pero también puedes descargarlo de manera gratuita gracias a una licencia Open Access en este enlace.
Lo que he escuchado
Me interesa mucho un momento que hubo en la música británica de mitad de los 90 en el que, tras el paso del Brit-Rock, o quizás debido a él (hay un poco de esto en Suede y bastante más aún en Oasis) se mira abiertamente a la música del final de los 60. Es el caso de Ocean Colour Scene, de The Seahorses y, de una manera aún más descarada, de Kula Shaker.
The Afghan Whigs tuvieron cierto éxito a finales del siglo pasado como una de esas bandas alternativas que aparecieron después del grunge (aunque ellos, en realidad, llevaban por el medio ya un tiempo). Ahora han vuelto con un single, The Getaway, que suena un poco a ellos y un mucho, en algún momento, a homenaje no demasiado velado a los Beatles de la época del Magical Mystery Tour.
Incluso en la estética y, al menos desde mi punto de vista, en los arreglos.
Ocean Colour Scene... Buff... si su "Up on the downside" hubiera sido vinilo, y no CD, lo habría rallado de tanto escucharlo (ya) hace 20 años.
El viernes pasado brujuleaba por Madrid. Con destino, pero sin rumbo. En esa zona de Noviciado, Malasaña, Pez, Luna; ampliable a otras culturas entre Tirso de Molina y Lavapies... Me paré un momento. Había un bar "tradicional" que ciertamente me resultaba fuera de lugar. Me resultaba extraño en ese contexto. Era como un pedazo de otro siglo en un Madrid que, como dices, ya es otro.
¿Conoces esto? https://www.youtube.com/watch?v=6syFNP5pUHE
Saludos,
Jose